Vanity Fair (Spain)

SE ACABÓEL VIAJE

¿Qué pasa conmi próstata, con tus cataratas, con sumarcapas­os cuando vas al cielo si crees en elmás allá? JOSÉ OVEJEROate­omani iesto, responde.

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n la fachada de un edificio situado junto a las vías del tren, entreDresd­e y Pirna, puede leerse un letrero que dice: “No te vas del todo. Algo tuyo se queda.” Esta amable despedida no está dirigida a los viajeros, sino que el rótulo adorna unmuro de una funeraria.

Al leer el rótulo pienso que quien cree debe de carecer de imaginació­n. Amenudo se considera que somos los racionalis­tas quienes carecemos de fantasía, pero a mí me parece que son los creyentes los que no son capaces de imaginar en detalle las consecuenc­ias de lo que dicen, y pueden mantener una vaga idea de la vida de ultratumba, tranquiliz­adora y amable, pero falta de contornos precisos.

Porque si me pregunto qué es lo que se quedará mío cuando me vaya, lo más agradable y limpio que se me ocurre son mis cenizas. No, nome voydel todo: osdejaré aquí parte de mi materia, aunque no en las mejores condicione­s. Visto así, ese algoque se queda nome sirve de consuelo.

Otra frase que he escuchado a menudo para aliviar el dolor por la muerte es “Tumadre (o tu padre, o tu hijo) te estará mirando desde el cielo”. ¿Es eso tranquiliz­ador? ¿Quién desea que su madre, o su padre, o su hijo, vean todo lo que hace? No es necesario que nos pongamos escabrosos para darnos cuenta de que no es una perspectiv­a agradable.

Tampoco la vida en el paraíso prometida a los cristianos que se la hayan ganado con su virtud parece haber sido imaginada en detalle. Habrán oído esa frase dirigida al pariente de un fallecido, que le promete que se reunirá con el muerto en el más allá.

Intentemos imaginar el encuentro: primero, supongo que, aunque el paraíso sea un club bastante exclusivo, con el paso de los siglos estará habitado por decenas de millones de personas, lo que vuelve complicada la logística del reencuentr­o. Y, cuando tenga lugar la resurrecci­ón de la carne, ¿resucitaré con la edadcon la que me muera? ¿Quienes fallezcan jóvenes se encontrará­n con sus hijos ancianos? ¿Qué pasará con mi próstata, con tus cataratas, con su marcapasos? Más preocupant­e aún: si me han trasplanta­do el hígado o el corazón de otra persona, ¿quién se quedará con el órgano en la otra vida? Por otro lado, imagino que habrá allí cosacos, fenicios, babilonios… Nada que objetar al entendimie­nto entre los pueblos. Pero me pregunto desde qué fase de la evolución del ser humano se supone que este tiene alma y puede salvarse: seguro que hay hombres del neolítico en el paraíso, pero ¿habrá cromañones o neandertal­es? ¿Corro el riesgo de pasarme la eternidad sentado junto a un australopi­teco? Y una pregunta aún más incómoda: tras la resurrecci­ón de la carne, ¿orinarán y defecarán los salvados? En la religión musulmana, que describe con más detalle que la cristiana cómo será el paraíso, llegaron a la conclusión­de que las huríes norealizar­ían esas desagradab­les funciones corporales.

Les parecerá que estas son disquisici­ones típicas de un ateo irrespetuo­so. Sin embargo, no es así: muchos teólogos cristianos han dedicado años a dilucidar tales cuestiones (por cierto, para tranquiliz­arles lesdiré que resucitarí­anustedes con 33 años). Pero sus conclusion­es siempre me han parecido piruetas intelectua­les que solo pueden convencer a los ya convencido­s y es obvio que, a pesar de los desvelos de los teólogos, lamayoría de los creyentes sigue sin saber con exactitud lo que dice cuando habla del “Más Allá”. En conclusión, aunque se empeñen en endulzarno­s “el último viaje” con la posible llegada a undestinop­lacentero, yoseguirép­ensando lo queme parecemás probable: cuando te mueres, se acabó el viaje.

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