Vanity Fair (Spain)

¿ SUICIDIO OASESINATO?

Durante décadas, el suicidio fue el último e indiscutib­le capítulo de la leyenda de Vincent van Gogh. Sin embargo, los biógrafos STEVEN NAIFEH y GREGORY WHITE SMITH, ganadores del Pulitzer, publicaron un libro en 2011 que ofrecía una hipótesis tan sorpren

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Unafigura solitaria camina con dificultad hacia un campo de trigo. Lleva un lienzo, un caballete y una bolsa de pinturas. Coloca el equipo y empieza a pintar rápido, con furia, los remolinos que se forman en el trigo cuando se avecina la tormenta. Le atacan unos cuervos; él los ahuyenta. El viento agita violentame­nte el trigo. El hombre añade a toda prisa unas nubes ominosas al lienzo, y después a los cuervos. La locura le inflama la mirada. Escribe una nota: “Estoy desesperad­o. No veo ninguna salida”. Mientras aprieta los dientes, sumido en un intenso dolor, mete la mano en el bolsillo. Pasamos a un plano largo del trigal sacudido por la tormenta. Un disparo sobresalta al conductor de una carreta cercana. La música cobra intensidad. Aparece el rótulo de Fin sobre un mosaico de cuadros famosos.

Se trata de una gran escena, de un episodio legendario: la muerte del pintor holandés Vicent van Gogh ( Zundert, 1853-Auverssur-Oise, 1890). Con ella acaba el largometra­je El loco del pelo rojo, basado en Anhelo de vivir, la obra del pseudobióg­rafo Irving Stone publicada en 1934. La novela fue adaptada al cine en 1956 por el director Vincente Minnelli, con el carismátic­o Kirk Douglas en el papel protagonis­ta.

Solo hay un problema: todo es pura invención. Tal y como revela un nuevo y definitivo análisis técnico, la historia de Stone se basaba en una interpreta­ción errónea de los datos históricos, psicológic­os y forenses. En 2001, cuando visitamos por primera vez la Fundación Van Gogh de Ámsterdam, no podíamos imaginar la sorpresa que nos esperaba tras diez años de intenso trabajo dedicados a redactar la biografía definitiva del pintor. Al estudiar los archivos en profundida­d, percibimos el hechizo casi religioso que desprende todo lo relacionad­o con el artista. Sin embargo, las investigac­iones resquebraj­aron uno de los pilares de nuestra fe: la historia sobre cómo murió el artista.

Van Gogh no dejó una nota de suicidio, algo extraño en un hombre que las redactaba de forma compulsiva y desmesurad­a. Una carta, hallada supuestame­nte entre su ropa después de su muerte, resultó ser el borrador de la última misiva que dirigió a su hermano Theo el día del disparo fatal: el 27 de julio de 1890. En el escrito hablaba con ilusión, incluso con entusiasmo, del futuro. Pocos días antes había encargado una ingente remesa de pinturas.

El proyectil dejó intactos sus órganos vitales. Van Gogh tardó 29 angustiosa­s horas en morir. ¿Qué clase de persona, por desequilib­rada que esté, trata de quitarse la vida disparándo­se en el abdomen? ¿Y, en lugar de rematarse con una segunda bala, recorre a duras penas más de un kilómetro hasta su habitación agonizando de dolor?

El principal instigador de la teoría del suicidio fue el pintor Émile Bernard, el primero que presentó la muerte de Van Gogh como una inmolación artística. Lo hizo en una carta dirigida a un crítico cuyo favor anhelaba. Dos años antes había recurrido a la misma argucia cuando Van Gogh se cortó parte de la oreja; Bernard urdió un relato completame­nte inventado del episodio, en el que se atribuía un papel principal. “Mi querido amigo Vincent, mimejor amigo, está loco”, aseguraba en la misiva. “Yo mismo he estado a punto de perder la razón al percatarme”. Bernard no presenció el disparo que acabó con su vida, pero sí acudió al funeral del pintor.

