Ultima Hora

Darse un gusto

- Por Enrique Lázaro

Ahora hasta las plataforma­s cinematogr­áficas insisten con muy mala educación en preguntarn­os si tal serie o película nos ha gustado, y cuánto, porque el mundo se ha convertido en una cuestión de gustos, y según tengo entendido, todo el universo digital está lleno de me gusta o no me gusta. Es abrumador el derroche tecnológic­o en torno al gusto, y la exigencia de que confesemos los nuestros para alimentar algoritmos. Algoritmos basado en gustos, naturalmen­te. ¿El triunfo del gusto? ¿La apoteosis del capricho? Para nada. Porque precisamen­te ahora casi todo lo que nos gusta (al menos a mí) está prohibido, es muy desaconsej­able, resulta económicam­ente imposible, perjudica la salud o nos llega cargado de duros reproches morales, sociales, políticos y medioambie­ntales. Reproches a su vez cargados de razón, desde luego, al ser la razón enemiga secular del gusto. Vergüenza me da tener todavía algún gusto, pues si en otro tiempo ya acostumbra­ban a darme bastantes disgustos, y a meterme en líos sumamente embarazoso­s, ahora rozan el delito, y me abocan al abismo del vicio, la depravació­n y el pecado. La pereza, por ejemplo, y el sedentaris­mo, unos gustazos cardenalic­ios que junto a la despreocup­ación y el fumar (el humo de un habano Romeo y Julieta es la diferencia entre el ser y la nada), además de atentar contra el planeta y sus habitantes, también pueden ser lesivas para mi salud mental. Y estoy hablando de mis gustos más inofensivo­s, porque qué decir de los muy irracional­es en cuestión de comida y bebida, así como otras alegrías licenciosa­s que mejor me callo. Hay botellas de Lagavulin Double Matured que pasmarían a Epicuro, pero que tendría que redactar La comedia humana de Balzac para podérmelas permitir. La gran pregunta, madre de la filosofía, la metafísica y la ontología, es muy sencilla. ¿Por qué nos gusta todo lo que no nos debería gustar? Y encima, ahora los algoritmos no dejan de indagar nuestros gustos y exigir respuestas concretas. Con lo difícil que se ha puesto darse un gusto sin ponerse de inmediato fuera de la ley. En fin, que se me ha calentado la boca y voy a darme un gusto ya. Les recomiendo que si pueden, hagan lo mismo en su casa, en secreto.

Casi todo lo que nos gusta está prohibido, o nos llega cargado de reproches morales, sociales y medioambie­ntales

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