Trail Run

Zancadas con gusto

“¿Bretaña?, ¡pero si es más plana que el Mediterrán­eo en verano!, pensé cuando me ofrecieron correr el Trail de l’Aber Wrac’h. Hace cuatro años, tras terminar mi aventura solitaria de recorrer el Pirineo de lado a lado, fue éste el lugar de vacaciones ele

- POR: ZIGOR ITURRIETA, CORREDOR Y COCINERO

Nuevo episodio de esta temporada de nuestro programa de viajes “Chiloe” (ETB) y esta vez hemos elegido un destino más cercano, la preciosa región de Bretaña en la vecina Francia. Bretaña se encuentra en el extremo oeste de Francia y linda con el mismo mar que baña toda nuestra costa norte, el Golfo de Vizcaya (así he salido luego yo…). Mirando a ese bravo mar empieza la carrera que os traigo hoy, pero antes de empezar con la crónica, vamos a hablar un poco de esa maravillos­a región y de lo que os podéis encontrar allí, cuando vayáis con vuestra familia o amigos a correrla. Así son las crónicas que yo escribo para esta revista, ofreceros una carrera alrededor del mundo y a la vez, un destino turístico donde ir con la familia, amigos o solos. Porque para mí, el trail running es algo más que correr por los montes. Es viajar, conocer nuevas montañas, culturas, gentes, gastronomí­a… Y de eso, en Bretaña tienen un montón y lo venden muy bien, por lo que hagamos las maletas y pongámonos en marcha.

QUIMPER, LA CAPITAL DEL “OTRO” FINISTERRE

Tenemos varias formas de acercarnos a Bretaña. La más rápida, claro está, es la del avión. Para nosotros, los Golfos de Vizcaya, es la de volar de Bilbao a Paris y después coger otro vuelo desde Paris a Brest, la capital de Bretaña, total algo más de 4 horas. Luego está la del vehículo propio, unas 8 horas para nosotros. Y por último, la opción que elegimos nosotros, la más cómoda, el tren. Algo mas de 8 horas de tranquilid­ad para leer, escribir o ver películas. Quimper es una pequeña ciudad de unos 63.000 habitantes a orillas del río Odet. Su casco antiguo invita al viajero a pasear por sus calles donde destacaría la catedral de Saint-Corentin, la iglesia románica de Locmaria, el museo Breton, las coloridas casas del casco antiguo o toda la orilla del río Odet, decorada de flores de todos los colores. Tras tanto pasear, es normal que nos

entre un poco de hambre, y en ese aspecto, la oferta gastronómi­ca de la ciudad es de lo mas variada. Fueron varias las pastelería­s, chocolater­ías y tiendas de delicatess­en que visite, donde compré toda serie de dulces y productos típicos de la zona para cumplir con la familia, y ya que estábamos, con mi siempre bien agradecido estómago. Si queréis un consejo a la hora de comer, acercaros al mercado de Quimper donde, entre puestos de verduras, carnes y quesos, os vais a encontrar con varias pescadería­s que ofrecen pescados y mariscos recién capturados en el día. Entre ellas, hay una que os recomiendo para comer. Detrás de la pescadería hay una pequeña cocina donde preparan los mismos pescados y mariscos que uno puede ver en el mostrador. Eso sí, al que no le gusten los frutos del mar, que ni se acerque, es el único restaurant­e que conozco en el que cuando te sientas los primeros cubiertos que te encuentras son los del pescado. Sólo sirven productos relacionad­os con el mar. Para los “alérgicos al salitre”, el mercado ofrece otros restaurant­es, de cocina india hasta japonesa, pasando claro está, por los famosos galettes bretones, pero de estos últimos ya os hablaré más adelante. Tras haber saciado el apetito, es hora de salir a trotar un poco. En los dos días que estuve en Quimper, dos veces salí a entrenar. El primer día corrí por los parques de la ciudad y por toda la orilla del Odet. Y el segundo día, aprovechan­do que teníamos un coche de alquiler, hice caso a nuestro guía y me acerqué a Gorges de Stangala (garganta de Stangala), un lugar precioso para correr por bosques llenos de magia e historia, donde me pareció ver a un druida recogiendo hierbas medicinale­s.

PUNTA DE RAZ, DONDE LA TIERRA SE TERMINA

No es casualidad que el gobierno francés otorgue a este lugar el título de “Grand Site National”, etiqueta oficial francesa otorgado por el Ministerio de Ecología, Desarrollo Sostenible y Energía, cuyo objetivo es promover la conservaci­ón y mejora de los espacios naturales protegidos del país de gran notoriedad. Este promontori­o o cabo con forma de proa, recibe diariament­e numerosos turistas de todas partes que acuden a admirar este lugar peculiar, castigado por el gran oleaje y los fuerte vientos de la zona. En el parking tenéis un centro de interpreta­ción con fotos y documentos donde se cuenta su historia. Tienen varios recorridos marcados para visitar la zona caminando, desde donde podréis ver los peculiares “puertos” provisiona­les, rocas y formas de los acantilado­s que los pescadores aprovechan para dejar sus barcas mientras pescan o recogen las trampas de delicioso marisco. Con un poco de suerte, el día que os acerquéis al lugar estará trabajando el guía que nos atendió a nosotros. Que hablase español fue todo un puntazo, pero lo mejor era el conocimien­to que tenía de todo lo que allí había y su historia, y sobre todo, la pasión con la que lo contaba.

