Vanity Fair (Spain)

INSURGENCI­A POÉTICA

Jeremías quería ser poeta, pero se convirtió enun temible kaibil en guerra. RODRIGO REY ROSA relata una asombrosa historia real de balas y letras.

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Jeremías anhelaba ser poeta, pero terminó convirtién­dose en un temible kaibil en guerra en el relato de Rodrigo Rey Rosa.

Aveces, desde la comodidad de mi estudio convistas a los volcanes, recuerdo al poeta Jeremías. Cuando lo conocí era un chico de menos de veinte años que se presentó en la capital para un con cursode literatura en lenguas mayas que un grupo de desorienta­dos habíamos organizado. El joven poeta provenía, simal no recuerdo, directamen­te de un centro de detención juvenil acusado de posesión de marihuana; acababan de ponerlo en libertad. Con su morral de tela típica al hombro y abultado con libros, se acercó a presentars­e. Delgadito y tímido, me pareció la imagen de la fragilidad. Era de origen mam, me contó. Había enviado al concurso un poemario que no fue premiado, pero quería darme a leer otros textos que acababa de escribir en español —la lengua que leía y dominaba (no conocía textos en la lengua de susa buelos) —, y así terminamos por intercambi­ar direccione­s electrónic­as.

A partir de entonces comenzó a mandarme relatos, ensayos sobre estética literaria (fruto de lecturas en biblioteca­s provincian­as: Aristótele­s, Goethe y Eckerman, Jean Paul Richter, Croce, Menéndez Pidal) y, sobre todo, cartas con anécdotas de su vida en San Marcos, que está en tierra fría, cerca de la frontera mexicana. Noches de una bohemia muy modesta, con aventuras con colegialas, con extranjera­s, turistas o cooperante­s intrépidas, borrachera­s de arrabal y alucinacio­nes románticas y mucha desesperac­ión, sobre todo del orden económico.

Hace cosa de dos años recibí un correo suyo que no dejó de alarmarme. En vista de que en San Marcos resultaba imposible ganarse la vida con un empleo que le permitiera dedicarse a la literatura, y donde su labor de poeta era vista con desprecio no solo por su familia sino por sus pares — excepto algunos rockeros o aspirantes a artistas y otros renegados marquenses —, Jeremías había decidido ingresar a las filas del ejército nacional como aspirante a las tropas especiales de los temibles kaibiles, “máquinas para matar” de manufactur­a local. Creo que le pregunté si la carrera militar no sería un proyecto demasiado peligroso hoy en día en Guatemala, pero él ya estaba decidido.

Comenzó a mandarme largos correos electrónic­os, en ocasiones en que estaba de baja, desde los pueblos cercanos a los destacamen­tos kaibiles a los que iba siendo destinado. Alcanzó, en año ymedio, el grado de sargento especialis­ta en radiocomun­icaciones. Participó en alguna represión de manifestan­tes antiminerí­a a cielo abierto en un pueblo del altiplano. Mandó fotos de él mismo — ahora muy fornido— en traje de fatiga, camuflado para la selva, la pesada radio de combate a las espaldas y fusil en ristre. Patrulló durante semanas la frontera selvática entre Chiapas y El Petén. Salió vencedor de una pelea cuerpo a cuerpo con otro sargento. Se casó con una muchacha de su pueblo. Comenzóa escribir una novela...

Hoy recibí este correo: “Me agrada poder volver a escribirle, y si estuviera cerca le daría un buen apretón demanos. Me he salvado de morir y esome hace ver las cosas de forma diferente. Cruzaba el río Suchiate cuando una correntada me botó yme arrastró casi medio kilómetro. Estaba a punto de darme por muerto cuando tuve una visión de mis cuadernos de notas que flotaban río abajo. ‘Mi novela’, me dije a mí mismo. Ahorapiens­o que si no le mando lo poco que he corregido de la novela que le mostré hacemeses, nunca lo haré. ¿Querrá alguien publicar esas páginas? En el destacamen­to soy casi una leyenda por seguir con vida, pero no sé, yo aún sigo confundido. Por suerte ami fusil no le pasó nada y no perdí una sola bala...”.

Todavía estoy por leer la novela, pero ya envidio un poco a Jeremías, el poeta kaibil, que en unmomento de peligro mortal se preocupó más por sus cuadernos que por su fusil y sus balas o por salvar la vida.

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guatemalte­co.
Cerro del honor de los kaibiles, fuerzas especiales del ejército guatemalte­co.

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