La befa presidencial
Pedro Sánchez decide continuar en el cargo tras una reflexión de cinco días sin que sea capaz de aportar ninguna propuesta
La solemne comparecencia de Pedro Sánchez de ayer a las puertas del palacio de la Moncloa confirmó el jutipiris del pasado miércoles, cuando anunció su retirada de cinco días para meditar si le valía la pena continuar como presidente del Gobierno. Pues parece ser que sí, aunque los ciudadanos seguimos sin saber qué hará para recuperar la ilusión perdida; aunque sus palabras transmitían que nada va a cambiar. Ese ambiente irrespirable de la política española no parece que le desagrade tanto como quiso dar a entender, la fórmula de culpar siempre a los adversarios –derecha, ultraderecha, judicatura y medios de comunicación– como si de un mantra se tratase no ha variado. Sánchez sigue donde siempre. El engaño, la jugada, tiene plazo de caducidad: las elecciones catalanas y las europeas. Ambos comicios son la reválida de un presidente al que la sobreactuación de estos últimos días sólo ha convencido a sus incondicionales, la indiferencia de sus socios debería ser una primera señal de alarma. Sánchez no ha dimitido porque no puede, el cesarismo tiene estas cosas y su partido debería tomar buena nota. La legislatura continúa sin que se formule ninguna propuesta de acuerdo con la oposición, mucha verborrea vacua y poco más. No hay conclusiones ante lo que se presentó como una situación límite mediante una carta en las redes sociales, otra filfa más de Sánchez a la ciudadanía. Un golpe de efecto para consumo propio de sus electores, pero perjudicial para el conjunto de la sociedad a la que debe servir. Así es Pedro Sánchez, dispuesto a todo sin escrúpulos. Deleznable.