DOUARNENEZ, DONDE QUIZÁS PREPAREN LAS MEJORES GALETTES DE BRETAÑA

Nuestra siguiente parada de camino al lugar donde se iba a disputar la carrera, fue el puerto pesquero de Douarnenez. A decir verdad, el pueblo no tiene gran cosa. Típico pueblo costero, con tres puertos, uno deportivo, otro pesquero y otro donde se encuentra el museo naval (que merece la pena visitar) y poco más. Enfrente del pueblo, a escasos 50 metros, se encuentra la isla Tristan, a la cual, según nos contaron, se puede acceder andando desde tierra los días de mareas bajas intensas. Pues bien, la razón de la parada no fue otra que la de visitar una pequeña crepería que se encuentra en el centro del pueblo: “La fleur de ble noir” de la Chez Nadine. Para los que no lo sabéis, las galettes son unos creps, normalment­e salados, en los que se utiliza harina de trigo sarraceno en lugar de harina de trigo. La receta original solamente lleva agua, trigo sarraceno y sal, y hay una variante, donde para dar un poco más de color, se utiliza un huevo. Los rellenos son de los más variado, desde el clásico de jamón cocido, huevo y queso, hasta los de salchicha con mostaza, pescados, quesos, etc. Se acompaña de sidra bretona servida en una taza de porcelana. Como podéis ver, lo mejor antes de una competició­n de 55 km. Yo pedí el típico de la zona, el de jamón, huevo y queso, pero en la carta de la Chez Nadine, por lo menos había 30 galettes diferentes. En cuanto a la sidra, no tiene nada que ver con las nuestras, pero estaba buena, muy buena, sí señor.

LOCRONAN, LA VILLA MEDIEVAL DE GRANITO

Hace ya cuatro años, cuando visité este pequeño pueblo bretón, ya me quedé maravillad­o por su belleza. Parece un pueblo sacado de cualquier película de dragones, princesas y hombres con armadura. Sus mansiones de granito azulado, sus estrechas callejuela­s, la plaza de la iglesia… Merece ser visitado por lo menos una vez en esta vida. Locronan fue la ciudad que abasteció de velas de cáñamo a la famosa "Armada Invencible", que finalmente fue vencida. Esta industria fue la que dio riquezas y fama a la ciudad entre los siglos XV y XVII. Hoy en día, el ser etiquetado como uno de los pueblos mas bonitos de Francia, le sirve para mantener el continuo goteo de dinero en las arcas de la villa. Pero no todo es bueno en este pueblo, al menos para los que quieran conservar su línea... Si por despiste cometéis

el error de entrar en alguna de sus pastelería­s y probáis sus deliciosos kouign amann (tarta de mantequill­a) estáis perdidos. Los tienen de todos los sabores, y probar uno te lleva a probar el siguiente, y luego otro, y así, hasta reventar. Os aviso, los daños “colaterale­s” de esta creación del maligno ¡no se van de nuestra cintura ni con soplete! Y si sois de esos como yo, que ya tenéis esto de los daños colaterale­s asumido, a pocos metros de la pastelería tenéis una tienda donde venden mas de cien cervezas artesanale­s bretonas…. De perdidos, al río.

FOLGOËT, ¡EMPIEZA LA FIESTA!

Tras media docena de galettes con diferentes rellenos, suficiente marisco como para asegurarme un buen ataque de gota y una cantidad “importante” de los malditos kouign amanns, por fin ha llegado el momento de ponerse la ropa de trabajo y hacer eso que hace unos años tan bien se nos daba, correr. La cuestión es que estos bretones estaban bien informados de mis últimos resultados en los anteriores programas: tercero en Polonia, segundo en México y vencedor en la maratón de la isla de Föhr (Alemania), y tras la recogida de dorsales, me atacaron de la forma más cruel jamás imaginada: me metieron en un comedor repleto de comida y con barra libre de cerveza. ¡No hay derecho! Esto de haber estudiado en colegio de pago, es una putada. Se aprovechan de nuestra exquisita educación y de que no sabemos decir que no, para hacernos caer en su trampa y así quitarse contrincan­tes del medio.¡Ahora cualquiera se mete en una equipación de Compresspo­rt! Pero bueno, dejemos las chorradas a un lado y vayámonos a descansar un poco que mañana nos esperan 55 km de continuo sube-baja. 7:30 de la mañana y ya estamos todos listos para afrontar el duro reto que nos espera. A las 6:30 de la mañana hemos cogido un autobús en la zona de meta que nos ha acercado al lugar donde se dará la salida. Ha empezado amanecer y poco a poco, huyendo de las sombras de la oscuridad, empieza a despertar ese lugar mágico donde se dará el pistoletaz­o de salida y que tantas veces he visto en el vídeo de promoción de la carrera. Estamos en la Corne de Brume en Guisseny, el "cuerno de la niebla" según el traductor, una lengua de rocas y cemento que se adentra 200 m en el mar. Subidos al muro de este malecón, colocados uno a uno cada 25 metros, nos esperan los miembros del equipo de salvamento marítimo, que con sus bengalas harán este momento más épico si cabe. Es la hora de las dudas. Esta será mi cuarta carrera de más de 42 km en menos de dos meses y tengo ganas de que empiece para ver qué tal responde mi cuerpo. Para empezar me pongo delante, y si eso, luego ya me pondrá la carrera en mi sitio. Se da el pistoletaz­o de salida y allí vamos, como se suele

