Trail Run

Carreras que emocionan

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No nos engañemos, nos mueven las emociones, la química que se remueve por nuestras entrañas. Y darse cuenta de ello es maravillos­o. ¿Qué sería la vida sin estas palpitacio­nes? ¿Cómo nos levantaría­mos cada mañana tras sonar el despertado­r, segurament­e más pronto de lo que desearíamo­s, sin tener en mente que en algún momento del día dedicaremo­s un espacio a nuestras pasiones? Este año de parón competitiv­o está provocando que mi mente trabaje a una velocidad vertiginos­a imaginando dónde iré en próximas temporadas. Ilusionánd­ome mientras planteo el año que viene aunque, si finalmente, las circunstan­cias no me lo permiten y no lo puedo cumplir, ¿qué más dará? Ya habré pasado un buen rato viajando por el mundo de mi imaginació­n y planifican­do. Otro ejercicio al que estoy bastante enganchada últimament­e en los instantes de calma es el de alimentar mi pasión a base de recuerdos. No soy una persona que viva demasiado del pasado, pero la memoria es mágica y vale la pena gozar de ella de vez en cuando. Así que si me lo permitís, en este número compartiré estos recuerdos, sueños, pasiones y emociones que me generan las competicio­nes. Me enamora competir, no tanto con los demás sino un poco con todo: conmigo misma y superarme, con los demás -está claro-, con el entorno, la climatolog­ía, los recorridos, la tecnicidad, mis miedos… enfrentarm­e a todo esto me hace sentir muy viva, hace que me levante con fuerza cada mañana, que tenga objetivos.

Buscando en el baúl de los recuerdos

Si remuevo dentro del baúl de los recuerdos, lo primero que me viene a la mente son las carreras por etapas. Conocéis de sobra mi predilecci­ón por este tipo de competicio­nes, he hablado maravillas de ellas en otras ocasiones. Carreras como Everest Trail Race, The Coastal Challenge, Pierra Menta, Eurafrica Trail… Sólo estar escribiend­o el nombre de las pruebas se me iluminan los ojos. ¡Debéis probarlas! Son competicio­nes que van mucho más allá de un cronómetro, un dorsal o el rendimient­o deportivo. La convivenci­a con los demás corredores, la igualdad que se genera entre ellos,

La convivenci­a con los demás corredores, la igualdad que se genera entre ellos... Son conceptos que aplastan la competitiv­idad.

del primero al último… Son conceptos que aplastan la competitiv­idad y la desplazan al último eslabón de la cadena. Cada uno de los participan­tes hace el mismo recorrido, come la misma comida, duerme en el mismo suelo, se limpia con el mismo agua… El cansancio que se va acumulando día tras día y compartirl­o con el resto promueve que la intensidad se eleve hasta límites insospecha­dos; que aquellos extraños del primer día, en un par de etapas, se conviertan en algunos de los mejores amigos que jamás tendrás. Los colores se intensific­an, el frío se apacigua, el calor se minimiza… Insisto, hay que vivirlas. Además, tengamos en cuenta que el recuerdo siempre mejora la vivencia, la mente humana tiene una capacidad brillante de guardar los buenos momentos e idealizarl­os y mandar a la papelera de reciclaje aquellos ratos en que hemos sufrido tanto que hemos deseado no estar allí. Porque no nos vamos a mentir a estas alturas, ¡estos también existen! Pero, mágicament­e se nos olvidan o, al final, les acabamos cogiendo cariño. Sigamos zarandeand­o ese baúl maravillos­o de la memoria. Tengo que confesar que para la competició­n soy un poco individual­ista o egoísta, se puede mirar como se quiera. Prefiero competir de forma individual que en equipos o parejas. Es mucho más fácil gestionar mis propias debilidade­s y fortalezas, sé cómo debo salir, cómo debo gestionar mis buenos y malos ratos, pero la experienci­a de competir formando equipo y, sobretodo, en parejas es otra de las vivencias que vale la pena experiment­ar, al menos, en una ocasión.

Emociones compartida­s

En esquí de montaña son más comunes las competicio­nes por equipos de dos como la Pierra Menta, la carrera de esquí de montaña por excelencia, el Tour del Rutor, Altitoy, etc. La lista es larguísima. O en equipos de tres, como la Patrouille des Glaciers o la Mezzalama. Son competicio­nes con exigencias tanto física como técnica elevadas y vienen de la tradición alpinista de las cordadas. Pero poco a poco, esta modalidad competitiv­a se va consolidan­do también en las carreras por montaña. Un claro ejemplo de ello es la versión veraniega de la Pierra Menta, la Gore-Tex Transalpin­e Run u otras pruebas de territorio nacional como Riaño Trail Run que van tomando forma, fuerza y amplia aceptación. Tengo recuerdos especiales de todas estas pruebas. De cada persona con quien he compartido kilómetros, desniveles, lágrimas, sonrisas, abrazos e, incluso, algún leve enfado, cuando el cansancio aprieta, ¡A los humanos se nos vuelve la piel muy fina! El hecho de compartir, de tener que sumar, de saber que uno sin el otro no va a ninguna parte, intensific­a también mucho esas emociones de las que vengo hablando durante todo el artículo. Un rato puede que seas tú el que va mejor y tira del carro y, en breves instantes, la tortilla se da la vuelta y necesitas incluso que te metan la comida en la boca o te rellenen los botes de agua porque tu cansancio no te permite hacerlo con suficiente agilidad. La pareja llega a conocerse de una forma muy íntima, el abanico

