Vanity Fair (Spain)

EL ‘BOOM’ DE GABO

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Gabriel GarcíaMárq­uez lo empeñó todo, literalmen­te, para alumbrar una obra maestra. En el 50 aniversari­o de Cien años de soledad hablamos con sus discípulos más excelsos.

La leían los obreros, las prostituta­s… En Caracas, Gabo pidió que colgasen un cartel: “Prohibido hablar de ‘Cien años”

La casa, situada en una zona tranquila de Ciudad de México, tenía un estudio en el que el escritor gozó de un aislamient­o que nunca antes había conocido y que jamás volvería a experiment­ar. En el escritorio había cigarrillo­s (fumaba 60 al día). El tocadiscos reproducía álbumes: Debussy, Bartók, A Hard Day’s Night. Pegados en las paredes, unos diagramas resumían la historia de una localidad caribeña que García Márquez denominó Macondo, así como la genealogía de una familia a la que llamó los Buendía. En el exterior, transcurrí­an los años sesenta; en el interior, la remota época de la América premoderna. El autor, ante su máquina de escribir, era todopodero­so.

García Márquez narró una peste de insomnio, hizo que un sacerdote levitara por el estímulo de un chocolate caliente, envió enjambres de mariposas amarillas y guió a su pueblo a través de una larga marcha que comprendía una guerra civil, el colonialis­mo y una república bananera. Siguió a los habitantes de Macondo hasta el interior de sus dormitorio­s, donde presenció episodios sexuales de índole obscena e incestuosa. “En mis sueños, yo estaba inventando la literatura”, recordaría el escritor. Empezó a redactar Cien años de soledad hacemedio siglo; la terminó a finales de 1966. La novela se publicó en Buenos Aires el 30 de mayo de 1967, dos días antes del lanzamient­o de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, y la reacción entre los lectores fue semejante a la beatlemaní­a: muchedumbr­es, cámaras, signos de exclamació­n, la sensación de que se iniciaba una nueva época. Cuando le concediero­n el Premio Nobel en 1982, la novela ya se considerab­a el Don Quijote del sur cuyo autor pasó a ser conocido por su nombre, Gabo. Como Fidel, su amigo cubano.

De forma oficiosa, Cien años de soledad es la obra de la literatura mundial que más personas citan como su preferida y la que, por encima de cualquier otra desde la Segunda Guerra Mundial, más ha inspirado a los novelistas de nuestro tiempo, de Toni Morrison a Salman Rushdie, pasando por Junot Díaz. En su primer mandato como presidente, Bill Clinton declaró que quería conocer a Gabo. Coincidier­on en Martha’s Vineyard y acabaron charlando sobre Faulkner. Cuandoel escritor falleció, en abril de 2014, Barack Obama aseguró: “Era uno de mis preferidos, desde mi juventud”. Y habló de su apreciadís­imo y dedicado ejemplar de Cien años de soledad.

¿Cómo es posible que la novela sea sexy, entretenid­a, experiment­al, radical desde un punto de vista político y sumamente popular? Su éxito no estaba en absoluto garantizad­o y la historia de cómo se produjo constituye un capítulo clave y muy poco conocido de la peripecia literaria del último medio siglo.

Irse de Casa

El creador del pueblo más famoso de la narrativa contemporá­nea era un hombre de ciudad. Nacido en 1927 en la localidad colombiana de Aracataca, cerca de la costa caribeña, se educó en el interior del país, en una zona residencia­l de Bogotá. Gabriel García Márquez abandonó los estudios universita­rios de Derecho para desarrolla­r una carrera de periodista en Cartagena, Barranquil­la y la capital. A medida que la dictadura en su país se fue endurecien­do lo destinaron a Europa, donde estaría fuera de peligro. Allí vivió un período de penurias. En París se dedicó a devolver cascos de botellas para ganar dinero; en Roma asistió a clases de cine experiment­al. Pasó frío en Londres y envió reportajes desde la República Democrátic­a Alemana, Checoslova­quia y la Unión Soviética. Tras regresar a América del Sur, a Venezuela, estuvo a punto de que lo detuvieran en una redada aleatoria de la policía militar. Cuando Fidel Castro asumió el poder en Cuba, García Márquez pasó a formar parte de Prensa Latina, una agencia fundada por el gobierno comunista. Después de una temporada en La Habana, en 1961 se trasladó a Nueva York junto a su mujer, Mercedes Barcha, y su hijo, Rodrigo.

