ALGOSEHABÍAROTO
Del origendelhombre a la terapia (catastrófica) de pareja. El escritor israelí ETGAR KERETnos cuenta una historia darwiniana de desamor.
l principio éramos una célula. Luego una ameba, a continuación un pez y, tras una etapa larga y frustrante, un lagarto. Por lo que recordamos, era la época en que pisábamos una tierra blanda e inestable, así que nos subimos a un árbol, en cuya copa nos sentíamos seguros. En determinadomomento bajamos de él, empezamos a caminar erguidos y a hablar; en cuanto comenzamos a hablar ya no pudimos dejar de hacerlo. Después de eso vimos mucho la tele; fue una época estupenda. Siemprenos reíamos cuando no tocaba; la gente se nos quedaba mirando y decía: “¿Dónde está la gracia?”. Ni nos molestábamos en contestar. Nos prometimos encontrar un trabajo que nos encantase, y al no lograrlo nos conformamos con uno que no odiábamos, y nos sentimos afortunados, y luego desafortunados, y luego nuevamente afortunados.
Y de repente nuestros padres se estabanmuriendo. Luego se murieron. Un segundo antesde que fallecieran les cogimos muy fuerte la mano y les dijimos que se lo perdonábamos todo. Todo. Se nos quebró la voz, porque no estábamos muy seguros de estar diciendo la verdad y temíamos que lo notaran. Menos de un año después naciónuestrohijo; él también se subió a un árbol en el que se sintió seguro e igualmente bajó endeterminado momento y fue a la universidad. Entonces nos quedamos solos y empezó a hacer frío. No tanto como un montón de años antes, cuando nos escondimos en unas madrigueras y nos dedicamos a contemplar el exterior mientras los dinosaurios morían congelados. Nos apuntamos a unas clases de arte dramático porque nuestros amigos nos dijeron que nos sentarían bien. Nos pusieron una serie de ejercicios de improvisación; en el primero nos envenenamos el uno al otro, en el segundo nos pusimos los cuernos, y en el tercero el profesor tatuado nos dijo: “Ahora, cambiad de compañero”. Al cabo de unos segundos ya no éramos nosotros, estaba yo solo. La nuevamujer que erami parejamedijo: “Vamos a hacer una escena en la que eres un bebé y te doy a luz y te cuido y te protejode todomal”. Pero cuando terminó de darme a luz y de cuidarme y de protegerme se nos había acabado el tiempo, y el profesor tatuadome preguntó si el ejercicio me había despertado algún recuerdo primitivo; contesté que no porque no quería reconocer que me había despertado recuerdos antiguos, de millones de años antes, de incluso antes de que saliéramos del agua. Después, en casa, nos pusimos a discutir por una bobada y tuvimos la peor peleaque habíamosmantenidodesde nuestra creación. Gritamos y chillamos y rompimos cosas, de esas sobre las que, si nos lo hubieran preguntado el día antes, habríamos afirmadoque eran irrompibles.
Hel río Sydenham, icimos la maleta y metimos en bolsas de plástico lo que no cabía dentro, y lo arrastramos, como los sin techo, al apartamento en el que vivía un riquísimo amigo. Él nos aseguró que aquello podía parecernos el fin del mundo enesemomento, peroquepor lamañana la rabia y el dolor desaparecerían. Y dijimos que no, que algo se había roto, algo que jamás podríamos reparar ni perdonar. El amigoencendióunpitilloydijo: “Bueno, es posible. Pero una pregunta: ¿por qué siempre hablas en plural?”. En vez de contestar miréami alrededor y me di cuenta de que estaba solo, completamente solo. �