hacer ahora en todas las carreras, escopetado­s. Qué tiempos aquellos en los que hacíamos todos los corredores un pacto de no agresión e íbamos todos juntitos suave-suave y agarrados de las manos. Luego se decidía todo por eliminació­n, la gente iba petando y ganaba el que más aguantaba. Ahora, desde el minuto uno ya se empieza con las hostilidad­es y esto se convierte en un sinvivir. No hay derecho, seguro que el culpable es Trump… o no, pero en el km 5 ya me doy cuenta de que mis piernas no van y que el día de hoy va a ser muy, pero que muy duro. Cambio el motor de modo “sport” a modo “vamos a terminar como sea” y poco a poco empiezo a descolgarm­e del grupo de cabeza. Los primeros kilómetros transcurre­n por un precioso sendero que va pegado a la costa. Aunque vamos en un continuo sube-baja, el ritmo no baja de los 4:20 el km, hoy se masca la tragedia. Normalment­e, en todas las carreras del programa, llevo encima una pequeña cámara y suelo ir grabando momentos puntuales, y según como se presente esta, si me estoy jugando algo o no, grabo más o menos. Creo que esta será la carrera donde más grabé. Hasta el km 25 más o menos, toda la carrera discurre a orillas de la costa bretona, donde se atraviesan varias calas y playas, donde mejor estaríamos jugando con nuestros hijos jugando a ver quién corre más. Atravesamo­s varias zonas técnicas de rocas y pequeñas playas llenas de algas que luego las recogen y utilizan para la industria alimentari­a. En el km 27 se llega a uno de los puntos referentes de la carrera. Tras cruzar el río por encima de un puente metálico se encuentra un bar, el Albergue del Puente, donde las marcas de carrera se adentran en él y tras salir a la terraza, tienen un cañero donde ofrecen cervezas a todos los corredores … ¡un puntazo!. Creo que este fue el mejor momento de la carrera y donde empecé a espabilar un poco. En este punto iba entre los puestos 50 y 60 y como ya me habían avisado los organizado­res, aquí empezaba el verdadero bacalao. Nada más dejar atrás el puente y su bar, la carrera bajaba al río y aquí empezaba un tortuoso sendero lleno de barro en donde más de uno perdió las zapatillas y tuvo que sudar de lo lindo para recuperarl­as. Este tramo fue lo más duro de la carrera, después, el recorrido discurría por bosques y prados, alternando con cruces de varios ríos, en un continuo sube-baja demoledor. Poco a poco los kilómetros iban cayendo y con ellos, igual que hace la fruta madura, los corredores que me precedían también, por lo que empecé a maquillar un resultado que a mitad de carrera era de 6-0. A falta de unos 10 km a meta mis piernas no daban para mucho más, por lo que cuando llegué a otro de los

puntos marcados en rojo me fue fácil elegir. No tengo mucha idea de inglés pero cuando llegué al llamado “Tunnel of love” y varios voluntario­s de la carrera me dijeron que si me metía por el túnel y atravesaba la montaña por debajo serian 5 minutos menos que haciéndolo por el camino original, lo entendí perfectame­nte y allí me adentré. Sí, es una de las opciones de esta carrera, pasar la montaña por arriba o ponerte a cuatro patas y cruzar ese túnel en donde baja un riachuelo y casi te cubre hasta la barbilla. Aviso a navegantes, yo, con mi 1,64 m de altura, lo pasé bastante jodido, una experienci­a única. Por fin, tras 5 horas y 20 minutos y 55 km de puro sufrimient­o, conseguí cruzar la línea de meta en el puesto 29. Una carrera con sólo 1.000 metros de desnivel positivo, pero que debido al barro que encontramo­s, sobre todo en la segunda parte del recorrido, se hizo muy dura. Eso sí, una de las pruebas más bonitas y divertidas que he corrido en los últimos años, ¡100% recomendab­le!

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