El Día Después
Resulta fácil ser Charlie, sentirse Charlie. La solidaridad en situaciones extremas, acosados por el drama, perseguidos y acorralados, brota como una reacción en cadena. Afortunadamente suele ser inmediata, incontenible, multiplicarse exponencialmente. Resulta fácil dar un paso al frente, salir a la calle, compartir el eslogan universal que alguien gritó y todos entendemos que representa nuestra rabia, nuestra impotencia, nuestro miedo, nuestro afán por pelear y sobrevivir. Nos alivia ver a ciudadanos de todo el mundo caminando en silencio por las calles. En Vanity Fair recordamos a nuestros colegas franceses, nos ponemos en su piel, pensamos en Anne Hidalgo, la alcaldesa de París, que sentimos tan cercana en nuestra cabecera y que estos días está sufriendo el dolor, el miedo y la tristeza de los suyos. Nos consuela ver que nos atrevemos, que salimos a la calle, que peleamos, defendemos, luchamos, que estamos muy cerca de miles de desconocidos de todo el mundo a quienes sentimos a nuestro lado.
La libertad es el primero de los derechos. Pero también la primera de las obligaciones. La más dura, la primera también que se tiene la tentación de olvidar en tiempos adversos. Los periodistas deberíamos, más que nadie, recordarlo ahora, el día después. Avergonzarnos de los miedos que muchas veces nos guían, de los intereses que nos conducen cuando nos sentamos delante de un micrófono, de una pantalla de ordenador. Todos hemos sido culpables alguna vez de callar, de eludir un punto de vista que nos parece el mejor, pero también el más complicado, culpables de tener miedo en estosmomentos tan inciertos, de permitirnos una cierta complacencia con el poder, que tantos quebraderos de cabeza puede darnos. De pensar que no era tan grave dar un paso atrás, matizar esa respuesta que el entrevistado dio, que resulta relevante para el lector pero que asusta a su jefe de prensa, de contemporizar. Somos cobardes cuando los ingresos bajan, las ventas se resisten y las presiones arrecian. No es fácil recordar, después de la tragedia, después de las manifestaciones, después de la solidaridad en el horror, que tanto nos ampara, que la pelea se libra en muchos frentes y en el día a día.
Leo a diario a compañeros con los que no solo estoy en desacuerdo, sino que en ocasiones me enfurecen, otras me decepcionan, algunas me indignan. Hoy me enorgullece que cada día sus artículos y sus opiniones lleguen a mi mesa. Mi desacuerdo, el suyo, el de usted con esta carta o con la última opinión que ha escuchado en la radio o en la televisión, el de todos, es nuestro poder. La cobardía, la complacencia, el miedo, la connivencia con el poder, con quienes nos quieren convencer de que contemporizar es un signo de inteligencia, nuestra debilidad y nuestra vergüenza.
Creo que la portada de este mes es valiente. Creo, sobre todo, que puede interesarles. Espero que, más allá de que les parezca que hemos acertado o nos hemos equivocado, reconozcan nuestra voluntad de hacer preguntas, de obtener respuestas, de dejar que ustedes las juzguen. Me hará sentirme muy orgullosa de nuestra profesión que ustedes la lean, la critiquen, la aplaudan, la denos-ten. Porque ese es su derecho. Y porque esta es nuestra obligación.
LA COBARDÍA, LA COMPLACENCIA, EL MIEDO OLA CONNIVENCIA CON EL PODER ES NUESTRA DEBILIDAD Y NUESTRA VERGÜENZA