La familia se alojó en el hotel Webster, en la esquinade la calle 45 y la Quinta Avenida, y después en Queens. Gabo pasaba la mayor parte del tiempo en la agencia, cerca del Rockefelle­r Center, en una sala con una ventana que daba a un solar atestado de ratas. El teléfono no dejaba de sonar. Exiliados cubanos llamaban indignados a lo que considerab­an una base del régimen. García Márquez tenía a mano una barra de hierro por si sufría un ataque.

Durante aquella etapa no dejó de crear: La hojarasca, La mala hora, El coronel no tiene quien le escriba o Los funerales de la Mamá Grande. Cuando los comunistas de la línea dura se hicieron con el control de la agencia y echaron al director, dimitió. Quería trasladars­e a Ciudad de México para centrarse en la narrativa. Pero primero aspiraba a ver el sur de William Faulkner, cuyos libros leía desde los veintipoco­s años. La familia viajó en autobuses Greyhound. Los trataron como a “sucios mexicanos”. Se negaban a darles alojamient­o y a servirlos en los restaurant­es. “Los partenones inmaculado­s en medio de los campos de algodón, los granjeros echando la siesta sentados bajo el alero fresco de las ventas de los caminos, las barracas de los negros sobrevivie­ndo en la miseria […]: la vida terrible del condado de Yoknapataw­pha había desfilado ante nuestros ojos desde la ventanilla de un autobús, y era tan cierta y tan humana como en las novelas del viejo maestro”, recordaría el escritor.

De vuelta a México, le costó salir adelante. Trabajó de guionista. Colaboró con una revista femenina y en otra de sucesos. Trabajó para una agencia

de publicidad. En la Zona Rosa (la Rive Gauche de Ciudad de México) lo tenían por arisco y taciturno.

Pero entonces su vida cambió. Una agente literaria de Barcelona se interesó por su obra y, tras una semana de reuniones en Nueva York, ella viajó al sur para conocerlo. Era 1965.

EUn Folio sta entrevista es un fraude”, declara Carmen Balcells con una rotundidad que no admite réplica. Nos encontramo­s en su apartament­o, encima de la Agencia Carmen Balcells, en el centro de Barcelona. Sentada en una silla de ruedas, sale a recibirme al ascensor y despuésda la vuelta hasta llegar a unamesa gigantesca, llenade manuscrito­s y archivador­es rojos. En la etiqueta de uno de ellos se lee “Vargas Llosa”; en otra, “Wylie”. Con 85 años y un denso cabello blanco, presenta el porte y el tamaño imponentes por los que la llamaban la Mamá Grande. Su amplio vestido blanco la hace parecer una papisa.

—Un fraude —repite en inglés, con su voz tenue y aguda—. Cuando una celebridad o un artista… Cuando esta persona muere y ya no está para contestar a muchas cosas, lo primero que se hace es entrevista­r a las secretaria­s, al peluquero, a losmédicos, a las mujeres, a los hijos, al sastre. Yo no soy artista. Soy agente. Estoy aquí porque soy una persona que desempeñó un papel realmente importante en la vida de Gabriel García Márquez. Pero esto no es lo auténtico. Falta la magnífica presencia del artista.

Balcells está inmersa en los preparativ­os de un futuro que ya no va a presenciar (falleció en septiembre de 2015). Acaba de frustrarse un acuerdo para venderle su empresa al agente literario neoyorquin­o Andrew Wylie. Ahora, otros candidatos presentan sus solicitude­s mientras Balcells trata de decidir quién va a ocuparse de sus más de 300 clientes, entre los que los herederos de García Márquez ocupan una posición destacada. Después de la entrevista tiene una reunión con sus abogados. “Una pesadez”, dice.

Esta tarde, con vivacidad y grandilocu­encia, olvida estos asuntos y recuerda el primer día enque notó cerca de ella “la magnífica presencia del artista”.

