Vanity Fair (Spain)

Mis Demonios de HOLLY WOOD

- Por WILLIAM STADIEM

Fue Melania en ‘Loque el viento se llevó’, ganó dos veces el Oscar a lamejor actriz y en lomás alto de su carrera huyó a París. Recién cumplidos los cien años, Olivia de Havilland, la última diosa de la época dorada del cine, habla sobre la decadencia de Hollywood, sus amores, su pasión por Errol Flynn y de la iera rivalidad con su hermana Joan Fontaine.

“Yo vivía en París felizmente casada con un francés. ¿Por qué sentí celos de Errol Flynn?”

Aunque aún no había llegado la época de los acosadores de estrellas, Olivia de Havilland, una mujer imperturba­ble, no pudo evitar inquietars­e al ver a un hombre desaliñado, de mirada inexpresiv­a, que no dejaba de escudriñar­la. Era 1957. Se encontraba en un baile benéfico en el nuevo hotel Beverly Hilton. Este acto le recordó todo lo que no echaba demenos de Hollywood. A Olivia le daba la sensación de que había empeorado desde su época de gloria, las décadas de 1930 y 1940, por culpa de la televisión.

Pero ¿quién era ese hombre perturbado­r que se negaba a alejarse de ella? Olivia se dio la vuelta y empezó a charlar, para protegerse, con su viejo amigo William Schallert. “De pronto noté que me besaban en la nuca”, recuerda la intérprete, demasiado educada para que se le pasara por la cabeza llamar a seguridad. “Me di la vuelta y me encontré con aquel hombre demacrado. Llevaba ropa que no era de su talla. Pero lo queme inquietó fue sumirada sin vida. ‘¿Lo conozco?’, le pregunté”. —Soy Errol —contestó. “¿Qué Errol?”. Y entonces lo dedujo: era Errol Flynn. “Aquella mirada… Antes, él la tenía llena de vida —rememora casi 60 años después—. Pero aquel día estaba muerta”.

En su época, Errol y Oliviahabí­an sido el equivalent­e de Fred Astaire y Ginger Rogers en las películas de acción. Desde El capitán Blood, de 1935, hasta Murieron con las botas puestas, de 1941, rodaron siete taquillazo­s de aventuras. Eran como Bogie y Bacall, aunque sin mantener una relación fuera de la pantalla. ¿O hubo al go más? En Hollywood seguía imperando el recato, incluso en los años cincuenta, por el miedo a las exclusivas de la revista Confidenti­al. En el nuevo Hilton, los paparazzi tenían la entrada vetada. Si hubieran podido ver el vampírico beso a Olivia, ¡cuantísimo­s ejemplares habrían vendido!

Errol le ofreció su brazo. “¿Te puedo acompañar a la mesa?”. Ninguna mujer podía negarse a aquello, menos aún la que más había contribuid­o a crear la imagen de galán de Flynn, la doncella Marian frente al Robin Hood interpreta­do por el actor. Yasí entraron en el salón de baile aquellos personajes colosales, al fin reunidos.

“Nos sentamos —rememora Olivia— en una mesa con siete u ocho damas jóvenes y guapas”. Al ser el centro de atención Errol se animó y desplegó todo su encanto. “No sé muy bien por qué, pero fui enfadándom­e cada vezmás al ver que Errol les estaba haciendo más caso a ellas que a mí —confiesa la actriz, que aún lamenta haberse dejado dominar por las emociones—. Yo vivía en París, estaba felizmente casada con un francés maravillos­o, tenía dos hijos estupendos. ¿Por qué sentí celos?”. Los dos iconos apenas se dirigieron la palabra durante la cena. “Cuando se terminó el baile, me despedí y me marché sola en un taxi”, cuenta.

Durante el resto de su vida, Olivia solo apareció en otros diez largometra­jes, y su distancia respecto a Hollywood fue cada vez más oceánica. Flynn murió dos años después, en 1959, con 50 años.

De Havilland me cuenta esta anécdota cuando voy a verla en 2015 a París, un mes antes de que cumpla 100 años, el 1 de julio. Es la única superestre­lla femenina de la época dorada de Hollywood que aún vive. No aparenta la edad que tiene. En su rostro no se observan arrugas, le brilla la mirada, posee una memoria fotográfic­a. Podría pasar por una persona décadas más joven.

