Vanity Fair (Spain)

Estos Señores Tan Sinceros

- – LOURDES GARZÓN

El diablo está en los detalles. En lo pequeño, en los matices, en lo relativo. En los detalles están también las buenas historias, sobre todo cuando los detalles no encajan y las historias se llenan de bifurcacio­nes sospechosa­s. Es la esencia del folletín y el alimento de las telenovela­s. Por eso nos gusta tanto el Pequeño Nicolás, porque los argumentos se bifurcan, los protagonis­tas se multiplica­n y no nos creemos nada de ninguno pero nos divierte especular sobre todo. Para saber mentir se necesita manejar muy bien medias verdades y no las estamos escuchando especialme­nte brillantes. “Me tomé con él una Coca- Cola y me quedé dormido”; “llamé para pedir un favor en su nombre pero solo le conocía de vista”; “no sé quién pudo poner 32 cámaras en el chalet”; “la casa era un préstamo para que pudiera hacer gestiones”; “no tengo miedo a las grabacione­s”; “nos hicimos amigos porque era muy simpático y no había nada más”; “creía que todo era desinteres­ado y por el bien de España”… La historia de Nicolás y los señores que estos días le rodean a su pesar está llena de frases hechas, lugares comunes y argumentos infantiles. La mentira requiere tiempo para su preparació­n, armazón, matices difícilmen­te comprobabl­es pero sólidos y un pequeño punto que sonroje a quien la cuenta para darle consistenc­ia. Hay que confiar en ella pero no creérsela, no bajar la guardia. No titubear, no repetir. Mantenerse alerta y firme en el argumento fundamenta­l y después terminar de cocinar con los detalles. Nadie recuerda todo al cien por cien, quizá se nos escape algo, pero nadie olvida todo por completo. Reconocer algún error. No seré yo quien corrija a estos señores — a quienes, por otro lado, se les supone, por cargo y por edad, agilidad para manejar estas cuestiones— pero quizá habría resultado un poco más creíble: “Me tomé tres o cuatro gin tonics y me entró sue-ñecillo”; “las cámaras se pusieron porque nunca se sabe cómo ni con quién va a terminar una fiesta”; “la verdad, me equivoqué, pero pensé que esa llamada me podría venir bien para un negocio tangencial”… Mentirijil­las que nos habrían hecho empatizar más con los señores, sus negocios, sus contactos y sus circuitos de seguridad organizado­s.

¿La verdad? La verdad son palabras mayores. Entre las mentiras vergonzant­es, las medias verdades infantiles, las negaciones patéticas y las amenazas solo tenemos unas cuantas circunstan­cias con mucho colorido: señores con sueño, cargos de la Administra­ción con acceso a informació­n, dinero, chalets de los que antes se usaban para grabar a señores en situacione­s comprometi­das y ligeros de ropa, amigas guapas, contactos o por lo menos citas y cámaras de seguridad en lugares que no necesitan a priori de mucha seguridad. Todas ellas ambientada­s en establecim­ientos clásicos que nos llevan de vuelta a los alegres ochenta: la terraza del 20 de Rosales, los locales del Paseo de la Castellana, la cafetería Embassy… Vuelven los jerséis de colores anudados al cuello, los san franciscos que se tomaban en Macumba y los bloody marys. Como si Snoopy siguiera entre nosotros, Riofrío no cerrara y Roldán nos invitara a tomar una copa en alguna fiesta privada a las afueras de Madrid. Una fiestade las buenas. La Navidad, siempre tan nostálgica…

LAMENTIRA REQUIERE TIEMPO, ARMAZÓN, MATICES DIFÍCIL MENTE COMPROBABL­ES Y UN PUNTO QUE SONROJE AQUIEN LA CUENTA

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