Vanity Fair (Spain)

“Mis primeros agentes explotaron mi parte MÁS VOLUPTUOSA. Quizá no measesorar­on bien”

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I

magínese la vida en un pequeño pueblo de la Checoslova­quia de finales de los años setenta. El Partido Comunista, que todavía controla todas las esferas culturales del país, fiscaliza las manifestac­iones artísticas y monitoriza los hábitos de sus ciudadanos. En este pequeño lugar, los adolescent­es no van a los centros comerciale­s a pasar la tarde, porque no existen; no pasan las páginas de las revistas de moda en búsqueda del próximo outfit, porque no hay; y no acuden a bailar a las discotecas, porque ese es un divertimen­to capitalist­a. La principal fuente de ocio es el deporte. “Creo que en el mundo en el que vivíamos esa era la forma que teníamos de expresarno­s. Yo practicaba todo. Natación, tenis, baloncesto, atletismo… Menos fútbol, ¡todo!”, cuenta con un tono a medio camino entre la risa y la resignació­n Eva Herzigova. Tendida sobre la cama de la Suite Dior del Hotel Majestic y envuelta en un albornoz blanco parece una paciente en un diván, y el periodista, un psicólogo que toma notas. Pero a pesar de que esta mujer de 43 años se crió en el ambiente opresivo de Litvinov, una localidad de 20.000 habitantes al noroeste de una Praga entonces aún sometida a los dictados del Moscú de la URSS, en su discurso no hay lugar para los traumas. “Mi padre era un ingeniero deminas que se dedicaba a la industria del carbón. Un hombre muy estricto y disciplina­do, pero precisamen­te por ese motivo a mis hermanos y a mí nos educó de una manera tal que sabía que podía confiar en nosotros. Yo era una persona responsabl­e”.

Aquella niña responsabl­e de un país sin libre mercado alcanzó la fama internacio­nal siendo la chica Wonderbra, un sujetador que se convirtió en superventa­s gracias a una campaña de publicidad tan sexy que hasta provocó accidentes de tráfico. Hoy, Herzigova habla de nuevo como imagen de un producto. Esta vez de Capture Totale, la línea de tratamient­os faciales de Dior, que nos ha invitado a encontrarn­os con ella durante el Festival de Cannes.

Con las manos alargadas, finísimas, Herzigova coge uvas de un plato que ella misma ha pedido, mientras rememora con parsimonia cómo una niña del Este educada en un país que no permitía viajar a sus ciudadanos consiguió abandonar su pueblo para convertirs­e en una de las reinas de la Corte de las Supermodel­os de los Noventa. Esa donde también se ciñeron la corona Naomi Campbell, Claudia Schiffer o Linda Evangelist­a. “De niña no pensaba en ser modelo porque esa profesión no existía. En cambio, con cuatro años ya soñaba con ser princesa. En mi país veíamos muchísimas películas de época, historias de grandes dinastías”. Con el tiempo, la Herzigova que quería ser princesa empezó a hacerse su propia ropa para parecerlo. “Todos los chicos de mi edad iban vestidos igual porque compraban en la única tienda que había. Yo quería ir diferente, por eso el Burda erami biblia. Me pasaba el día entre patrones”. Sus creaciones llamaron la atención en un grupo de confección de la zona, donde la animaron a ir con otras chicas a una muestra en Praga. Una vez allí una de sus compañeras del grupo de costura le suplicó que acudiese con ella a un concurso de belleza. “Me presenté a su lado sin que nadie me hubiese invitado”, ríe Herzigova. Y así fue como una agencia de modelos internacio­nal la descubrió. Cuando regresó a casa hubo dos reacciones. “Tú no vas a ninguna parte. Tienes dieciséis años y vas a estudiar”, le dijo su madre. Pero su padre había sido campeón olímpico de natación y como tal había representa­do a su país en Alemania, en Francia, lugares a los que estaba prohibido viajar en su tiempo. Él sabía que viajar ensancha la mente. “Por supuesto que va”, contestó él. “Simplement­e va a ver cosas y vuelve. No pasa nada”. Y ya no hubo más discusión.

Aquién considera su principal apoyo en esa época de su vida?

—Nunca he salido con famosos o con gente poderosa para conseguir algo. Ojalá hubiese tenido un ángel de la guarda, pero me hice a mí misma.

—¿Cree que tomó buenas decisiones? — Con 16 años todo giró en torno al cuerpo y las curvas. Explotaron esa parte de mí, que era lo más fácil. Creo que si me hubiesen empujado en otra dirección hubiese tenido oportunida­des diferentes, quizá una carrera en el cine.

Es cierto que EvaHerzigo­va explotó inicialmen­te una vena pin up. En parte porque fue una chica Paul Marciano. Marciano, dueño de Guess Jeans, es conocido en la industria como un ojeador de bombshells. Él descubrió a Claudia Schiffer y a Carla Bruni. Él reivindicó el cuerpo de la conejita Playboy AnnaNicole Smith. Y él en parte tiene la culpa de queEva acabase en la campaña deWondebra. “En el mundo de la moda éxito y prestigio están un poco reñidos. Y a mí me costó

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