El episodio de Flynn nos ayuda a entender mejor el prolongado misterio de por qué una de las mayores estrellas de Hollywood lo abandonó todo para irse a Francia. A Olivia le parecía que en Hollywood se respiraba cierto ambiente de degradació­n, y es posible que los agresivos ataques que recibía de su hermana Joan Fontaine constituye­sen la mayor decepción de todas. Después de haber obtenido entre las dos tres Oscar a la mejor actriz, ¿no era suficiente? Por lo visto, en Hollywood no: allí, la pelea entre hermanas se convirtió en el enfrentami­ento familiar más famoso de esa ciudad. (Fontaine murió en diciembre de 2013, con 96 años).

En aquella época, igual que ahora, las estrellas no abandonaba­n Hollywood. De Havilland había sido la novia de América desde su participac­ión en las películas

de aventuras de Flynn, y estaba en lo más alto desde Lo que el viento se llevó, de 1939; había ganado dos Oscar a lamejor actriz, por Vida íntima de Julia Norris (1946) y La heredera (1949). Contándola a ella, solo trece actrices han logrado semejante proeza. ¿Quién renuncia a algo así?

Nos reunimos en el Hotel Saint James de París, en el que se hospeda mientras reforman su maison, una casa adosada a una manzana de distancia de la del expresiden­te Valéry Giscard d’Estaing, con vigilancia las 24 horas. Me hace subir hasta su espléndida suite por una escalinata del Saint James, semejante a la de Tara en Lo que el viento se llevó. Un inmaculado asistente llega con Veuve Clicquot y macarons de Ladurée. La actriz viste de beis, con una blusa de seda, una decorosa falda y unas zapatillas de ballet a juego. La única concesión que le ha hecho al glamour son sus joyas, un collar de perlas de tres vueltas y unos llamativos pendientes formados por una espiral de oro con una perla en el centro, que evocan la hipnótica imagen que diseñó Salvador Dalí para el largometra­je Recuerda. “No soy estadounid­ense”, declara la actriz. Nació en Tokio el 1 de julio de 1916, de padres ingleses. Su progenitor, aunque no era letrado, dirigía un bufete de abogados. Su madre daba clases en un coro e hizo sus pinitos como intérprete. “Ella no quería que me enterase de que había trabajado de forma profesiona­l”, relata De Havilland. “Dedicarse a la interpreta­ción como un pasatiempo estaba bien. Hacerlo profesiona­lmente parecía más propio de unamujer demala vida”.

Al llegar a la edad adulta, Joan (la pequeña de la casa, quince meses menor) y Olivia se convertirí­an en las únicas hermanas que han ganado el Oscar a la mejor actriz. Antes de que pudiera adivinarse una rivalidad entre ellas, se profesaban todo el cariño y el afecto. Olivia me cuenta cuánto le gustaba ejercer de hermanamay­or. Joan semetía en su cama, “apoyaba su cabecita enmi hombro y me pedía que le contara un cuento”.

La señora De Havilland se llevó a las niñas a California de pequeñas cuando su matrimonio empezó a desmoronar­se. (El padre se casó en Japón con su ama de llaves). A Olivia la des cubrió un socio de Max Reinhardt, un empresario austríaco.

En 1938, con 22 años, ya se había convertido en una gran estrella. Con

44 kilos de peso, era anoréxica antes de que se utilizase este término. Sumadre y ella se inventaron un diagnóstic­o para lo que le pasaba: Hollywoodi­tis. “No le deseo a nadie el éxito de la noche a lamañana”, asegura Olivia.

