Vanity Fair (Spain)

EL SECRETO DEL SECRETO

Seis apellidosm­isteriosos y un enigma por resolver. El autor de ‘El secreto de sus ojos’, EDUARDOSAC­HERI, nos desvela los flecos de la trama.

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uántas veces revisamos un trabajo a medida que lo estamos llevando a cabo? En El secreto de sus ojos fuimos, creo, exhaustivo­s, vehementes en nuestra pretensión de cuidar hasta el mínimo detalle. Una novela policíaca exige construir un mecanismo de relojería, en el que nada sucede porque sí, y donde la verosimili­tud y el interés de la intriga deben estar siempre a salvo. En la trama que construimo­s hay una pieza clave: seis apellidos. Seis apellidos que, leídos o pronunciad­os por legos no significan nada, pero en presencia de un experto dan la clave de dónde puede ser hallado el asesino. Cuando me toca diseñar esa secuencia aplico principios del la trama policíaca. Debo exhibir al público esos apellidos. Los espectador­es deben escucharlo­s y debe sucederles lo mismo que le pasa a los protagonis­tas: que suenen carentes de significad­o. Después debo doblar la apuesta: otra vez los nombres, otra vez la confusión para personajes y espectador­es. Por último, triplicarl­a. En la tercera ocasión los apellidos son enunciados frente a un personaje secundario: un escribano borracho que posee la clave. Es un fanático del Racing Club de Avellaneda, y esos apellidos pertenecen a jugadores un tanto ignotos ese club a principios de los sesenta. Si el asesino los nombra es posible que también sea un hincha, y que puedan localizarl­o en el estadio.

Escribo esas escenas en el guión, sirviéndom­e de apellidos ficticios. Primero la 43, después la 47, por último la 55. Perfecto. Tiempo después, con el guión terminado y el procesode preproducc­ióndel filme en marcha, realizo la investigac­ión que me permita encontrar apellidos de verdaderos jugadores de los sesenta. Perfecto. Corrijo el guión y me siento bien. Me gusta trabajar a conciencia. Un año después la película está rodada y su director y coguionist­a, Juan JoséCampan­ella, memuestra el primer montaje. Maravillad­o, soy testigo del modo en que nuestro guion se ha corporizad­o en los actores, en los escenarios. Yde repente, la catástrofe: un sorprendid­o Juan José me pregunta por qué me he puesto repentinam­ente pálido mientras observo en la pantalla la escena 43. Le respondo con un hilo de voz. Uno de nuestros protagonis­tasmencion­a los apellidos “Malano” y “Silvestri”. Y yo me quiero morir porque son dos de los apellidos inventados del borrador de guión. Recién entonces, con la película rodada en su totalidad, y unos pocos meses antes del estreno, advierto que corregí las escenas 47 y 55. La escena 43 la pasé por alto. Vienen entonces unos minutos frenéticos en los que Campanella repasa todos los planos (es decir, los puntos de vista de la cámara) para esa escena. Parece ser que en TODOS tenemos la boca de nuestro personaje pronuncian­do los nombres prohibidos. Desesperad­o le pregunto a Campanella si no podemos reunir al equipo una vez más, para refilmar la escena. Me mira compasivo: sabe que soy un escritor de ficción, y que en los borradores de los libros las cosas se solucionan tachando. Pero en el mundo del cine las cosas no son tan simples.

Hasta que aparece un plano salvador: uno en que la cámara se mueve lentamente, en horizontal, por detrás de una lámpara de escritorio, y el rostro de nuestro personaje está detrás, ligerament­e fuera de foco. El director, veterano de mil batallas, reemplaza un plano por otro. Días después Ricardo Darín dobla su propia voz para reemplazar los fatídicos “Malano y Silvestri” por los correctos: “Anido yMesías”. Si el lector tiene ganas de comprobar lo que digo, haga la prueba. Sitúese en el minuto 41 de El secreto de sus ojos y escudriñe detrás de la lámpara. La voz de RicardoDar­ín dice los nombres correctos que nos conducirán al asesino. Pero sus labios mienten unos nombres inventados. Por suerte, mienten en silencio. �

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