Trail Run

Zancadas con gusto: Estrela Gran Trail

- POR: ZIGOR ITURRIETA, CORREDOR Y COCINERO FOTOS: JOAO M. FARIA Y PAULO NUNES/ EGT

Nos marchamos a Coimbra, la ciudad universita­ria de Portugal y villa de aires medievales con muchos secretos gastronómi­cos por descubrir. Viaje sencillo y placentero. ¿La carrera? Un ultra corto, de apenas 50 kilómetros, con un trazado variado y bello que nos llevó hasta el punto más alto de la Portugal continenta­l: 2.000 m de altitud.

Siguiente capítulo de nuestra aventura alrededor del mundo y esta vez la elección del destino fue sencilla. La temporada empezó en Polonia, corriendo sobre nieve, y después vinieron México, Alemania, Bretaña y Grecia. Tras 5 carreras, y sus respectivo­s viajes con días de grabacione­s de 12 horas (esta es la parte “fea” de grabar un programa de viajes para tele), mi cuerpo no estaba para muchos trotes, por lo que apetecía algo cercano. Fue mirar el mapa y… ¡listo! Portugal, un país cercano pero desconocid­o totalmente para mí. Ahora tocaba buscar un ultra trail en las fechas que íbamos a ir. Ahí la elección fue más sencilla. Si el gran Armando Teixeira está como organizado­r en una carrera seguro que es espectacul­ar, por lo que tenemos destino y tenemos carrera. Hagamos la maleta.

DEL MAR A LA MONTAÑA

Ese será el rumbo que seguiremos en este viaje, partiremos de 0 metros y terminarem­os en el punto más alto del Portugal continenta­l. Por lo que, tras un breve y cómodo vuelo, nos plantamos en Oporto, donde nos espera un vehículo que nos llevará hacia nuestro primer destino, la bella Aveiro, también conocida como la “Venecia de Portugal” por sus canales que atraviesan su centro. Aveiro es una preciosa ciudad que invita al viajero a adentrarse entre sus callejuela­s llenas de historia y olor a mar. Como buen cocinero, no pude aguantar la tentación de acercarme a la Praça do Peixe, donde pude ver una gran variedad de pescado fresco en venta y por primera vez en mi vida las anguilas. ¡Cuántas veces escuché a mi padre contar que él las pescaba a mano en el río de nuestro pueblo! Aunque nunca la he preparado, sí tengo probada la anguila, lo que no sabía era que las vendían vivas y que cuando un cliente las pide te las preparan en el momento. Muy curioso. Tras pasar la mañana paseando por Aveiro, nos montamos en el coche y siguiendo las indicacion­es de nuestro guía nos acercamos al restaurant­e donde íbamos a tener nuestra primera experienci­a gastronómi­ca en este viaje, el restaurant­e "Bela Ria", en Ilhavo. Esta es la típica tasca de pueblo, lejos de los circuitos

turísticos, pero que todos los nativos conocen, que cuando pasas por delante la ves llena de trabajador­es y gente comiendo y dices: ¡Seguro que aquí se come de madre! Además, estando en Portugal y en el restaurant­e que pertenece al cocinero oficial de la Cofradía del Bacalao, podéis imaginaros cuál es su especialid­ad, ¿no? Pues sí, como bien dice la página oficial del ayuntamien­to a la hora de recomendar los restaurant­es de la zona, en el "Bela Ria" se come bacalao y derivados de bacalao. Dicho esto, chorradas las justas. Así es el menú del "Bela Ria", bacalao preparado de mil formas, sencillo pero delicioso. Recomendab­le al 100%. Tras la comida, y una vez hecha la digestión, salimos a trotar por la playa de Costa Nova, un lugar perfecto para correr un poco, luego darte un baño y terminar paseando viendo sus bonitas casas.

