Vanity Fair (Spain)

HISTORIA DE UNA TRENCA

La diseñador a Coco C han el decía que la moda pasa y el estilo siempre queda. IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN tiene sus dudas.

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Coco Chanel aseguraba que el estilo nunca pasa demoda. El escritor IgnacioMar­tínez de Pisón duda de que algún día pueda rescatar del fondo del armario su prenda más querida.

Quienes me conocen saben que estoymás cercadel torpe aliño indumentar­io de Antonio Machado que de las estilosas veleidades de las fashion victims. No me interesa la moda, me aburre ir de tiendas, jamás me paro a mirar los maniquíes de los escaparate­s… ¿Jamás? Ahora recuerdo que un díame detuve a observar una prenda quemi visión periférica había captado en passant. Era una trenca de líneas estilizada­s, con el vuelo generoso, con algo más de túnica que de abrigo. Me imaginé vistiéndol­a yme gustó la imagen, demodo que entré inmediatam­ente a comprarla y salí con ella puesta. Fue un flechazo.

Estoyhabla­ndode un inviernode principios de los noventa. Con esa trenca, que fuemi principal prenda de abrigo durante varios años, aparezco en la foto de solapa de algún libro de finales de la década. Pero ocurrió que las trencas pasaron de moda y la mía se convirtió en una reliquia. ¿Era yo el único que llevaba trenca en España, en Europa, en el mundo? Aunque seguía cumpliendo muy dignamente su papel y ni siquiera mostraba signos de deterioro, era evidente que no seguiríamo­s juntos muchos inviernos más. Me compré otro abrigo (no recuerdo cuál) yme dispuse a despedirme de ella. Su destino no podía ser otro que la basura o el reciclaje, pero mi mujer lo impidió con una frase lapidaria: “Las trencas siempre vuelven”. Como cuando se indultaaun toro y se lodevuelve a los corrales, la guardamos en el armario.

El momento tantos años esperado llegó hace un par de inviernos, cuando las trencas se hicieron de nuevo un hueco entre las novedades, así que rescaté la mía y me la puse. Pero había algo que no funcionaba. A principios de los noventa la ropa tendía al exceso, y mi trenca no era una excepción: mangas muy anchas, hombreras abultadas, una capucha que parecía pensada para alguien más cabezón. Me quedaba todo demasiado holgado, como sime hubieran dado una tallamás grande. Ahora, veintitant­os años después, ponerse esa trenca equivalía a disfrazars­e de algo así como un cartujo posmoderno.

Lo que me inquieta de la moda es (¿cómo llamarlo?) su “presentism­o”. La ropa que hoy creemos elegante nos parecerá hortera y ridícula dentro de unos años. Somos incapaces de escapar a nuestro presente para saber cómo nos veremos desde el futuro. Lomismo nos pasa con la decoración, los peinados o lamúsica y, en menormedid­a, con los gustos literarios o cinematogr­áficos. ¿Cuáles de nuestras películas o novelas favoritas de hoy suspenderá­n el examen del tiempo?

Mientras tanto, la trenca sigue en el armario, ocupando un espacio que tal vez merecerían más otras prendas. Sé que es absurdo, pero también sería absurdo deshacerme de ella después de haberla conservado durante un cuarto de siglo. ¿Y si el invierno que viene se vuelve a llevar ese tipo de trenca? Tirarla sería una decisión definitiva, mientras que conservarl­a no deja de ser provisiona­l porque siempre estoy a tiempo de librarme de ella, que es algo que por supuesto no haré porque sería definitivo. Hace 25 años, cuando la compré, no sabía que estaba metiéndome en un bucle sin salida. �

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El piloto de automovili­smo británico Stirling Moss en 1955 en el condado de Goodwood.

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