Vanity Fair (Spain)

‘Stay at Home Dad’

EnBrooklyn­algohacamb­iado.¡Fueramadre­satiempoco­mpleto! Hoy sonellos losmejores cuidadores: SAHD.

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no sabe que está en el corazón hipster de Brooklyn cuando un muchacho fornido y barbudo que luce como un granjero del siglo XIX aparece empujando un primoroso cochecito doble rosa high tech y cuenta que su trabajo es quedarse en casa con las mellizas Mae y Lana (o Doris y Greta, o Audrey y Bette —dado que todas las bebés llevan ahora, demanera irónica, nombres retro de estrellas de la edad de oro de Hollywood—). También acompaña a la mayor, Zooey (o Franny, o Esmé, bautizada cuando lomás in eran nombres tomados de las novelas de Salinger), a quien hay que llevar a la escuela.

Acercarse a dicho padre es un placer. La ropa de algodón orgánico y lana gruesa de producción local que lleva siempre es suave al tacto. Y como para dar la forma adecuada al pelo facial solo se afeita con navaja y aceites naturales en ciertas antiguas barberías, su piel huele a eucalipto. Tiene tiempo de cuidarse, porque no necesariam­ente se pasa el día solo con las criaturas. Aunque la idea original era despedir a la canguro y al ama de llaves tras el parto (natural y en casa, of course), ocurre que enmuchas ocasiones lamujer, a los pocos días de dar a luz, debía volver a la oficina enManhatta­n —y a su salario de cinco cifras de banquera—, así que el despido no llegaba a materializ­arse. Porque también quedaba abierta la posibilida­d de que él prefiriese regresar la startup de internet con la que trataba de seducir a inversores desde hacía tiempo, aunque con considerab­le menos éxito que con la cerveza artesanal que había comenzado a producir en el sótano de su brownstone, y que sus amigos decían que debía ofrecer en elmercado de granjeros de la esquina.

Para el Brooklyn dad la vida está resultando extremadam­ente agradable. Se compró una bicicleta de piñón fijo (una bicicleta con cambios es social suicide, equivaldrí­a a llevar una camiseta deMonsanto en esa parte de la ciudad) y hasta se encuentra enmejor forma que nunca.

El único momento que no disfruta es cuando tiene las reuniones del colegio de Zooey en la ciudad (la madre exigió que fuera a la misma escuela hipertradi­cional de niñas que había ido ella). Allí sabe que se refieren al él como el SAHD, las siglas de Stay At Home Dad, pero que en inglés suenan como sad [triste]. Otros lo califican, a sus espaldas pero no tanto, de macho beta. Pero de vez en cuando aparece algún padre más simpático. Uno de ellos probó una tarde la cerveza de su sótano y automática­mente le ofreció variosmill­ones de dólares para convertirl­a en lamarcapor excelencia de la nueva generación. Tras el éxito inicial, incluso hay planes para que eventualme­nte la compañía salga a bolsa.

Mientras tanto, el muchacho se sigue dedicando a la barba, la bici y las bebés. Podrá ser muchas cosas, pero nadie lo podría calificar de papá triste. �

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