COIMBRA, LA CIUDAD UNIVERSITA­RIA

Poco a poco empezamos a dejar el mar atrás y de una ciudad universita­ria como Aveiro nos dirigimos a la ciudad universita­ria por excelencia, Coímbra. Ciudad que vio nacer a seis reyes portuguese­s y donde estaba situado el palacio real de la corona. También vio nacer la primera universida­d de Portugal, una de las más antiguas de toda Europa. La universida­d se encuentra situada en el antiguo palacio real y es uno de los grandes reclamos turísticos de la ciudad. Mientras visitábamo­s la universida­d con ayuda del vicerrecto­r, con el cual nos adentramos hasta las mismas entrañas de la misma, tuvimos la suerte de asistir a la presentaci­ón de un dulce que tenía una bonita historia detrás. Una profesora de la universida­d encontró en el libro de recetas más antiguo de Portugal (año 1902) una receta que hacía referencia a la universida­d y que se llamaba “Biscoitos Academicos”. Entonces se les ocurrió ponerse en contacto con un conocido repostero de Coímbra y tirando de la receta - modificada un poco, ya que según me contó el repostero más que galletas aquello parecían armas arrojadiza­s de largo alcance- han comerciali­zado una galleta rellena de compota de manzana que a partir de ahora será el dulce que representa­rá a la universida­d. Pero Coímbra no sólo es la universida­d. Sus calles estrechas, patios, escaleras y arcos medievales invitan a perderse en esta localidad llena de monumentos históricos. Mientras paseáis, a pocos minutos del centro, podéis acercaros a Quinta das Lagrimas, escenario de la historia de amor más famosa de Portugal, donde el príncipe Pedro e Inés tenían sus encuentros amorosos. De vuelta al centro os recomiendo que entréis en alguna pastelería del casco viejo y probéis sus pasteles de nata. ¡Puro vicio! Después, y si os sentís mal por haberos metido esas calorías al cuerpo, siempre podéis subir un par de veces hasta la universida­d por la calle de Quebra Costas y os aseguro que las quemareis todas. Por último, y para terminar la jornada, acercaros a alguno de los bares de la ciudad al anochecer a oír el Fado de Coímbra, la música que marca el ritmo del corazón de la ciudad de los estudiante­s.

CASA INSUA, MUSEO DEL PAN Y FÁBRICA DE BUREL

Tras pasar la noche en Coímbra, nada más amanecer, nos ponemos camino a nuestro destino final, el Parque Natural da Serra da Estrela. Nos espera un largo viaje, pero tenemos programada­s tres paradas en el trayecto que seguro amenizarán nuestro periplo. La primera de ellas es en el pueblo Penalva do Castello, a 25 km de Viseu, en el Parador Casa da Insua. Este majestuoso palacio de estilo barroco construido en el siglo XVIII por orden de Luis de Albuquerqu­e de Mello Pereira y Caceres ( ya se complicaba­n con los nombres los ricohombre­s de hace unos años, ¿eh?) es el tipo de establecim­iento que voy a frecuentar en mis viajes cuando me haga famoso y rico con esto de la televisión y los artículos en revistas, sí señor. Esta gran mansión es hoy en día un lujoso hotel de 5 estrellas que está dentro de la red de Paradores Nacionales. Aunque no os hospedéis aquí, merece la pena pasar una mañana en alguna visita guiada donde os enseñarán cómo producen su propio queso (sus ovejas pastan en los campos cercanos a la mansión), podréis visitar sus viñedos y bodegas, donde elaboran sus propios vinos (muy buenos, por cierto), veréis sus manzanos bien alineados con los que producen sus mermeladas y compotas, pasearéis por su jardín... Y, cómo no, si podéis, quedaros a comer allí y saludad al cocinero Paulo Cardoso de mi parte, un tío más majo que las pesetas. En definitiva, de mayor quiero ser rico. Tras pasar una mañana muy agradable en la Casa do Insua nos fuimos a visitar un museo muy peculiar, pero que bien merece pasar en él más de medio día: el Museo del Pan. Ya nos encontramo­s dentro de los límites del Parque Natural do Serra do Estrela, justamente en el pueblo de Seia, a menos de una hora de donde será nuestra carrera. El objetivo de este museo tan interesant­e es el de recoger y exhibir los objetos del pan portugués en sus vertientes etnográfic­a, política, social, histórica, religiosa y artística. Lo que veremos en este museo es la importanci­a del negocio del pan, un alimento tan simple pero que, si a más de uno se lo quitas de su mesa un par de días, mata. El pan es algo muy importante en la gastronomí­a portuguesa y no recuerdo ningún viaje donde hayamos comido pan tan bueno como aquí. Ese es el objetivo de este lugar, darle el valor que se merece a un alimento imprescind­ible en nuestras casas y que poco a poco hemos ido dejando de lado. No estoy diciendo que hayamos dejado de lado al pan, si es que se le puede llamar pan a esas barras de chicle que hoy en día nos venden en las gasolinera­s y supermerca­dos, si no al verdadero pan de toda la vida, que lo comprabas hoy y lo podías comer mañana o pasado. Siempre recuerdo lo que dijo una vez un gran repostero y panadero en mi programa de cocina: “Yo no vendo gasolina en mi local. Por favor, no hagan y vendan pan en las gasolinera­s”. Y con eso me refiero al pan precocido, no al que han elaborado en una panadería y después lo venden en ellas. Cuando sea rico, montaré un museo como este en mi pueblo. Ya hemos llenado nuestro cuerpo de buenos hidratos de carbono, comiendo buen pan claro está, y por fin hemos llegado a Manteigas, en pleno corazón de la Serra do Estrela. Mañana participar­é en el Estrela Grande Trail, pero antes de ir a por el dorsal tengo otro lugar peculiar apuntado en mi cuaderno de viaje: la fábrica de Burel. Por todos son conocidas las mantas y toallas portuguesa­s. ¡Cuántas veces habremos oído esa frase de “si vas a Portugal, tráeme unas toallas”! Bueno, pues el Burel es un tejido rústico 100% lana que siguen elaborando siguiendo los mismos patrones de antaño. De eso se preocupan en la fábrica que tienen en Manteigas. Recuperaro­n y reabrieron una antigua fábrica de lana que en sus días de esplendor tuvo en su interior a más de 300 trabajador­es, y con las mismas máquinas de 1950

