Vanity Fair (Spain)

¡ Esta Casa es una Ruina!

Los neoyorquin­os se aburren en otoño. Les falta un tema de conversaci­ón. Se meten en una obra infernal ...

- JUANA LIBEDINSKY

Todo elmundohab­lade ello. Gut renovation o “renovación de tripas”. Pero no se trata de una nueva moda de dieta extrema, irrigación de colon o ejercicios para tener las abdominale­s de una top model. No. Hablamos de un rito otoñal enNueva York. Se realiza cuando los niños han comenzado el colegio (una exclusiva escuela privada) y ya no hay que perseguirl­os para que dejen laXbox y las fiestas electrónic­as y se pongan a estudiar con tutores con premio Nobel para entrar en Harvard. Es entonces cuando falta un tema de conversaci­ón. La soluciónes compraruna casa nueva y, aunque esté impecable, haya sido renovada por starchitec­ts dos años atrás y haya sido portada de una revista de decoración, se debe tirar abajo todo su interior y comenzar de cero una vezmás. Como un cuerpo al que lo vacían de órganos vitales para ponerle otros nuevos y brillantes. Y, naturalmen­te, mucho más caros. El problema es que no importa el dineral que haya sido presupuest­ado, la construcci­ón final siempre cuesta más. Pero compartir historias de horror al respecto es garantía de convertirs­e en el centro de las cenas con amigos, que también están atravesand­o el mismo período turbulento. El principal foco de atención es siempre el contratist­a. En general, joven y musculoso, pero que también dé buena conversaci­ón. La relación con él termina siendo tan larga e íntima que reemplaza al profesor de tenis en las fantasías (o realidades, según el caso) de los clientes de ambos sexos. Pero, además, a diferencia de los propietari­os, que pasan el día encorvados sobre un ordenador, los contratist­as trabajan en elmundo real, y sin siquiera las veleidades artísticas de los arquitecto­s. Las charlas de tú a tú con ellos terminan siendo un seguro para los propietari­os de las viviendas de que no han perdido el contacto con el mundo real, el de los objetos tangibles.

Además, después de recibir los honorarios de cuatro años (mínimo) de proyecto de la casa, mientras toda la familia sigue en un hotel o pisito que se suponía temporal, ya se ha vuelto riquísimo. Un pasatiempo de los neoyorquin­os—aquienes humor ácido no les falta— es comparar las excusas que da para justificar sus demoras con su estatus en las redes sociales. Por ejemplo, cuando dice que el cargamento con sanitarios que venía desde Alemania se retrasó una semana y por eso no se pasará por la obra, casualment­e aparecen sus fotos en un velero en St. Barths con el título #es tirando el verano. O cuando anuncia que se siente muy mal y no puede levantarse de la cama, pero las fotos de la noche anterior lo muestran en las fiestas de fin de temporada de los Hamptons tomando botellas de champán rosé con señoritas escuetamen­te vestidas (# que me quiten lo baila o acompaña la foto).

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