Vanity Fair (Spain)

EN EL NOMBRE DEL PADRE

Suvida está en medio de un tsunami mediático y no es solo por suregreso a los ruedos. Hace unosmeses sus padres anunciaron su separación después de 40años juntos. Y una reciente sentencia dictamina que El Cordobés tiene otro hijo no reconocido, el también

- Por ELENA CASTELLÓ

Su vida atraviesa un tsunami mediático tras la sentencia que dicta que su padre tiene otro hijo no reconocido. Pero Julio Benitez El Cordobés no se calla…

Hasta ahí puedo leer. ¿Te parece bien?”. Julio Benítez (Córdoba, 1984) zanja su última respuesta en tono de guasa. No rehúye ninguna pregunta, responde con cortesía y, en ocasiones, con retranca andaluza. Pero su tono cauto, y un poco tenso a veces, revela que no se siente cómodo ante los periodista­s. Fuma mucho y lanza casi siempre un suspiro antes de contestar, especialme­nte cuando la conversaci­ón gira en torno a su padre, Manuel Benítez El Cordobés, y la reciente sentencia de un juez de Madrid que ha dictaminad­o que el diestro Manuel Díaz (también apodado El Cordobés) es su hijo, a pesar de que el torero se niega a reconocerl­o. Es lo que Julio Benítez llama, en varias ocasiones, “el tema”. “No me vas a preguntar demasiado por el tema, ¿no?”, dice.

Sin embargo, a pesar de su recelo, contesta con franqueza y “de frente”, como él mismo describe a los que no tienen dobleces, aunque jamás dirá una palabra que pueda sonar a crítica hacia su progenitor. “No soy quién para juzgarle”, repite varias veces. “Mi padre ha sido una persona muy libre que ha hecho siempre lo que ha querido. Y le hemos respetado al máximo”. Aunque, cuando se refiere a su infancia, a los valores que le inculcaron sus padres, habla en singular y menciona a su madre. “Siempre estuvo ahí, siempre, para que no se nos torciera un pie. Es la persona más honesta que conozco”. Pero es difícil ir más allá. Incluso hablar de política le resulta más fácil que valorar por qué su padre se ha negado con tanto empecinami­ento a reconocer como hijo al diestro Manuel Díaz. Cuenta que siempre vota y esta vez ha tenido claro a quién: “Desde luego, no a los que intentan cortarle la cabeza al mundo del toro”, lanza con sorna.

Llega a la entrevista con unos vaqueros pitillo rasgados y de talle muy bajo, gafas de espejo y mochila al hombro. Parece un adolescent­e de camino al instituto. Casi no ha dormido. El fin de semana estuvo en Las Azores (Portugal) toreando y hoy se ha pegado un madrugón para coger el Ave desde Sevilla, donde ha estado encerrado seismeses entrenándo­se en una finca cercana a la capital. Julio es el pequeño de los cinco hijos del famoso “V Califa del Toreo” con la francesa Martina Fraysse, con la que estuvo casado más de 40 años y de la que acaba de separarse, y el único de ellos que hamostrado interés por el toro. Su nombre de pila le viene por el cantante Julio Iglesias, padrino de bautismo e íntimo amigo de su progenitor. Tiene los andares cortos de su padre y los ojos de su madre. Se inició en la plaza, recién terminado COU, y recibió la alternativ­a tres años después, en 2007, de la mano de su amigo Cayetano Rivera y de Finito de Córdoba. Eligió el apodo de su padre, El Cordobés. —¿Qué consejo le dio cuando le dijo que quería ser torero? —Hay que arrimarse y hay que “arrear”… Siempre ha sido su lema. Esfuerzo, sacrificio y echarle al toro los restos. —¿Le ha perjudicad­o ser el hijo de un gran mito? —Se te exige y se espera más y eso me ha afectado psicológic­amente. Pero ya he aprendido a separar una cosa de la otra. Me he quitado el lastre de las comparacio­nes. —¿Intervino él en su carrera? —Nunca. Siempre ha estado cerca, me ha apoyado, y me ha acompañado, pero él tiene sus negocios y sus cosas. Cuando dejó el toro, lo hizo por completo.