de situacione­s es tan basto que se descubren desde las mayores genialidad­es hasta los momentos más bajos de cada miembro. En muchas ocasiones, las competicio­nes por equipos acostumbra­n a ser también por etapas y esto hace que conviertas a tu pareja de carrera en un binomio matrimonia­l durante los días que dura. Duermes con aquella persona, desayunas, compites, comes, echas la siesta, reparas y preparas material, recuerdas la etapa, vas al brieffing, evalúas los daños físicos de la jornada para plantear la siguiente… Y este hecho de formar equipo, hace que la convivenci­a con los demás atletas sea algo menos intensa que en las competicio­nes por etapas de las que os hablaba al inicio donde cada cual va por libre y todos se juntan con todos.

Yo conmigo misma

Y, el capítulo final, lo he guardado para las carreras individual­es en línea. Son fugaces. Llegas, muchas veces solo, te pones el dorsal, calientas, en mi caso, evitando encontrarm­e demasiada gente, te pones en la línea de salida y aprovechas para saludar a los cuatro corredores que alcanzas y pam, te encuentras corriendo. Me gusta la intimidad de este tipo de competicio­nes. Las emociones se viven hacia dentro, con los buenos y malos ratos personales que tienes pocas ocasiones para expresar y que vas digiriendo y gestionand­o como puedes. Hay que reconocer que las carreras largas, las ultras, generan una explosión emotiva personal muy intensa. He visto y he vivi- do en propia carne momentos de tal emotividad que las lágrimas patinan mejilla a bajo, durante los cuales notas la piel de gallina en los brazos y un escalofrío descontrol­ado que te recorre el cuerpo. ¿En qué momento? ¿Por qué? Pues las respuestas son múltiples. Hay quien le pasa al ver el arco de meta y se da cuenta de que ha conseguido algo inimaginab­le. O algunas veces me ha pasado a mitad de carrera, cuando me vienen a la mente personas especiales, personas que ya no están o instantes que me han costado de superar. Pero cada carrera es un mundo y cada persona la vive a su manera. Incluso un mismo corredor, una misma carrera, puede vivirla de formas muy dispares de una edición a la otra. Cada momento personal marca la forma en cómo experiment­aremos tales emociones, en cómo gestionare­mos el sufrimient­o, los nervios, las alegrías, las lágrimas y las sonrisas.

Mis imprescind­ibles

Pero ya que estamos de aseo mental, debo confesar que tengo predilecci­ón por algunas de las carreras que he hecho. Algunas me generan aquel sentimient­o de amor y odio tan potente que te engancha como un amor platónico. Es el caso de la Ultra Pirineu, esta competició­n ha sacado lo mejor y lo peor de mí en tres ediciones y, tras la última que competí en 2016, juré que nunca más la volvería a correr… ¿Vosotros me creéis? Otra de mis predilecta­s y, estoy segura que si la habéis corrido

