El recluso polaco
TODO UN PERSONAJE
Nos hemos enterado por la prensa de que el periodista español Pablo González, nacido hace 42 años en Moscú con el nombre ruso de Pavel Rubtsov, nieto de uno de aquellos niños de la guerra exiliados durante la Guerra
Civil y que vivió en la Unión Soviética hasta que con nueve años su madre lo trajo a España, lleva ahora dos años en prisión incomunicada y preventiva en Polonia, bajo la vaga acusación de espía ruso, pero sin que se hayan presentado cargos ni pruebas, sin juicio todavía. Mucha prevención parece esa, aunque típica de las historias de espías, donde nunca hay forma de averiguar nada. Por eso se llaman servicios secretos. Este Pablo, o Pavel, es licenciado en Filología Eslava
por la Universidad de Barcelona, y como periodista freelancer especializado en Europa del Este, ya cubrió la Guerra del Dombás, y colaboraba en Público, La Sexta y Gara. Quizá su doble nacionalidad rusa y española, así como su aspecto bastante ruso con calva bruñida y grandes barbas decimonónicas rusas, le haya hecho sospechoso a las autoridades polacas, que desde luego son muy polacas y tienen la judicatura que tienen (recluyen por si acaso), pero lo cierto es que la reclamación de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España al Europarlamento no les hizo el menor efecto, como tampoco las tibias indagaciones de nuestro ministro de Exteriores. Y ahí sigue Pablo González, o Pavel, detenido en febrero de 2022 en la frontera del Dombás, y acusado genéricamente de ser un agente de inteligencia ruso. Un espía con dominio de idiomas eslavos, lo que agrava su situación. La verdad es que no sabemos nada más de este extraño colega hispanoruso, ni es probable que lleguemos a saberlo (en las historias de espías pasa esto), pero son malos tiempos para los periodistas, y había que decirlo.