Trail Run

CORRER CON EL PERRO Y EL GATO

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Cuando comencé en esto del deporte entendí que mi cuerpo sería como un perro, un fiel amigo que me acompañarí­a en mis locuras, que correríamo­s juntos por la montaña y que agotados luego de entrenar nos echaríamos una siesta en el sofá. Esa visión ideal que nos hacemos de las cosas cuando comenzamos un nuevo camino. Pero después de todos estos años me he dado cuenta de que también mi cuerpo es un gato, que hace lo quiere, que no tiene dueño, y que se revolverá y mostrará los dientes cuando no esté a gusto. Ya puedes tener todas las ganas del mundo de correr, haber soñado que Kilian te invitaba a Noruega la noche anterior, o tocaba la tirada larga, lo mismo da que te pongas aquellas zapatillas que tanto querías o ese pulsómetro que usan los pro que lo mide todo pero es incapaz de avisarte cuándo llegará el gato y te clavará las uñas. Porque una cosa es segura: si aparece el gato lo pasarás mal. Estas "adorables" criaturas pueden aparecer en cualquier momento incluso antes de calzarte las zapas, en mitad de un entreno, subiendo al collado, o en la bajada rompepiern­as con la que venías soñando toda la subida. Son impredecib­les. Pero quizá donde más miedo tengamos de sentir al gato y su zarpazo es en el día de la carrera, ese día en el que nada debe salir mal, el domingo que pintaste de negro en el calendario, ese sueño que no te dejaba dormir, la carrera que te tiene de los nervios y que tu familia espera que acabes con éxito para poder ellos descansar también. Y es que a veces nos ponemos muy intensos, pero de eso hablaremos otro día. Miles de kilómetros después he aprendido a no echar de menos al perro y tampoco a odiar al gato, con uno disfruto como un enano, con el otro, soy mejor corredor. Hoy sé que el deporte siempre te da, te enseña y te deja algo y es deber nuestro saber ver y aceptar estos regalos aunque parezca que sufrimos como condenados. Porque de las agujetas, los raspones y los calambres nos recuperare­mos en unos días pero lo que hemos aprendido de nosotros mismos nos acompañará toda la vida. Así que esta noche cuando lleguemos a casa nos tumbaremos los tres en el sofá y al abrigo del calor del hogar intentarem­os conciliar ese sueño reparador, porque mañana el perro, el gato y yo volveremos a entrenar.

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