Una jaula de grillos
Han pasado casi cuarenta años, y Lionel Richie sigue sin tener muy claro si el mayor escollo al que se enfrentó al escribir We Are The World fue el escaso tiempo del que dispuso o las condiciones en las que debió invocar la inspiración, rodeado de serpientes y pájaros parlantes que no dejaban de enredar. No amigos, no escribió el tema en plena selva birmana, sino en la casa de Michael Jackson, coautor de la letra.
Corría el año 1985, tras la ceremonia de los American Music Awards, el actor Harry Belafonte se les acercó para suplicarles que escribieran un éxito que generará cash para paliar el hambre en África. Esa misma noche, entre la una y las siete de la madrugada, ya trabajaban en casa de Jackson en una condiciones, digamos, un tanto extrañas: el perro no dejaba de ladrar mientras el loro le espetaba ‘cállate’, y en esas que nuestros protagonistas trataban infructuosamente de concentrarse. Por increíble que pueda parecer, de esa jaula de grillos nació We are The World. Y el documental de Netflix La gran noche del pop es su vibrante testimonio.
También es la evocación de un acontecimiento histórico protagonizado por una auténtica constelación de artistas, hechizados por la noble idea de compartir un mismo espacio con colegas tan importantes como ellos, mientras unos y otros se profesan afecto, admiración e intercambio de autógrafos. El documental deja una anacrónica mirada acerca del predicamento que en aquellos momentos tenía el cassette, así como una fina mirada a la psicología del artista y sus reacciones en determinados momentos de enorme tensión. La gran noche del pop es un impagable documento sobre la creatividad desinteresada en conflicto con el tiempo, ciertamente limitado, que dispone un artista en su apretada agenda. Sin duda, el éxito de tamaña empresa recayó en una frase de Quincy Jones, productor del tema: ‘Por favor, dejen el ego fuera’.