Aquellas épocas que nadie desea
La teoría dice que las lesiones y las malas épocas forman parte del juego del deporte. Todos tenemos este supuesto en la punta de la lengua y en la parte frontal de nuestra mente, pero ninguno de nosotros estamos realmente preparados para estos períodos en qué, por lesión, cuestiones laborales, familiares o personales, no podemos ni entrenar ni competir con la intensidad, frecuencia o preparación que nos gustaría.
Estos espacios los podemos separar en dos: aquellos en que nuestra dedicación debe reducirse o aquellos durante los cuales debemos parar del todo. Ambos generan mal estar interior, mal humor, desanimo, pero es evidente que unos más que otros. Hace años, tuve un formador que me gustó mucho en teoría del entrenamiento que cuando daba la parte de planificación siempre nos repetía la misma frase: “las planificaciones están para saltárselas”. Para nada era un tipo fresco, todo al contrario, era extremadamente calculador y meticuloso. Tras soltarnos esta frase, nos explicaba bien su significado para que no hubiera malos entendidos. Yo le escuchaba estupefacta. Años después, tras una larga carrera como deportista y como preparadora he comprendido el significado completo de tal afirmación. La base de cualquier temporada, sea al nivel que sea, es una buena planificación. Plantearse unos objetivos tanto a corto, medio, como a largo plazo y ordenarlos para poderlos trabajar de forma coherente y bien dirigida. Pero muy a menudo, a veces, demasiado a menudo, llegan los contratiempos y debemos ser lo suficientemente hábiles y abiertos de mente para sabernos adaptar. Voy con siete puntos que, para mí, describen a la perfección las fases de una planificación aquel año que nos viene algún contratiempo considerable y no podemos sortearlo de ninguna forma:
Planteamos la temporada con ilusión, emoción y, a menudo, con bastante ambición.
La planificamos a conciencia con nuestro entrenador, dietista, fisio y todos aquellos profesionales que nos rodean y que nos ayudan en el día a día.
En algún punto de la temporada, llega el contratiempo ( lesión, problema familiar, laboral, personal, etc.)
Entramos en una fase de desánimo profundo. Un poco depresivo incluso. Nos desesperamos, nos preguntamos si todo lo que hacemos vale la pena. Puede llegar el enfado… cada cual reacciona a su manera. Hay que darle tiempo a este periodo, debemos enfadarnos, deprimirnos, desanimarnos… ¡pero sin abusar de ello! Ni quedarnos acomodados en él.
Llega la aceptación de la situación. La analizamos y nos concienciamos de la magnitud de la tragedia (menor o mayor dependiendo de cada contexto).
Reestructuramos y nos planteamos los nuevos objetivos en función de la situación en la que nos encontramos que puede ir: desde empezar de cero si se trata de una lesión grave y deberemos centrar todos y cada uno de nuestros esfuerzos en recuperarnos; hasta reordenar nuestro día a día para poder conciliar ese 25%-50% o, en el mejor de los casos, 75% que nos ha quedado del 100% que pretendíamos dedicarle antes del contratiempo.
Nos ponemos manos a la obra con completo convencimiento y determinación para seguir adelante con la situación que nos haya quedado. En este punto, es básico centrar los esfuerzos en aquellas cosas que realmente podemos controlar y hacer, lamentarnos será un impulso directo a una perdida de energía que no nos llevará a ninguna parte. Debo confesar que en épocas en las que he tenido que disminuir la cantidad de horas que me hubiera gustado dedicar tanto a entrenar, como a competir, como a viajar, por la razón que sea, cuando he conseguido centrarme y reorganizar mi mente y mi situación general, he acabado sacándole mucho más partido del que nunca hubiera imaginado. Evidentemente, somos humanos y pasaremos por momentos bajos, días de dudas y jornadas de aquellas en qué nuestra cabeza únicamente es capaz de preguntarse en forma de bucle: “¿por qué yo?, ¿por qué precisamente este año?”