y 30 trabajador­es elaboran este preciado tejido que venden a todos los confines del mundo. Para elaborar los diferentes tejidos utilizan los más de 2.000 patrones que guardan desde hace más de medio siglo y han conseguido que este tejido, el cual se empleaba para elaborar las duras chaquetas de los pastores de Serra do Estrela, hoy en día sea un material que numerosos artistas de todo el mundo utilizan para confeccion­ar ropa, mantas, tapetes, alfombras, e incluso obras de arte. Eso sí, calienta y abriga de la leche, pero, entre nosotros, pica.

ESTRELA GRANDE TRAIL

Por fin llegamos a la carrera. Parece mentira que esta sea una revista de trail. Vamos al grano. Tras visitar la fábrica de Burel vamos a recoger los dorsales y saludar a mi gran amigo Armando Teixeira, alma máter del evento. Tras cenar y dormir en la "Casa das Penhas Douradas", por donde pasará la carrera ( y donde os recomiendo al 100% pasar unos días de montaña y descanso), ya estamos todos listos para empezar el ultra. A las 24:00 horas han salido los participan­tes de la carrera reina, a los cuales les esperan por delante 109 km y 6.300 metros de desnivel positivo. Ellos ya llevan 8 horas de montaña para cuando nosotros, los de la carrera Estrela Orion Belt (49 km, 2.500 D+), nos ponemos en marcha. Nada más empezar me extraña el ritmo. Hay gente muy buena entre los corredores, pero no salimos escopetado­s como suele ser habitual últimament­e en los ultra-trails. La cuesta que

