Muere Richard Serra, el ‘poeta del espacio’ con raíz mallorquina
Es el autor de ‘La materia del tiempo’, una de las más importantes obras del Guggenheim de Bilbao Recibió el Príncipe de Asturias en 2010 Hijo de un isleño que emigró a Estados Unidos, el artista falleció a los 85 años y deja tras de sí una enorme estela
El artista Richard Serra falleció a los 85 años en su casa de Nueva York. Tras de sí deja una monumental obra por tamaño, sí, pero también por trayectoria en la que el considerado uno de los más grandes escultores de la actualidad creó enormes instalaciones, entre ellas las más famosas piezas del Guggenheim de Bilbao, La materia del tiempo, que le valieron títulos como el de ‘poeta del acero’ o ‘reinventor del espacio’.
Sus obras se caracterizaban por sus sinuosas formas, llamadas a ser acariciadas y moldeadas por el viento. Casi puede uno oírlas silbar colocadas frente al Mestral, lo que no es de extrañar ya que el nombre del propio artista genera esa suerte de conexión neuronal que parece chocar, como dos contrarios que se repelen y, sin embargo, van juntos: Richard Serra. Un nombre típicamente anglosajón junto a un apellido típicamente mallorquín.
Y es que el escultor era, efectivamente, mallorquín de ascendencia. Hijo de Tony Serra, un isleño que junto a toda su familia emigró a los Estados Unidos y se trasladó, en concreto, a San Francisco, donde nació Richard. Su padre trabajaba como capataz en una fábrica de dulces y en una fundición, aunque Serra lo recordaba más de su etapa durante la guerra, cuando se ocupó en instalar tuberías en una nave creada tras el ataque del Pearl Harbor.
La relación entre el trabajo de su padre y lo que acabaría haciendo el hijo salta a la vista. Trabajos manuales, envueltos en metales y hierros, destinados a la
creación de enormes estructuras que, a pesar de su peso, son ligeras y volátiles. El propio Serra lo recordaría años después, al contar que con 5 años su padre lo llevó a los astilleros y pudo ver cómo un enorme petrolero era botado al mar, sorprendiéndole que algo tan gigantesco «flotara».
Serra acabaría interesándose por el arte, pero estudiaría literatura
en California antes de trasladarse a la Costa Este para estudiar Arte en Yale. Allí trabajó en una planta de procesamiento de metal pesado, donde de alguna manera empezaría lo que vendría después: décadas dedicadas a lo que le interesaba: «La creación de la forma, para lo cual tienes que entender de dónde viene y cómo es creada».
A pesar de sus muchos reconocimientos internacionales y nacionales, como el Premio Príncipe de Asturias, entregado en 2010, o su instalación en el Guggenheim de Bilbao con La materia del tiempo, enorme conjunto de siete esculturas, o incluso la sonada desaparición de 38 toneladas de su obra del Reina Sofía de Madrid, sus aproximaciones a la Isla son
más bien escasas. En los 80 viajó en al menos dos ocasiones a Mallorca para verse con Bartolomé March Servera, aunque no resultó en una colaboración específica. Y, décadas después, el Govern Balear lo tuvo en mente para el proyecto Land Art del Parc de Mondragó junto a Rebecca Horn, David Nash, Perejaume, Julián Valle, Ferran Aguiló y Miquel Barceló, entre otros. Tadashi Kawamata era el encargado de la planificación, pero el proyecto no salió adelante.
Exposiciones
Por otro lado, una pieza suya también formó parte de la exposición inaugural de 2004 de Es Baluard Museu d’Art Contemporani, una obra sin título datada en 1985 en la que se puede comprobar, como en el resto de toda su creación, su búsqueda de la forma a través del metal, su incesante persecución del diálogo con el espacio a través del objeto físico que lo ocupa y que daba por resultado sigilosas y contundentes piezas, delicadas en su forma y robustas en su volumen. Estar en el lugar sin violentarlo.
También hubo una exposición suya de grabados en la desaparecida Galería Altair en 2007, pero esa es toda la vinculación con la Isla que tiene Richard Serra, el poeta del espacio que durante toda su vida construyó las más grandes instalaciones que pudo crear y ahora, a los 85 años, deja tras de sí el rastro de su paso por la vida en forma de arte e instalaciones monumentales que acompañan al entorno en el que están, respetándolo y, al tiempo que lo modifican con su sola presencia.