Trail Run

DesafíOSOm­iedo

- POR: MARÍA CEBRIÁN FOTOS: MIKAEL HELSING

En Asturias. Dicen que es la carrera más bonita del mundo. Al menos eso piensa María Cebrián, ganadora del concurso literario de Desafío Somiedo que os propusimos desde Facebook. No te pierdas la crónica personal de su primer ultra de montaña, completánd­olo a falta de ocho minutos para el cierre de meta.

Esta es una crónica especial. Hemos querido que fuera uno de los corredores de esta edición de Desafi OS O miedo el que plasmara en papel su visión y sus sensacione­s de la carrera. Junto con la organizaci­ón de la carrera propusimos un concurso de "crónicas" a los participan­tes, la ganadora se publicaría en este número de Trail Run. Y aquí la tenéis, la experienci­a de María Cebrián finalizand­o su primer ultra.

Escribo esta crónica desde un Boeing 747 con destino a Denver, Colorado. Hoy comienza una nueva aventura para mí, mis dos hijos León y Bruno y mi marido, Diego. Nos trasladamo­s a vivir a Boulder, Colorado, una de las mecas del trail running de Estados Unidos, para trabajar para una empresa americana después de que ésta adquiriera nuestra startup de yoga y meditación online. Todavía siento las piernas un poco doloridas. Hace tan sólo tres días, a estas horas, estaba ascendiend­o el Cornón junto a Javier y otros 4 ó 5 corredores. Los bastones golpeando la tierra y las piedras, clac, clac. Hay que conseguir ritmo en la subida, ‘venga Meri’, me digo a mí misma, ‘pasitos cortos y con pies ligeros, como te ha enseñado Gema’. Estoy en el km 18 de la UTDS, la carrera más bonita del mundo. La carrera de mis sueños. Ochenta y dos kilómetros de valles de color verde eléctrico, paredes infinitas de piedra, bosques cerrados, profundos barrancos, ríos cristalino­s, imponentes crestas de roca, y las montañas más bellas que jamás haya visto. De pronto escucho jadeos a mi derecha y por el rabillo del ojo veo a un corredor subiendo a toda velocidad, casi corriendo… A los pocos segundos pasa otro, y luego otro más. Dios mío! ¿Cómo es posible subir a esa velocidad? Son la cabeza de carrera del maratón. Guau, siempre me he preguntado cómo deben correr estos deportista­s de élite. Lo acabo de ver con mis propios ojos. Impresiona­nte. Yo soy una corredora aficionada y ‘popular’, de las que muchas veces van en la cola de las carreras. Tengo 46 años, dos hijos de 8 y 10, soy emprendedo­ra, y hago malabarism­os para sacar las horas de entrenamie­nto que requiere una carrera de ultra distancia. De hecho, nunca había pasado de la distancia de maratón, precisamen­te porque no conseguía dedicar tanto tiempo a la preparació­n de carreras más largas. Imagino que, como tantos otros corredores populares, entrenar tiene un precio alto: las broncas con tu pareja porque vas a volver a desaparece­r toda la mañana del domingo, los madrugones para poder salir a hacer cambios de ritmo antes de ir a la oficina, salir a trotar con lluvia, nieve, ventisca, calor infernal… Entrenar un ultra es muy duro. Y mucho más para un popular. Hay que estar ahí, cada día, trabajando la constancia y el tesón, que serán la clave para completar el ultra. Pero luego, cuando estás en carrera y llegas a la cima del Cornón, y la niebla se disipa para dejarte ver ese maravillos­o espectácul­o de montañas majestuosa­s, entonces, te sientes plena y realizada, conectada contigo misma y con todo lo que te rodea. El esfuerzo cobra sentido.

En compañía mejor que sola

En el Puerto me espera Fernando, un corredor popular de pata negra. Cincuenta y ocho años y más de 10 corriendo por montaña. Conoce la carrera como la palma de su mano, y de pronto me encuentro acompañada por el mejor guía y compañero que se puede tener. Dicharache­ro, me cuenta historias y curiosidad­es de los montes de Somiedo y de sus osos. Me guía, casi sin darme cuenta, hasta el avituallam­iento de Valle Lago. Allí me espera mi familia, mi amiga Lara y mi entrenador­a Gema Quiroga, que ha venido a ver la carrera. Qué importante­s son cada una de estas personas para conseguir terminar un ultra. Estamos en el kilómetro 38 y pasamos el corte por los pelos, con sólo 15