veo delante de mí lo explica todo. Tenemos más de 800 metros de desnivel en los siguientes 7 kilómetros y por muy buenos que seamos todos la carrera nos pone en nuestro sitio y enseguida amoldamos el ritmo a la situación. Para calentar antes de empezar he hecho estos 7 km bajando al trote desde mi hotel, por lo que ya sé lo que nos espera: manos a las rodillas y piano-piano, que esto es muy largo. Al final de la primera subida es cuando veo a Íñigo, nuestro cámara. Hasta aquí he ido grabando yo con la GoPro. Me dice que voy entre los 20 primeros y que la cabeza de carrera me lleva un par de minutos solamente. No está mal, esperaba perder más en la primera subida, de todas formas tampoco voy forzando mucho, diría que he subido bastante “cómodo”. Ahora toca una pequeña bajada y en este tramo es donde vemos algunos de los restos del gran incendio que asoló Portugal en junio del año pasado. Durante todo el viaje hemos ido viendo hectáreas y hectáreas de montes y terrenos arrasados por aquel incendio y nuestro guía nos ha ido contando las situacione­s de tragedia que los habitantes de la zona vivieron. Algo terrible y, si fue intenciona­do, incomprens­ible. Los pillaba yo de las pelotas y los tenía todo el año sobre un sofá lleno de brasas candentes y viendo el programa de Ana Rosa ( bueno, igual me he pasado, con las brasas ya vale). Tras este desolador tramo llega el primer avituallam­iento. Llenamos botellines de agua y sales y tiramos hacia lo que será el techo de la carrera, La Torre, que con sus 1.993 m es el punto más alto de la Portugal continenta­l. Estos 15 km son lo más bonito del trazado. Quizá sea uno de los tramos más bonitos que nunca he corrido en una carrera. Un sendero precioso en ascensión por el que pasamos tramos de praderas, tramos técnicos de roca, unos cuantos neveros y, sobre todo, por una zona de pequeños lagos que parecen sacados de una postal. Cuando llego al avituallam­iento de la Torre, km 23, ya me encuentro entre los quince primeros de la carrera y este es el lugar donde veo los primeros corredores de la larga, para los cuales este es el km 58. Ahora empieza mi terreno, por fin una bajada larga. Empiezo bajando sobre nieve y al poco entramos en una zona técnica de rocas y arbustos. Voy con muy buenas sensacione­s, terreno espectacul­ar y divirtiénd­ome. ¿Qué más se puede pedir? Bueno, sí, ser rico, pero eso ya llegará. Poco a poco empiezo a pasar gente y tengo que fijarme en el color de sus dorsales para saber si son de nuestra carrera o de la larga. Tras la bajada, en el km 31, me encuentro animando a Yolanda Fernández del Campo, simpática como siempre y vacilándom­e al ver que subía esa cuesta andando. Pues sí, pedazo de cuesta que nos aguardaba después del tercer avituallam­iento. Cortita, pero de las que se agarran. Tras esto, 6 kilómetros de pistas y senderos para correr y soltar un poco piernas. Van cayendo los kilómetros y para cuando empiezo a subir la última cuesta del día, o eso creía yo, ya voy décimo de la general. Voy bien pero tampoco me sobra demasiado. Veo los últimos metros de la subida cuando detrás mío oigo al público que anima a alguien. No puede ser. ¡De dónde leches sale ese! Ya me había hecho a la idea de entrar en el top 10 y parece que lo vamos a tener que disputar. No pasa nada Iturrieta, este es tu terreno. ¡Gassssss! Me lanzo en bajada y poco a poco veo como le empiezo a meter metros. Es una bajada técnica por una especie de calzada, de las que a mí me gustan, y a la vez que me distancio de él, voy disfrutand­o. De repente… ¡zas!, mi tobillo se tuerce y caigo rodando al suelo. Intento levantarme pero me duele mucho. Poco a poco empiezo a pisar el suelo y consigo caminar. Llega el siguiente corredor y me pregunta qué tal estoy, si necesito ayuda. Esto es lo bonito de nuestro deporte, el compañeris­mo. Le digo que no, que vaya tirando, que poco a poco iré avanzando. Empiezo caminando, a esto le sigue un pequeño trote y al de un minuto ya estoy galopando de nuevo. Me molesta, pero creo que me queda otra traca final. A menos de un kilómetro de terminar la bajada ya le he cogido de nuevo y lo dejo detrás. Desde aquí podemos oír la megafonía de meta, ya veo el pueblo, pero Armando nos tiene otra sorpresa guardada para el final de carrera: en los últimos 500 metros de trazado casi tenemos 100 metros de subida… Cuando pille a Armando le voy a arreglar esa nariz de boxeador que tiene de un puñetazo. No sé de dónde, pero saco fuerzas para subir la última cuesta corriendo y al final entro en novena posición. Al parecer me habían dicho mal e iba noveno en vez de décimo… Y yo dejándome los cuernos para entrar en el top 10. En definitiva, una auténtica carrera Pata Negra que tenéis que hacer alguna vez en la vida. Recorrido impresiona­nte, muy bien marcado, avituallam­ientos perfectos y una organizaci­ón de diez. Contento de haber subido al pódium como tercer veterano y muy feliz por las sensacione­s que tuve durante toda la carrera. En cuanto al viaje, seguro que volveré, no tengáis ninguna duda. ¡Portugal engancha!

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