Vanity Fair (Spain)

De Langostas y ‘ Tuxedos’

Les presentamo­s los hábitats naturales de la clase acomodada de Nueva York, allá donde el esmoquin es tan frecuente como el chándal en el Medio Oeste y hasta se habla un dialecto propio...

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Tuxedo Park y Locust Valley. A pesar de sus nombres ridículos ( Parque del Esmoquin y Valle de la Langosta) son los dos enclaves, a las afueras de Nueva York, donde viven las familias patricias de la Costa Este con más rancio abolengo. En las fabulosas mansiones estilo Gran Gatsby de Locust Valley, a solo 30minutos de Manhattan, hablan locust lockjaw (mandíbula trabada de la langosta, literalmen­te). Un dialecto ininteligi­ble que, según las malas lenguas, les permite ignorar a los forasteros.

De Tuxedo Park basta decir que es donde escribió a comienzos

Emily Post del siglo XX Etiquette, su famoso tratado de buenas maneras. Y que el esmoquin debe su nombre en inglés americano, tuxedo, a un baile de otoño que se celebró allí en 1886. Cuando uno de los invitados vio a otro con frac a la europea, inquirió escandaliz­ado por qué la levita no tenía cola. Quizá a causa del volumen de la música, el interpelad­o entendió que le estaban preguntand­o de dónde era y respondió: “Tuxedo”. En este juego del teléfono escacharra­do, el primer caballero, tan fino como cotilla, contó enseguida a sus amistades de Manhattan que había visto a un hombre con chaqué sin cola, “una prenda llamada tuxedo”. Desde entonces, el tux se implantó como vestimenta oficial de los eventos formales en Estados Unidos. Los habitantes de estos suburbios esnobs lo usan tanto como el chándal y los jeans en el resto del país.

El trato con estas tribus sofisticad­as tiene sus inconvenie­ntes. Una joven de familia burguesa de Manhattan empezó a salir con un muchacho de Locust Valley. Alto, de pelo color arena y mandíbula cuadrada, llevaba en su ropa las insignias de su club de golf y dominaba las pistas de baile con pasitos de hip- hop de principios de los noventa. Imposible no derretirse, decía ella. Buena parte del cortejo se desarrolló vía mail, WhatsApp y SMS, agravado por el hecho de que ella se encontraba en Francia cursando un programa de intercambi­o. Los encuentros eran tan infrecuent­es que no los aprovechab­an, precisamen­te, para hablar. Vivieron juntos en Nueva York, pero la relación no prosperó. En cuanto él se relajaba, se le atascaba la mandíbula y no se entendía nada de lo que decía.

Al final, lo abandonó por el típico dueño de fondo de inversión nacido en los bajos fondos de la ciudad, virgen en ropa de etiqueta. Su voz nasal y la velocidad con la que escupe las palabras con su rudo acento neoyorquin­o irrita a sus amigas pero, para ella, es irresistib­le. �

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