3 casos prácticos
Justamente tengo tres ejemplos que me apetece compartir con vosotros. Empecemos con un contratiempo por lesión grave. Algunos conocéis bien mi historia y no es el momento de alargarme con ella, sería tema para profundizar en otro artículo. A groso modo, antes de correr, me dediqué profesionalmente al esquí alpino, con un presente prometedor y, sobretodo, una amplia proyección de futuro; con contratos y becas importantes gracias a los buenos resultados internacionales antes ya de los dieciocho años. Pero una grave lesión de rodilla, con dos operaciones desesperadas y con un diagnóstico fatal me obligaron a abandonar la alta competición, mis sponsors, mis becas, mis sueños y aspiraciones, y todo el esfuerzo que había proyectado desde la niñez. Un golpe muy duro. Pasé por las siete fases y me quedé largamente encallada en la cuarta, con un luto dilatado, difícil de digerir para mí y para las personas de mi alrededor. Hasta el día en el que decidí que debía centrar mis esfuerzos en recuperarme. Reestructuré mis objetivos, que en ese momento pasaban por volver a poder hacer algo de deporte sin dolor e ir avanzando muy poco a poco en la dirección que dictaminaban los médicos y los fisios. Centrarme en esto, aunque hubo días complicados, me sacó del profundo pozo en el que estaba atrapada y me ha llevado a día de hoy. He resumido quince años de mi vida en diez líneas pero seguro que os hacéis a la idea. Sigo con un contratiempo por una situación laboral. Sobre el año 2010, recuperada ya del todo de la lesión de rodilla, mi ilusión volvía a crecer con la posibilidad de entrar en el equipo nacional de esquí de montaña. Volvía oficialmente a la alta competición, a competir en copas del mundo y campeonatos internacionales importantes. Había sido un camino muy largo hasta llegar, de nuevo, a aspirar a esos objetivos que tan viva me han hecho sentir toda mi vida. Pero mi situación personal había cambiado de la noche a la mañana: ya no tenía dieciocho años, sino casi diez más; tenía un trabajo, una pareja estable, una hipoteca por pagar a final de mes, etc. Me era imposible seguir el ritmo del equipo nacional, los esfuerzos personales que debía dedicarle sobrepasaban los límites y esa gran ilusión pasó a ser una pesadilla hasta el día en el que decidí que no valía la pena, que debía replantear la situación porque no me llevaba a ninguna parte. Enfermaba mensualmente, el rendimiento en competición no era el esperado, me decepcionaba tras cada Copa del Mundo, me enfadaba… Yo no quería competir de aquella forma, no tenía ningún sentido. Así que analicé la situación y llegué a la conclusión que debía cambiar: no podía dejar mi trabajo, vivía lejos de la nieve para poder entrenar los días que hubieran sido necesarios para rendir al nivel que yo creía que podía hacerlo, no podía permitirme viajar al mismo ritmo que mis compañeros de selección… Pero, ¿qué tenía a cambio? Tenía un buen horario en el trabajo, así que me permitía hacer buenos entrenamientos cerca de casa con unas zapatillas en los pies; tenía un buen grupo de entrenamiento de atletismo, en ese momento era profesora y tenía los veranos libres, en plena época de carreras de montaña… así que decidí, con el corazón un poco en un puño, pero completamente convencida, que iba a dedicar todos mis esfuerzos a correr, en lugar de intentar seguir con un deporte que me quedaba grande a nivel organizativo. En carreras de montaña también he
conseguido competir con la selección en diferentes ocasiones y participar en copas del mundo y campeonatos internacionales importantes. Reconozco que echo de menos el esquí, pero soy feliz corriendo y con mis logros y objetivos actuales. Y acabo con un “contratiempo” personal. Permitidme que lo ponga entre comillas porque no sé si es éticamente correcto llamar contratiempo a esperar un bebé. Pero, al fin y al cabo, es una larga época durante la cual no podré dedicar ni el tiempo, ni los esfuerzos que me gustarían a entrenar, competir y viajar. Lo he escogido yo, cierto, y no daría marcha atrás, pero aún así hay días en que se me hace un poco cuesta arriba gestionar las emociones cuando todo el mundo a mi alrededor sale a entrenar, a competir, llega cansado de las series, hace podios, sigue con sus éxitos… y yo me lo miro desde casa. Debo confesar que lo llevo con bastante elegancia y mucha más paciencia de la que nunca hubiera sospechado, pero he pasado un par de crisis importantes: la primera fue durante la semana que se disputó The Coastal Challenge, la prueba de seis etapas de Costa Rica que corrí el año pasado y terminé segunda tras Anna Frost. La segunda surgió durante el fin de semana en que coincidieron Transvulcania y el Campeonato del Mundo en Peñagolosa y, finalmente, la más reciente, durante el fin de semana de Zegama. Y en esta situación personal también me ha tocado pasar, de alguna manera, por las siete fases y cuando estas crisis momentáneas me pillan por sorpresa busco darles la vuelta. En primer lugar, me esfuerzo a hacer un ejercicio que parece sencillo pero no lo es, intento alegrarme por aquellos que pueden gozar de una situación normal en lugar de agriarme y odiarles. Probadlo, es súper positivo. Y en segundo lugar, me auto convenzo de que pasar por estos momentos me hace más fuerte, más paciente, más capaz para mi futuro deportivo que volverá antes o después y, por supuesto, personal. Al final son las ganas que tiene uno mismo de redireccionar cada situación. En la mayoría de los casos no escogemos los contratiempos, llegan sin avisar y se apoderan de nuestras vidas sin pedir permiso, pero lo que sí que podemos elegir es cómo los gestionamos y los superamos. La actitud con la que los afrontemos va a ser lo que marque realmente la diferencia.
Me auto convenzo de que pasar por estos momentos me hace más fuerte, más paciente, más capaz para mi futuro deportivo y personal.