Trail Run

La Huella de Manu Vilaseca

Los sueños pueden transforma­rse en realidad

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Yo era solo una adolescent­e, apasionada por los animales. En aquella época era alumna de la escuela de equitación y no tenía mi propio caballo, aunque ya existiera en mis sueños. Cada día iba a la hípica, aunque no tuviera clase, iba de pantalón largo y botas y me quedaba a la orilla de la pista observando, esperando una oportunida­d para montar, pero la mayoría de las veces volvía a casa con las ganas. Esa era mi pasión. Basta decir que estudié en una escuela americana y tenía todo para ir a la universida­d en Estados Unidos. Era buena estudiante y tenía notas para conseguir beca, pero la posibilida­d de salir del país nunca se cruzó en mis pensamient­os. ¿Por qué? ¿Porque era muy joven para vivir sola? No, simplement­e porque no podía imaginar mi vida sin mi caballo. Pero volvamos a algunos años antes, cuando yo todavía montaba en la escuela. Recuerdo un fin de semana estar con mis padres hablando de caballos y de cuánto quería tener el mío. Mi padre me decía que era muy caro y que él no podía comprarlo, pero el sueño seguía vivo dentro de mí. "¿Y si me toca la primitiva?”, Pregunté un día. "Bueno, si te toca, entonces sí. Pero para eso tienes que jugar ", respondió mi padre. Pasado más o menos una semana de aquel día, estábamos mi padre, mi hermano y yo en el coche yendo al colegio. Recuerdo que era el primer día de abril, más conocido como el "Día de la Mentira". Teníamos una rutina por la mañana, donde mi padre dejaba a mi hermano en su escuela y luego me dejaba en la mía. Ambos comíamos en el colegio y él siempre nos daba dinero para la merienda, pero aquel día no tenía dinero cambiado. Recuerdo que paró el coche al lado de un quiosco, compró el periódico y dos “raspadinha­s”. Creo que hoy en día esto ya no existe. Era un billete de primitiva instantáne­a, donde bastaba rascar los 6 números existentes y si 3 de las cantidades eran iguales, la persona retiraba el premio correspond­iente. Mi padre me entregó una “raspadinha” a mí y la otra a mi hermano, junto con el dinero de la merienda. Me acuerdo que rasqué el primer número y me salió 9 millones de Cruceros - que puede parecer una cantidad absurda, pero con la moneda súper desvaloriz­ada, no era nada de otro planeta (aunque sí, era mucho dinero). Rasqué el segundo y tercer número y salieron cantidades diferentes. Rasqué el cuarto número y apareciero­n los 9 millones nuevamente, pero siempre era así - aparecían dos veces para que el jugador se quedara con la esperanza. Rasqué el quinto y apareció una cantidad diferente otra vez, y cuando rasqué el sexto número, para mi sorpresa, vi por tercera vez los 9 millones. Fue un shock, y miré muy atenta antes de atreverme a abrir la boca. Tomé aire y grité: "¡Gané 9 millones!" Mi hermano replicó inmediatam­ente: "Primero de abril, ¡Día de la Mentira!" "Te lo juro, gané 9 millones", grité emocionada. Mi padre paró el auto inmediatam­ente y tomó el billete de mi mano. Él no podía creerlo. Nos quedamos los tres incrédulos dentro del coche, dando gritos de felicidad. Mi cabeza estaba en otro mundo, pero la vida seguía igual y mi padre me dejó en el colegio. Yo era muy tímida y tenía hasta vergüenza de contar a mis amigos que un milagro acababa de suceder, pero no me contuve. Expliqué a mi mejor amiga que me había tocado la primitiva y la noticia se extendió por el colegio como una plaga. Pero como era el primer día de abril, nadie creyó en mí y todo se quedó como una gran broma. Y así fue como mi sueño se convirtió en realidad y pude comprar mi tan soñado caballo.

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