En la noche de los Oscar del 29 de febrero de 1940, el productor de Lo que el viento se llevó, David O. Selznick, organizó en su casa una fiesta previa a la ceremonia. A Olivia, que no tenía acompañant­e formal, le alegró acudir a la gala junto a aquel grupo de destacadís­imos personajes, entre los que se encontraba John Hay Jock Whitney, uno de los principale­s inversores del filme. También estaban allí Vivien Leigh y Laurence Olivier, Irene y la mujer de O. Selznick. Mientras tomaban una copa, sonó el teléfono: les iban a soplar los nombres de los ganadores dores de los premios. “David lo cogió y

soltó una lista de nombres: ‘Ah, vale. Vivien [Leigh], Victor [Fleming], Hattie [McDaniel]’ —rememora Olivia—. Me quedé hecha polvo. En la ceremonia nadie me presentó sus condolenci­as”. “Dos semanas después, me di cuenta de que me habían nominado en la categoría de mejor actriz secundaria, pero se equivocaro­n. Yo también era la estrella”. Durante la década posterior obtuvo endos ocasiones la estatuilla a lamejor actriz, así como muchísimos otros galardones. Sin embargo, ya había vivido en carne propia lo cruel que Hollywood podía llegar a ser. Las lágrimas que derramó en la noche de los Oscar de 1940 regaron las semillas de su futura marcha a París. De Havilland también sufrió desengaños fuera de la pantalla. Estuvo loca por Flynn, pero el australian­o estaba casado. También sintió una gran atracción por Howard Hughes en 1939. Olivia rodaba Alas de la Marina, una película de propaganda que, junto al vínculo familiar de la actriz con la aviación británica, tánica, hizo que ella y Hughes, a quien obsesionab­an los aviones, tuvieran pun puntos tos en común. El cortejo de Hughes fue cualquier cosa menos constante. Al magnate,magna te, De Havilland le sirvió para cubrir el vacío que le había dejadode jado Katharine Hepburn. A Hepburn le encantaba volar, lo mismo que a Olivia, quien se sacó una licencia de piloto. La pasión que De HavillandH­avi lland sentía por la aeronáutic­a la fomentó aúnmás James Stewart, futuro general de brigada de la Fuerza Aérea que mantuvo una relación seria con ella a principios­princi pios de los años cuarenta, hasta que lo llamaron a filas. Quizá el hombre del que más se enamoró fuera John Huston, cuyo segundo encargo como director de un largometra­jelar gometraje fue dirigir a De Havilland y a Bette Davis en Como ella sola, de 1942. Es posible que el hecho de que los dos hombres con los que se casó Olivia fueran escritores refleje tambiéntam bién la pobre opinión que le inspira el sector del cine. Marcus Aurelius Goodrich (conquien contrajo matrimonio en 1946, y de quien se divorció en 1952) era un tejano conocido sobre todo por una novela ambientada en un acorazado durante la I Guerra Mundial, titulada Delilah. (Tuvieron un hijo, Benjamin Goodrich, que murió en 1991, con 41 años, por culpa de un linfoma de Hodgkin). Después lo hizo con Pierre Galante, quien, al margen de sus obligacion­es en Paris Match, también escribía relatos militares, entre los que se encuentra Operación Valkiria.

Olivia y Pierre se conocieron la primera vez que ella visitó Francia, en abril de 1952, como invitada del Festival de Cine de Cannes. Contrajero­n matrimonio en1955. Al año siguiente, en París, Olivia y Pierre fueron padres de una hija, Gisele (que de adulta se haría periodista y se dedicaría a cubrir para Paris Match el deslumbran­te mundo que había dejado de interesar a su madre). Con un marido parisino y una hija recién nacida, De Havilland olvidó su pasado. [Tras una larga separación, Olivia y Pierre se divorciaro­n en 1979].

La cuestión más peliaguda y difícil de abordar con Olivia de Havilland es su innombrabl­e hermana. Al hablar de la autobiogra­fía de Joan publicada en 1978 No bed of roses [ No es un camino de rosas], ella llamaba al libro “No esmás que una mentira”. Ha redactado una refutación de lo que considera las falsedades del libro de Fontaine, un documento preparado para cuando se esté quieta el tiempo suficiente para escribir su propia autobiogra­fía. Pero Olivia quiere que elmundo sepa que no recuerda el pasado con rabia, solo con afecto. “De pequeña la quería muchísimo”, declara con gesto nostálgico. Desde la década de 1950 siempre se ha negado a hablar de su hermana.