A pesar de su cautela, sí hay unmomento en que Julio Benítez casi pierde la calma. Es cuando le pregunto qué es lo que más le ha molestado de lo que ha dicho la prensa de su familia en los últimos meses. Entonces responde casi con indignació­n. “Afortunada­mente no veo la televisión ni leo las revistas. Pero es que se han dicho barbaridad­es”, argumenta. “Por ejemplo, que mi madre ha tenido la culpa de que mi padre no haya querido reconocer a Manuel Díaz, cosa que es absolutame­nte mentira. Mi padre siempre ha hecho lo que ha querido. Nadie le ha dicho que reconozca o no a nadie”.

—¿Y eso de que ha blindado la herencia familiar poniéndole­s a ustedes al frente de sus empresas?

—Un absurdo. Mi padre tiene 80 años y debe delegar cosas, y lo normal es que lo haga en los suyos, ¿no? Es verdad que estamos en una sociedad, pero no sé nada del dinero. Yo estoy en mi carrera. Lo lleva todo mi hermano Rafael.

Martina Fraysser ( Biarritz, 1945) tenía 16 años cuando vio torear por primera vez a El Cordobés en Bayona y, más tarde en la confirmaci­ón de su alternativ­a en unas fiestas de San Isidro, en Madrid. Y ya no hubo vuelta atrás. Su primera hija, María Isabel, nació en 1968. La pareja convivió sin papeles durante varios años en su finca de Villalobil­los (Córdoba), en una España que idolatraba al diestro y le perdonaba todo. Sus minifaldas causaban escándalo, pero nadie se atrevía a decirlo. Su padre era un afamado arquitecto de Biarritz, responsabl­e entre otros proyectos de la reforma del mítico Hotel du Palais, un palacio que perteneció a la emperatriz Eugenia y fue uno de los más célebres de la jet internacio­nal. “Para ser capaz de aguantar ese cambio, ya tienes que querer a una persona”, reflexiona Julio hoy.

“NO REHÚYO TOREAR CON NADIE NI GUARDO RENCOR”

Pero ella no se quejó nunca, almenos no ante sus hijos. “Creo que hoy se siente más española que francesa”, añade. Su segundo hijo, Rafael, también nació fuera del matrimonio. La pareja se trasladó a Córdoba capital en 1971. Su boda, en la ermita de Nuestra Señora de Belén de Palma del Río, el 11 de octubre de 1975, fue un tumulto y salió en todas las portadas.

Julio, al igual que sus hermanos, estudió en el colegio Ahlzahir de Córdoba, ligado al Opus Dei, aunque él hoy se confiesa “religioso, pero no muy practicant­e” y de “mentalidad abierta”. Los fines de semana y las vacaciones los pasaban en el campo. De niños, él y su hermana Martina se subían a los árboles o adoptaban como mascota a una cría de jabalí. Pero había otra parte de las vacaciones en Biarritz con la familia materna. “Siempre hemos tenido una relación muy cercana con mis tíos”, explica Julio. “Mis recuerdos de infancia allí son maravillos­os, me veo haciendo mis primeros pinitos como surfista”. Por un lado el campo, por otro el mar. Córdoba y el sur de Francia. Aunque Julio apenas habla francés y lo entiende un poco. “Me siento mitad francés, mitad español, y estoy muy orgulloso de ello, aunque mi país es España”, asegura. La familia solo protagoniz­aba portadas con el nacimiento de cada nuevo hermano. “Mi padre nunca vendió nada de su vida —asevera Julio—. Y mi madre, ni te cuento, jamás se ha prestado a nada”.

—La separación de sus padres ha sido totalmente inesperada…

– Sí, incluso nos ha chocado a la familia. No es agradable. Pero, si es lo mejor para ellos, yo lo respeto. –¿Cómo están? –Si te digo que bien, te engaño.

En la infancia de Julio y de sus hermanos triunfaban las películas de su padre, convertido en protagonis­ta de historias autobiográ­ficas, y sus hijos las veían con frecuencia. La primera imagen que Julio tiene de él toreando pertenece a Aprendiend­o a morir, dirigida por Pedro Lazaga en 1962. Tenía cinco o seis años y la cinta estaba rayada de tanto ponerla: “Ahí ya sabía que quería ser torero”.

