Viaje conNosotros...
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n la Gran Manzana, pocas cosas se consideran de peor gusto que un crucero. Si realmente tienes el dinero te compras (o alquilas) silenciosamente un yate, y partes cuando quieras a donde quieras con tu chef favorito, la tripulación más atractiva y tus íntimos. Luego está la cuestión ideológica. Nueva York es una urbe progresista, y que se segregue a la gente en cubiertas de primera, segunda y tercera afecta a las sensibilidades. “Distinción de clase obviamás not obvious; un crucero equivale al segundo anillo del infierno”, sintetizó recientemente un lector de The New York Times. En la ciudad de hay que
Woody Allen agregar que el mero avistamiento de una hiperpoblada mole acuática cerca de la Estatua de la Libertad puede provocar estampidas hacia Bergdorf o alguna otra tienda de la Quinta Avenida. Allí, las rubias ataviadas con discretas perlas y cashmere de verano, además de impecables y fascinantes, parecen bien desinfectadas.
Sin embargo, los neoyorquinos son un grupo demográfico demasiado poderoso como para que las empresas marítimas los dejen escapar sin más. Conscientes de que un verdadero habitante de esta ciudad debe demostrar siempre que es serio, culto y tiene una misión en la vida (aunque consista en tirarse al agua por un tobogán detrás de ), han puesto de
Minnie Mouse moda dos tipos de cruceros.
El primero consiste básicamente en pasar una semana en altamar escuchando conferencias. Los grandes especialistas de los medios y universidades más prestigiosos disertan sobre la guerra, las hambrunas y los desastres ecológicos en los lugares que se visitan. A bordo, los viajeros tienen garantizado que no van a compartir camarote con un señor fornido delMidwest vestido con camisa hawaiana y guirnalda de flores de plástico que solo quiere saber dónde está la sala conPlaystationpara los nietos—y lapiña colada gratis para él—. El patrón común es “curiosidad intelectual” y un presupuesto holgado para satisfacerla. Los “like minded travelers” —nunca turistas— disfrutarán de actividades de entretenimiento “curadas”, lo cual las hace más aceptables aunque impliquen decidir entre piscina y tumbona.
La otra alternativa son los cruceros donde, en lugar de ir solamente a la playa, los pasajeros se entregan a actividades de beneficencia en los pueblitos necesitados. Sin embargo, la recepción de estos extranjeros bienintencionados que quierencambiar elmundoantes del chapuzón vespertino no siempre es la esperada. Desencantados, muchos han decidido que, si se vuelven a embarcar, será exactamente en elmismo tipo de crucero que elija cualquier señor fornido con camisa hawaiana y nietos en laPlaystation. Solo es cuestión de mantenerlo en secreto al regresar aManhattan. �