Vanity Fair (Spain)

“Cuando pinto no pienso en nada.

Por eso a mí que no me digan, todos los pintores son abstractos porque se abstraen cuando pintan”

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¿Le ha dado el arte más placer que el sexo? “Noooo. Con el arte las alegrías son del alma, con el sexo… es físico”

desplomaba­n, el arte seguía subiendo. Y que por eso usted se enganchó.

—Ese es el morbo del coleccioni­sta. El saber que tu cuadro, de repente, sube. Eso te llena de energía. Es que sonmuchas cosas, sobre todo que tienes razón. Has acertado, ese cuadro es bueno, es especial. ¡Y te da, te da un subidón!

—Llegaron a adquirir un óleo cada día de la semana. Era casi una adicción.

—Era una locura la que teníamos, un vicio total, sí, sí. Cuando compras, crees que estás protegiend­o esa obra de arte para que no se pierda. Ahora ya nocompro tanto. Me he olvidado de los internacio­nales. Solo adquiero nacionales, porque en España no queremos nuestro arte y siguen saliendo cosas con buenos precios.

Le ha dado el arte más placer que el sexo?

—Noooo [y se muere de risa].

—Pues con la de arte que usted tiene…

—¡Son cosas completame­nte distintas! Con el arte las alegrías son del alma, con el sexo… es físico. otra dimensión. Ya no piensas en “estamañana quiero despertarm­e con este cuadro en la pared demi dormitorio”, piensas en ponerlos en museos. El arte da, el arte da. —¿Qué es lo que le da el arte? —No hay dimensión. El buen arte, porque también hay obras en las que ni el mismo pintor cree. Aunque respeto a todos, porque se atreven a hacer lo que tienen dentro. Yo también pinto [se ríe]. Empecé para entender qué les pasa a los pintores cuando están con una tela delante. Dije: “A ver qué pasa”. El primero te mueres de risa, pero ahora cuando estoy pintando no pienso en nada, es abstracció­n total. Por eso, a mí que nome digan, todos los pintores son abstractos porque se abstraen, se evaden cuando pintan.

—¿Qué genera más respeto: la belleza, el dinero, las propiedade­s o el arte? —El arte y la belleza. —Lo que somos, lo que creemos ser y lo que ven los que nos miran a veces no coincide. ¿En su caso?

—Sí, haymuchas personas que nome saben comprender. Piensan quizá que soy de una manera que, tal vez, no soy. Pero todo es natural. Yo soy igual que Pero lealtad en el sentido totaldel término, de amistad total, esa sí la pido.

—Su marido llegó a decir que prefería los cuadros a las amantes. “Los pones en la pared y guardan silencio”. ¿Qué opina?

—Ya le dije: “Eso era antes de conocerme a mí”. Y me dijo que sí. Porque la que le escuchaba era yo.

—Dijo que quería escribir sus memorias, porque quería contar un hecho que le había pasado de jovencita. Y nos dejó con la intriga… ¿Qué es?

—¡Qué bien! ¡Qué suspense! Existe algo, sí, pero lo verán en mis memorias. Tengo que escribirla­s para que nadie diga que mi vida fue de otra forma.

—¿De verdad quiso quemar el retrato del barón de Lucian Freud?

—No, quemarlo nunca, pero es verdad que nome gustaba. Porque lo hacía más mayor. Heini se pasó dos años posando para él. Con ese cuadro pequeño Freud se estuvo quitando y poniendo detalles. Cuando lo vi, pensé que lo había pintado como si fuera el final de su vida. A mí que me gustaba su prestancia, su físico… Esa obra para mí esmuy triste, con lo alegre que era Heini.

—Creo que su marido compró un Pollock porque le gustó la leyenda urbana que corría sobre sumuerte. Según parece, Pollock apartó la vista de la carretera, borracho, mientras su novia le practicaba una felación… ¿Ha comprado algún cuadro por motivos tan variopinto­s como estos?

—¡No, mi marido no era morboso! El Pollock fue porque le gustó. Pero nomiraba lahistoria­de la vidadel pintor. Compraba cuadros si le transmitía­n algo. Comome pasa a mí: ¿Te toca? ¿No te toca? Mi primera puja enNuevaYor­k fue un J. George Brown. Me gustó aquel niño limpiabota­s conunperri­to al lado. Me hizouna ilusión tremenda cuando me dijeron: “Adjudicado”. Lo celebré con champagne.

—Y ahora, ¿la asesora alguien en estas compras?

—No, yo sé. Yo sé de qué va. Yo-sé-dequé-va [remarca]. En un año con mi marido ya había aprendido. Al principiom­e hacía ilusión comprar cuadros para las casas que teníamos. Pero como coleccioni­sta es cuando tenía 14 años. —¿Conoce bien sus defectos? —Sí. —Pero no los va a confesar. —Los defectos de uno tienen que decirlos los demás. ¡Yo pido que me los digan! Ahora… Que a una tauro no le gustamucho que le digan sus defectos.

—¿Se siente identifica­da con esta imagen de usted? “Tita está habituada a doblarle el brazo a la realidad. A hacer que las cosas sucedan como ella quiere”. —Sí, es verdad. Soy así. —O: “Es temperamen­tal y voluble”. —Voluble no. Temperamen­tal sí. —En un amigo, qué elige, ¿lealtad o inteligenc­ia?

—Las dos cosas, porque aguantar a un burro o una burra… —¿Y en un amante? —Pues también. Aunque entiendo que en algunos momentos no sean leales, porque es ley de vida, lealtad entendida como que te pongan los cuernos, quiero decir.

—A usted le han gustado los hombres tanto como a sumarido las mujeres, ¿no?

—Sí. Yo admiro al hombre.

Tita Thyssen me despide a las puertas de su casa. Es noche cerrada. Cuando hasta la vida privada de un don nadie se ha vuelto un reality show, a veces el único descanso posible lo da el intentar ser normal. Las niñas prosiguen su cena, los perros corretean por la casa y ella ha pedido comida en un chino para cenar con su hijo Borja, que anda todo el día arriba y abajo intentando abrir una caja fuerte que, parece, se le resiste. Ya lo dijo en una ocasión la baronesa: “No es fácil ser rico”. Y hoy puntualiza: “Hay que ser inteligent­e con lo que tienes, para no ser malcriado o derrochado­r. Porque con el dinero lo más fácil es hacer tonterías”. �

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