No fue el caso de Joan. En una entrevista de 1978conced­ida a la revista People, afirmaba: “Nome acuerdo de haber recibido ni un solo gesto de cariño por parte de Olivia durante toda mi infancia”.

Tal como lo cuenta De Havilland, el amor fraternal comenzó a desaparece­r cuando cumplieron seis y cinco años,

“Con 44 kilos depeso, era anoréxica antes de que se utilizase ese término”

“Me quedé hecha polvo al no obtener el Os car por ‘Loqu eel viento se llevó’. Nadie me presentó sus condolenci­as”

respectiva­mente. Un día, Joan, que estaba jugando al lado de la piscina, agarró del tobillo a su hermana y trató de tirarla al agua. “Aquello me pilló despreveni­da”, cuenta Olivia, que era más fuerte de lo que Joan sospechaba, de modo que, en vez de tirarla, Joan se rompió la clavícula contra el bordillo de la piscina y tuvo que llevar una escayola. Este juego infantil marcó el origen de la mayor rivalidad entre hermanas de la historia del cine. (En sus memorias, Joan situaba este incidente después, cuando ella tenía 16 años y Olivia 17).

A medida que fueron creciendo, la rabia y la fuerza física de Joan aumentaron. El padrastro de las hermanas, director de unos grandes almacenes locales llamado George Fontaine, imponía disciplina con actitud dictatoria­l y solía pegar a las belicosas jóvenes. Fontaine les daba a elegir: una cucharada de aceite de hígado de bacalao, que les provocaba vómitos, o darles golpes en las espinillas con una percha de madera. En cierta ocasión en que Olivia llegó a tener 22 cardenales en las piernas, un empleado de su colegio intervino y advirtió a Fontaine de que parase. No sirvió de nada.

La señora De Havilland pasó enferma gran parte de esta época y muchas veces se encontraba ausente, en un hospital de San Francisco, dejando a las jóvenes sin protección. Las dos llegaron a la dolorosa conclusión de que ya era hora de marcharse de casa. Olivia se refugió en el arte dramático. Joan huyó a Japón y se fue a vivir con su padre y la nueva esposa de este en 1933. Volvió a California en 1934 y descubrió que su hermana mayor estaba a punto de convertirs­e en una estrella. “Joan vino con mi madre al estreno de El sueño de una noche de verano en la Ópera de San Francisco —relata Olivia—. Ni siquiera la reconocí. Se había decolorado el pelo. Fumaba. Ya no e rami hermana menor. Le recomendé que se graduase. ‘No quiero’, me contestó con insolencia. ‘Quiero hacer lomismo que tú”. Finalmente cedió ante la intransige­ncia de su hermana, pero puso un límite: no debían compartir elmismo apellido artístico. “Le puse ejemplos de hermanas menores que se lo cambiaron y que habían triunfado. Pero ella se negaba”, explica.

Una vidente logró lo que ella no había conseguido. En una fiesta celebrada en casa del actor británico Brian Aherne, un piloto que fue novio de Olivia, una adivina vaticinó que Joan no tendría éxito hasta que utilizase un nombre artístico que debía tener ocho letras y empezar por la efe. Ya lo tenía: el de su padrastro maltratado­r. También predijo que Joan acabaría casándose con el anfitrión. Acertó de nuevo.

En un primer momento, Olivia hizo todo lo posible por ayudar a Fontaine. Mientras rodaba Lo que el viento se llevó, David O. Selznick intentó que Jack Warner le cediese a Olivia para filmar Rebeca junto a Laurence Olivier, pero Warner se negaba. “¿Te importaría que le diera el papel a tu hermana?—preguntó Selznick a De Havilland—. Es perfecta”. Gracias a Rebeca (dirigida por Alfred Hitchcock) Joan obtuvo su primera nominación al Oscar. Al año siguiente logró otra por Sospecha, del mismo director. Fontaine ganó y derrotó a su hermana, nominada por Si no amaneciera. Estaban sentadas en la misma mesa cuando anunciaron el nombre de Fontaine. “Toda la antipatía que nos habíamos tenido de niñas, la fractura de la clavícula… Recordé todo de golpe”, escribió Joan.

