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Me parece que oigo voces

- Por Enrique Lázaro

De un tiempo a esta parte me parece que oigo voces, lo que si para cualquier individuo oyente puede ser signo de locura o posesión diabólica, para un sordo que jamás oyó nada y se guía por la lectura labial, el tono y la gestualida­d (lenguaje no verbal), es un fenómeno más raro y peligroso, incomprens­ible. Sobre todo, porque los sordos somos más sensatos que la gente corriente, y al haber escuchado pocas tonterías desde niños, tenemos el cerebro menos maleado, sin zonas cenagosas que alteran la cognición y propician los trastornos. No somos proclives a locuras ni posesiones, y si no oímos las voces que todo el mundo oye (salvo que estén subtitulad­as en las pelis), cómo vamos a oír las que no existen, o existen sólo en la mente. Imposible. Los sordos oímos con los ojos, de ahí que cuando hace unos meses empecé a escuchar voces muy confusas, enseguida me pregunté qué mierda estaba yo mirando, y si lo próximo sería ver muertos. Muertos locuaces, me refiero. Pero sólo estaba leyendo el periódico tranquilam­ente, y no pude distinguir si las voces que resonaban en mi cabeza, chillonas y estridente­s como de niños mimados con una pataleta, eran las mismas cuya transcripc­ión leía en la prensa. Capté entonces algunas voces de tono autoritari­o, acaso pertenecie­ntes a diputados o senadores (ya he dicho que distingo los tonos, como los perros), y calculé si mi largo hábito de traducir signos visuales en auditivos, alcanzado el paroxismo, no me habría llenado la cabeza de voces persistent­es, crónicas, igual que si tuviese una radio

«Parece que he interioriz­ado el vocerío exterior, y ahora oigo voces en la cabeza»

incrustada en la sesera, o un informativ­o de televisión. ¡El desorden de los sentidos que poetizaba Rimbaud! Y en esas estamos. Por hache o por be, parece que he interioriz­ado el irritante vocerío exterior, y ahora oigo voces cada dos por tres, incluso haciendo un sofrito, fregando la vajilla, poniéndome los zapatos y bajando la basura O de camino al estanco. Aún no he logrado identifica­r ninguna, aunque hay dos o tres muy insistente­s y drásticas, y una quizá pertenecie­nte a un as de las monsergas, porque murmura sin tregua y nunca dice nada. Insinúa, denigra. En serio, no tiene gracia oír voces. No me quedé yo sordo para esto, y por primera vez en mi vida compadezco a los oyentes. Apañado estaré si ahora tengo dentro el griterío exterior.

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