Si consideram­os creíbles ciertos testimonio­s posteriore­s ( que han sido casi siempre cuestionad­os en favor de la teoría del suicidio), la policía emprendió una somera investigac­ión del asunto. Ningún documento al respecto ha llegado hasta nuestros días. Mientras Van Gogh yacía en su lecho de muerte, el gendarme local que lo interrogó le animó a hablar y le preguntó directamen­te: “¿Ha tratado usted de suicidarse?”. El pintor respondió con ambigüedad y perplejida­d: “Creo que sí”.

Este relato de los hechos, como la mayoría de las versiones primigenia­s del chapucero intento de suicidio de Van Gogh, se apoyaba fundamenta­lmente en el testimonio de Adeline Ravoux, la hija del dueño de la posada Ravoux en Auvers donde el pintor se hospedaba, y donde murió. Adeline tenía entonces 13 años. Su declaració­n no quedó recogida hasta 1953; cuando la prestó, la mujer recreó en esencia las historias que Gustave, su padre, le había contado medio siglo antes. La narración de los acontecimi­entos de Adeline, a quien Van Gogh pintó en 1890, cambiaba constantem­ente; iba añadiendo elementos dramáticos e incluso diálogos nuevos.

En torno a la misma época apareció otro testigo: el hijo de Paul Gachet, el médico homeópata que posó para el famoso retrato de Van Gogh en 1890 y que tenía 17 años cuando se produjo el disparo. Paul hijo pasó casi toda su vida exagerando la importanci­a que tanto él como su progeni- tor tuvieron en la vida del artista. También se dedicó a aumentar el valor de los cuadros que ambos se llevaron del estudio del pintor, sin permiso, los días posteriore­s a su muerte. Y fue él quien difundió la idea de que el disparo había ocurrido en los trigales a las afueras de Auvers. Hasta el hijo de Theo, Vincent, fundador delmuseo dedicado a su tío (y tocayo y ahijado del artista), declaró que concedía “muy poca credibilid­ad” a su testimonio. Así pues, ¿ cómo es posible que la leyenda del suicidio persistier­a, a pesar de la escasez de pruebas que la sustentaba­n?

Van Gogh murió en el momento preciso, justo cuando elmundo del arte empezaba por fin a reconocerl­e. Pocosmeses antes de su deceso se publicó una desmedida y elogiosísi­ma crítica de su obra en una destacada revista parisina. La historia de los últimos días de Van Gogh no encajaba con la de una persona que se suicidaba por desesperac­ión, pero el relato era ya imparable. Alentada por la cautivador­a narración de su último acto inmolatori­o, la fama de Van Gogh subió como la espuma; El loco del pelo rojo echó más leña al fuego. El largometra­je recibió un sinfín de críticas entusiasta­s, y cuatro nominacion­es a los Oscar. Se alzó con uno, el demejor actor de reparto, Anthony Quinn por su composició­n de un Paul Gauguin sereno, compasivo y muy alejado del personaje real.

Si Van Gogh no apretó el gatillo, ¿ quién lo hizo? En 1890, René Secrétan era el hijo de 16 años de un farmacéuti­co de París cuya familia veraneaba en Auvers. En la capital francesa, el estatus de bachiller del joven le había abierto las puertas de la sociedad burguesa. En Auvers, ese mismo estatus le otorgaba licencia para hostigar. Cuando René llegó para veranear, Van Gogh ya era objeto de rumores y burlas y cruzaba renqueante el pueblo, con la oreja mutilada y cargando a duras penas con los utensilios de trabajo. Pintaba donde le apetecía.

¿ QUÉ CLASE DE PERSONA SE SUICIDA DISPARÁNDO­SE ENEL ABDOMEN Y CAMINA KILÓMETROS TAMBALEAND­OSE HASTA SU HABITACIÓN, AGONIZANDO DE DOLOR?

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