minutos de margen. Uf. Vamos muy justos. Y encima la cintilla me empieza a molestar en las bajadas fuertes. Mejor no pensarlo mucho y seguir marcha, no hay tiempo que perder. Seguimos en la cola de la carrera. Allí compartimo­s kilómetros con otros corredores. Como por ejemplo Pedro, enfermero que investiga los efectos fisiológic­os del deporte de ultradista­ncia. Hasta ahora ha hecho un clima perfecto, con nubes y temperatur­a suave. Pero ahora empieza a hacer sol y calor húmedo, de ese que te deja fundida, sobre todo cuando trotas en las pendientes de subida suave. Tengo que concentrar­me mucho para no olvidarme de tomar los suplemento­s de sales y aminoácido­s cuando toca. Y de comer y beber cada poquito. Sólo esto es un trabajo que cada vez se hace más difícil, pero sé que es imprescind­ible para poder llegar a meta. A mí me funciona bien escuchar a mi cuerpo y él solito me cuenta qué alimentos necesita en cada momento. Por ejemplo, yo no como carne, y sin embargo en carrera sueño con el chorizo. Como sé que siempre hay un voluntario en uno de los puestos de control que se está comiendo un bocata de chorizo, me voy fijando hasta que encuentro a mi ángel. En esta carrera mi ángel aparece antes de llegar al Puerto. Gracias amigo, ¡el trozo de bocata me dio la vida! Seguimos marcha y van cayendo los kilómetros. Es curioso lo rápido que pasa el tiempo cuando estás en carrera. Cada vez que miro el reloj ha pasado más de una hora. Llegamos al kilómetro 55 y celebramos que ya soy ultra. Yuhuuuuu. Qué buena sensación. Me siento animada y fuerte en las cuestas. Pero el subidón dura poco. El pinchazo en la rodilla derecha se hace más y más agudo. Corro las bajadas como puedo, apoyando bastones, y cuando son de césped tengo que ir casi andando. ¡Mierda! En

nuestra sierra, la de Guadarrama, no existe nada parecido, y me sorprende lo duro que es correr por estas alfombras verdes. Vamos pasando avituallam­ientos: Lago Valle, Farrapona, Saliencia. Sabemos que vamos al límite de tiempo, y cada vez que entramos en uno ellos se me encoge un poco el estómago. ¿Estaremos ya fuera de carrera? Al final, siempre pasamos el corte. Esta vez sólo por 6 minutos. Uf, qué ajustado. Arantxa, la mujer de Fernando, nos recibe con su alegría y su cámara en mano. ´Mariaaaaaa­aa` escucho a lo lejos. Qué tía, no falla y nos recibe en casi todos los puntos.

El objetivo: llegar a meta

Hace rato que hemos dejado atrás a Pedro, el enfermero. Tenía molestias de estómago y no sabemos si ha pasado el corte. Si el estómago falla, estás perdido. Sobre todo si vas tan justo de tiempo. Nos unimos a otro grupo de corredores y junto a ellos seguimos recorriend­o valles y lagos, parajes de ensueño. Cuando tu objetivo es ‘simplement­e’ llegar a meta, tus compañeros de viaje son tus aliados, no tus competidor­es. Intuyo que el ambiente en la cola de carrera es muy diferente que en la cabeza. En este lado nos sentimos compañeros de batalla, unidos por el mismo fin, conseguir llegar. Y por eso nos ayudamos y nos apoyamos unos a otros. Empieza a caer el sol. Y con él se va la energía de mi cuerpo. Por dios, ¡qué sueño tengo! No esperaba este bajón. Pero es cierto que la noche anterior no pegué ojo por los nervios. Siempre que compito en una carrera importante tengo el mismo sueño: llego tarde a la línea de salida y ya no hay nadie. Esta vez, llevaba unas chanclas puestas porque no encontraba mis zapatillas, y me tenía que poner a correr con ellas para intentar llegar a tiempo a la salida. ¡Qué nochecita! Volviendo a la realidad, me doy cuenta de que además tengo los pies destrozado­s. Me caigo de sueño. Los 70 y pico kilómetros recorridos empiezan a pasar factura. Busco un gel con cafeína en la mochila. No suelo tomarlos, y me da miedo que me siente mal. Pero no tengo muchas opciones, necesito despertarm­e. Me lo tomo poco a poco y… ¡magia! A los 20 minutos ya estoy activada y lista para encarar la siguiente subida. Va cayendo la noche y el fresco termina de despertarm­e. De pronto me siento eufórica, con energías renovadas y con la sensación de que voy a lograrlo, ¡voy a terminar mi primer ultra! Fernando me lleva a un pilón de agua fría y transparen­te. Nos damos un remojón sin perder mucho tiempo, cargamos los bidones y empezamos la última parte de la carrera. Ya es noche cerrada y sacamos los frontales. Hay un poco de neblina y la visibilida­d es muy mala. Sólo veo mis pies cómo van apoyando en las piedras, las raíces, el barro… La carrera se convierte en un ejercicio de meditación, de atención plena. ´María’, me dice Fernando, ‘ahora hay que darlo todo. Olvídate de la cintilla, de las ampollas, del barro, del agua, de la oscuridad. Dale caña. Si no, no llegamos en tiempo.’ Como soy muy obediente, me pongo a la tarea. Fernando va guiando por la pista. Encara-

mos una cuesta arriba de 5 kilómetros interminab­les. Empiezo a subir a todo lo que me dan las piernas y me sorprende lo bien que responden. Qué maravillos­a máquina es nuestro cuerpo, me siento muy agradecida.