Corrieron ríos de tinta sobre la supuesta pelea entre Olivia y Joan en los Oscar de 1947, cuando Fontaine aseguró que De Havilland (que había logrado el galardón a la mejor actriz por Vida íntima de Julia Norris) había rechazado su felicitaci­ón de malos modos. Es posible que a su hermana mayor le sentara mal que poco antes Joan dijera de su marido Marcus Goodrich: “Lo único que sé de él es que ha tenido cuatro mujeres y ha escrito un libro. Una pena que no haya sido al revés”.

En la década siguiente, cuando sus carreras profesiona­les empezaron a apagarse, los columnista­s las dejaron en paz. Olivia se instaló en París, Joan en Manhattan, y alcanzaron una tregua hasta que sumadre enfermó de cáncer en 1975. Mientras que la hermana pequeña estaba de gira con Flor de cactus, Olivia y su hija, Gisele, se quedaron junto a ella. Joan escribió en No bed of roses que, cuando asistió al funeral, Olivia y ella no se dirigieron la palabra. Al fin se reconcilia­ron, en privado, gracias al inexorable paso del tiempo y a las profundas creencias religiosas que ambas compartían, en la época en que el hijo de Olivia estaba enfermo.

Aunque sigue siendo ciudadana de EE UU, De Havilland ha causado un gran impacto en su país de adopción. El presidente francés Nicolas

Sarkozy, al concederle la Legión de Honor en 2010, declaró entusiasma­do que le parecía increíble estar delante de Melania.

La actriz atribuye su salud y su longevidad a lo que ella denomina “el acrónimo ARL: amor, risas y luz”. Todos los días hace el crucigrama de The Times y le ha asegurado a su médico que piensa vivir hasta los 110 años, lo que explica por qué no tiene prisa por escribir sus memorias. Al ser una escritora espléndida, el libro podría ser el testimonio definitivo sobre el Hollwoood que ella encarna como nadie. También podría suponer el capítulo final de la historia de Olivia y Joan.

En nuestro último encuentro, De Havilland me lleva al magnífico patio interior escalonado del Saint James y da cinco vueltas, llena de energía, en torno al perímetro. “¡A por los 110!”, exclama muy alegre: es su versión, con diez años más, del “Cent’anni” con que brindan los italianos.

Como regalo de despedida, me entrega los pendientes de Recuerda que tanto me habían gustado, para que se los regale a mi madre, que cumple años el mismo día que Olivia y es fan suya desde hace ocho décadas. Luego me pregunta con gesto enigmático si me encanta París. Tras mi inevitable respuesta afirmativa, me obsequia con un libro sobre las glorias desapareci­das de la ciudad. “Siempre nos quedará París”, dice Olivia, despidiénd­ose así con un guiño al Hollywood clásico y también a lamanera en que ella se liberó de ese mundo.

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La actriz angloameri­cana se relaja en su casa de Beverly Hills en 1942. AQUELLA DAMA
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 ??  ?? (1) Vivien Leigh, De Havilland y LeslieHowa­rd durante el rodaje de Lo que el viento se llevó, en 1939. (2) Olivia recibe junto a su marido Pierre Galante a Grace Kelly en la estación de tren de Cannes en 1955. (3) La intérprete, que posteriorm­ente ganaría dos Oscar, en 1941. (4) Aprendiend­o un baile en la isla de Santorini en 1955 junto a la condesa Jacqueline de Ribes. (5) Olivia deHavillan­d en 1997 en su jardín de París. MÁS ALLÁ DE HOLLYWOOD 2 5
(1) Vivien Leigh, De Havilland y LeslieHowa­rd durante el rodaje de Lo que el viento se llevó, en 1939. (2) Olivia recibe junto a su marido Pierre Galante a Grace Kelly en la estación de tren de Cannes en 1955. (3) La intérprete, que posteriorm­ente ganaría dos Oscar, en 1941. (4) Aprendiend­o un baile en la isla de Santorini en 1955 junto a la condesa Jacqueline de Ribes. (5) Olivia deHavillan­d en 1997 en su jardín de París. MÁS ALLÁ DE HOLLYWOOD 2 5
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