Cuando lo anunció en su casa, con 17 años, lo primero que le dijeron sus padres —“sobre todo mi madre”— es que estudiara. A él le gustaba Veterinari­a, pero no quiso matricular­se, y fue el único de sus hermanos que no pasó por la Universida­d. Debutó en Cantillana (Sevilla), en 2004, con El Tato de apoderado —hoy es Tomás Campuzano— y su padre de padrino. Pero, a pesar de la publicidad, las expectativ­as y la tradición familiar, Julio, que empezó con ímpetu y tuvo unos primeros años buenos, no siguió una trayectori­a ascendente y casi desapareci­ó de los ruedos tiempo después. Él habla de los “agradadore­s” que rodean a un torero joven, del dinero que empieza a entrar rápido, de la falta de humildad. “En el momento en que te relajas estás perdido”, sentencia.

Austed le pasó eso?

—Cuando ganas experienci­a sabes mejor lo que quieres. Y yo tengo claro que quiero estar entre los primeros. Es una nueva etapa y estoy ilusionado.

—¿Se arrepiente de no haber estudiado?

—Sí, por saber más y tener algo para un futuro. —Hay quien dice que su generación es la de los toreros señoritos, que lo han tenido todo muy fácil.

—¿Señoritos? Para ser torero no hace falta caminar cincuenta kilómetros hasta el tentadero. El toro sale para todo el mundo, y el que sale ahora tiene incluso más trapío y más kilos. Es más complicado sacar la cabeza, porque hay mucha competenci­a.

A pesar de su declarada timidez, se desenvuelv­e ante la cámara con ademanes casi de profesiona­l. “Será un talento oculto que tengo”, bromea. En sus inicios posó para una campaña del diseñador AntonioMir­ó. Recienteme­nte se ha convertido en la imagen de una bebida internacio­nal. ¿Se dedicará a la publicidad o a la moda, como otros diestros de su generación? “No estoy cerrado a ello si se hace con respeto a mi profesión, pero mi camino es el toro, lo tengo muy claro”.

—¿Cómo define su estilo en el ruedo?

—Me considero clásico, me encanta el toreo de profundida­d, que al final para mí es el que tiene más verdad. Lo que no quiere decir quemi padre no lo haya hecho con verdad, lo que pasa es que es una persona muy inteligent­e y le dio al público lo que quería. Yo soy más introverti­do, más tímido. No soy de tanto alarde.

—¿Qué pasaría si coincidier­a conManuel Díaz?

—No me lo he planteado. Pero no lo rehúyo, no tengo problemas para torear con nadie ni guardo rencor. En absoluto. —¿Nunca han coincidido? —Nunca. —¿Qué piensa de su reclamació­n de paternidad? —Ha salido una sentencia que ha dicho que es hijo de mi padre, por lo tanto es hermano mío y ya está. No tengo nada en contra. —¿Cree que él busca dinero, como se ha dicho? —No quiero entrar en eso. Él ha hecho su vida como ha podido. —¿Y su padre? ¿Qué cree que no ha hecho bien? —Yo no puedo juzgar a nadie. Y no lo voy a hacer ahora. Todos nos equivocamo­s. En mi casa somos gente comprensiv­a. Lo entendemos todo y somos realistas. —¿Ustedes han hablado con su padre sobre el asunto? —No. Siempre nos hemos mantenido en el respeto absoluto. —Si usted se viera en una situación parecida, ¿qué haría? —Pues si el hijo es tuyo, es tuyo. Qué vas a hacer, si lo has hecho tú, ¿no? Pero, cada persona es un mundo, cada persona sabrá el porqué de sus actos...

“SI EL HIJO ES TUYO, ES TUYO. QUÉ VAS A HACER, SI LO HAS HECHO TÚ?”

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‘ TURQUOISE’ Julio Benítez lleva un traje de baño de Zara, gafas de sol Ray-Ban y un albornoz de algodón de El Corte Inglés.
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