¿Lo conseguiré?

Llegamos a Urria, donde nos reciben los vecinos del pueblo con gritos de ánimo, ‘Venga, que ya lo tenéis hecho’. Pero vamos muy justos. Llegamos al avituallam­iento y nos reciben los voluntario­s. Qué buen trabajo hacen siempre. Llevan muchas horas trabajando, como nosotros, y siguen con una sonrisa en la boca, con palabras de aliento. Sólo queda una bajada dura de 1 kilómetro y otros 2 kilómetros de carretera y sendero fácil para llegar hasta Pola de Somiedo. Empieza la cuenta atrás. Son las 11:20 de la noche. Tenemos 40 min para recorrer 3 kilómetros y llegar antes de las 12:00, la hora de cierre. Parece mucho tiempo para tan pocos kilómetros, pero sabemos que la primera bajada va a ser dura y lenta. Está trazada sobre un antiguo camino que han desbrozado para unirlo al recorrido de la carrera de esta edición. Ahora sí, tengo que arriesgar y dar lo mejor de mí. Comenzamos a bajar por el sendero. Es muy empinado. El terreno es infernal, arena resbaladiz­a, raíces como cepos por todos lados, piedras sueltas. Fernando va delante, y me va ayudando a leer el terreno. La visibilida­d es muy mala. Otros dos corredores se unen a nosotros. Voy plantando los pies con la mayor precisión y rapidez de la que soy capaz, pero me quedo enganchada en las raíces y hago varios amagos de caerme. Llegamos a una parte de arena y al final llega la caída. Tirada en el suelo hago un reconocimi­ento rápido por el cuerpo. Ok, todo parece estar bien. Me levanto rápido y a seguir bajando. Por fin dejamos atrás el maldito sendero. Hace tiempo que mi reloj se quedó sin batería, así que no sé cuánto tiempo nos queda. Me da miedo preguntar. Al salir a la carretera Fernando me pregunta ‘¿Te ves capaz de ir a 5 minutos el km?’. Puf, no lo sé, pero por supuesto que lo voy a intentar. Volamos en el asfalto y entramos en otra pequeña senda. Tic, tac, el reloj sigue corriendo. Deben quedar muy poco minutos para las 12.00 h. Ya veo las luces de la Pola y se escucha a Depa con su inconfundi­ble voz sobre la canción "Como yo te amo" de Rocío Jurado. ¡Ayyyyy, qué emoción! Voy a todo lo que me dan las piernas. La cintilla ya no duele. Debo tener las endorfinas por las nubes. Llegamos al pueblo y le pregunto a Fernando: ‘¿Crees que lo vamos a conseguir?’ Y me dice ‘Por supuesto María. Lo vamos a conseguir’. Una alegría enorme me invade el cuerpo, estoy a punto de terminar mi primer ultra, guauuuu. Me siento como flotando en una nube mientras corro por las calles de Pola hacia la meta. Hay mucha gente animando, y entro en una especie de estado de ensoñación. Escucho mi respiració­n y noto cómo las lágrimas se van acumulando en los ojos. Por fin veo la meta y vuelo hasta ella, Fernando a mi lado. León y Bruno corren hacia mí, me dan la mano y cruzamos el arco juntos. El reloj marca 16 horas, 51 minutos y 44 segundos. ¡¡¡¡Lo he conseguido!!!! Ya soy ultra. No soy capaz de describir la cantidad de sentimient­os que se agolpan en el corazón. Todos maravillos­os. Estoy segura de que correré más ultras, tal vez en las Rockie Mountains. Esto no ha hecho más que empezar. Pero os aseguro que Desafiosom­iedo siempre será para mí la carrera más bonita del mundo.

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Juanjo Somohano e Iker Karrera, vencedor y segun-d o respectiva­me nte de la UTDS, corrieron juntos gran parte del recorrido.
 ??  ?? Arriba, a la izquierda, Azara García de los Salmones, vencedora UTDS con récord. La espectacul­ar salida desde Pola de Somiedo. Sobre estas líneas la autora de esta crónica, María Cebrián, emocionada al convertirs­e en finisher. La meta es una auténtica fiesta: Depa y Zaid ait Malek en una sesión improvisad­a de break dance.
Arriba, a la izquierda, Azara García de los Salmones, vencedora UTDS con récord. La espectacul­ar salida desde Pola de Somiedo. Sobre estas líneas la autora de esta crónica, María Cebrián, emocionada al convertirs­e en finisher. La meta es una auténtica fiesta: Depa y Zaid ait Malek en una sesión improvisad­a de break dance.
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