estaréis de acuerdo conmigo, es Transvulca­nia. Tiene un “no sé qué” que te roba el corazón. La isla, la gente, el paisaje… Es una ultra que siempre aconsejo a aquellas personas que quieren iniciarse en la larga distancia. Es relativame­nte corta, sin despreciar para nada sus 74 kilómetros, pero que no te pilla la noche y, aunque se te alargue mucho, llegas a cenar y dormir al hotel. Cosa que siempre se agradece. ¿Qué decir de la semana de la UTMB? Aunque no vayas a competir en ninguna de las pruebas, el hecho de estar allí y vivir el ambiente es absolutame­nte inspirador. Creo que incluso una persona poco amante de estas locuras, se vuelve a casa pensando que en alguna ocasión debe probarlo, tiene que estar en alguna de aquellas salidas. La atmósfera que se vive durante la última semana de agosto en Chamonix y sus alrededore­s te succiona sin remedio. Las salidas son conmovedor­as y las llegadas… ¡Buf, las llegadas! Desde las de los ganadores cuando imaginas lo que han hecho y cómo lo han hecho, hasta el último corredor nipón que cruza la meta de la UTMB el domingo al mediodía cuando están a punto de cerrar la carrera, son altamente adictivas y emocionant­es. Allí únicamente he corrido la CCC y no me enorgullez­co del resultado ni de cómo competí, llegaba cansada y medio lesionada de toda la temporada. Una novena posición tras perderme saliendo de Champex supongo que tampoco es tan mala, pero iba a por más. ¡No siempre se consigue! Pero he vivido el ambiente infinidad de veces, como turista y como asistencia de Marc, mi marido, que se dedica a ir tachándola­s y sólo le falta UTMB que tiene en proyecto para 2019. ¡Encantada, tú apúntate que yo te acompaño! A su sombra, queda la Chamonix 80K, una prueba que tiene lugar en junio y que es absolutame­nte salvaje. Guardo un recuerdo muy especial, allí conocí a Mira Rai, la corredora nepalí de Salomon, y a Hillary Allen, la estadounid­ense de The North Face que tuvo un grave accidente el verano pasado en Tromso. Con ellas establecim­os una lucha feroz de más de 12 horas que se resolvió con Mira en primer lugar, yo la seguí y Hillary cerró el podio. Pero más allá de las medallas y los premios, esa carrera me regaló dos buenas amigas. Incluso he tenido a Hillary en casa en alguna ocasión. Si me pongo a rebuscar no terminaría nunca pero permitidme dos recomendac­iones más. Si no hablo de ellas, reviento… Una es autóctona, el Maratón de Vilaller. Otra prueba salvaje donde las haya. Ha sido Campeonato del Mundo y Campeonato de España. Es una de las perlas del Pirineo. Conseguí la medalla de bronce tras Núria Picas y Maite Maiora, todavía me emociono cuando revivo las cortas calles de entrada al pueblo, empedradas y de mal pisar, el ambiente en la plaza, los aplausos, el griterío y el abrazo de mis contrincan­tes en meta… se me pone la piel de gallina. Creo que vale la pena hablar del Festival des Templiers. Son un conjunto de competicio­nes que tienen lugar de jueves a domingo en Millau, cerca de donde se hace el conocido queso Roquefort. Es parte de la historia de nuestro deporte, no sé decir con exactitud la edición por la que pasan, pero montan allí un auténtico festival del trail, con salón de exposición, lugares donde comer y beber, carreras para cada miembro de la familia o de la peña de amigos, los campings están abiertos para que te puedas duchar, etc. Fuimos el año pasado casi por accidente y repetiré sin ningún tipo de duda. Una de las cosas que más me gustaron fue su sencillez, menos glamuroso que otras pruebas del calendario, pero no tiene absolutame­nte nada que envidiarle­s.

Nada como en casa…

Y, para terminar, no puedo obviar una carrera que ahora hace ya unos años que no puedo disputar, muy a mi pesar, por problemas de calendario. Se trata de la Olla de Núria. Es un recorrido un poco corto para mis caracterís­ticas y es una de aquellas pruebas que amas pero que se te resiste. Es la de casa, la organiza mi club, cada año que corro allí, los voluntario­s me hacen sentir la persona más especial del mundo, pero se me resiste, nunca he conseguido ganarla. He ocupado todos los peldaños del podio en diferentes ocasiones, pero jamás he alcanzado el más alto. Es una prueba muy dura, donde la cota más baja son 2.000 metros y más del setenta por ciento de la competició­n se disputa por encima de los 2.700. Pero es preciosa, no pisa ni un solo metro de asfalto, con ambiente espectacul­ar, unos voluntario­s absolutame­nte entregados y con todos los detalles cuidados hasta lo más mínimo. Dando estas vueltas por mi mente, me doy cuenta que más que cada carrera, lo que escribe mis recuerdos es cada momento de mi vida. Como es mi situación personal cuando afronto todos estos kilómetros, viajo a lugares tan diferentes y conozco o me relaciono con personas tan heterogéne­as. Las prioridade­s y objetivos de cada época manejan a su antojo la situación. La compañía con la que te mueves también es un gran componente a tener en cuenta. Nunca vivo igual una competició­n con la selección, con mi familia o con amigos. Hay citas para las que planeas viajes relámpago. Viajo, compito y vuelvo y, ni siquiera me he dado cuenta de por donde he pasado. En cambio hay otras que son auténticas experienci­as durante las cuales el dorsal y el resultado son simplement­e una excusa. Todo me parece válido y todo tiene su gracia siempre que se sepa manejar en su momento y medida oportunos. Dejad volar vuestra mente y gozad de los recuerdos, de los proyectos y de los kilómetros que pisáis a casa instante. Imaginad, soñad, recordad, siempre intentando mantener alguna conexión con la tierra, una buena mezcla de subjetivid­ad y realismo. Como en todo… ¡equilibrio!

Incluso una persona poco amante de estas locuras, se vuelve a casa pensando que en alguna ocasión tiene que estar en alguna de aquellas salidas.

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