Aella y a sumarido, Luis, les gustaba leer en la cama. “Yo estaba con uno de los primeros libros de García Márquez, y le dije a Luis: ‘Esto es tan extraordin­ario que tenemos que leerlo a la vez’. Así que hice una copia. Nos entusiasmó; era de lomás novedoso, original, emocionant­e”.

Balcells y Luis llegaron a Ciudad de México en 1965. Durante el día, García Márquez les enseñaba la ciudad. Por la noche, cenaban con escritores locales. Comieron y bebieron, y después siguieron comiendo y bebiendo. A continuaci­ón, García Márquez, a quien sus invitados habían causado una impresión muy favorable, sacó un folio y, con Luis de testigo, Balcells y él redactaron un contrato según el cual la agente pasaba a ser su representa­nte en todo el mundo los siguientes 150 años.

—No, 150 no, creo que eran 120 —me aclara Balcells con una sonrisa—. Aquello fue una broma, un acuerdo dementira.

Balcells volvió a Barcelona; García Márquez se marchó con su familia a pasar unas vacaciones en Acapulco, a un día en coche en dirección sur. Durante el trayecto, detuvo su Opel blanco de 1962 con interior rojo y dio la vuelta. Su siguiente obra de ficción le había venido a la cabeza de golpe. Llevaba dos décadas dándole vueltas a la historia de una gran familia en un pueblo pequeño. Ahora la imaginó con la clari da dde un hombre que, frente al pelotón de fusilamien­to, veía toda su vida en un solo instante. “La tenía tan madurada enmi interior que le podría haber dictado el primer capítulo, palabra por palabra, a un mecanógraf­o”.

Se sentó frente a la máquina de escribir. “Estuve 18 meses sin levantarme”. Al igual que el protagonis­ta, el coronel Aureliano Buendía (que se oculta en su taller de Macondo, donde fabrica pescaditos de oro cuyos ojos son joyas), el escritor trabajó de forma obsesiva. Llamaba a amigos para leerles párrafos en voz alta. Mercedes mantenía a la familia y llenaba el armario de whisky; también mantenía a raya a los cobradores. Empeñaba artículos domésticos para lograr efectivo: el teléfono, la nevera, la radio. Gabo vendió hasta el Opel. Al terminar la novela, Mercedes y él fueron a la oficina de correos a mandar el texto mecanograf­iado a la Editorial Sudamerica­na de Buenos Aires, pero no tenían los 82pesos que costaban los sellos. Enviaron la primera mitad y después el resto, tras otra visita a la casa de empeños.

El escritor había fumado 30.000 cigarrillo­s y gastado 120.000 pesos (unos 10.000 dólares) durante el proceso. Mercedes le preguntó: “Y ¿qué pasa si, después de todo esto, la novela es mala?”.

Solo en Argentina se vendieron 8.000 copias en la primera semana, algo insólito. Los obreros la leían, al igual que las amas de casa y los profesores universita­rios, y también las prostituta­s; el novelista Francisco Goldman recuerda haberla visto en unamesilla de noche de un burdel de la costa. García Márquez viajó a Argentina, Perú y Venezuela. En Caracas, pidió a sus anfitrione­s que colgasen el siguiente cartel: “Prohibido hablar de Cien años de soledad”. Las mujeres se le echaban encima.

Para evitar distraccio­nes, se instaló en Barcelona junto a su familia. Tras verlo en esta ciudad, Pablo Neruda le compuso un poema. En la Universida­d Complutens­e de Madrid, Mario Vargas Llosa, ya famoso por La casa verde, escribió una tesis doctoral sobre el libro.

Muchos se han planteado llevar Cien años de soledad al cine. Nadie ha estado cerca de conseguirl­o. A veces, el autor y la agente pedían una cifra astronómic­a por los derechos. Otras, García Márquez exigía cláusulas irrealizab­les. En lugar de

“El mundo pasó del blanco y negro al tecnicolor. Esa novela me atravesó como un rayo”, dice Junot Díaz

Eadaptacio­nes cinematogr­áficas, ha recibido homenajes de otros novelistas. staba sentada en mi despacho de Random House — cuenta la escritora estadounis­ense Toni Morrison, premio Pulitzer 1988 y premio Nobel de Literatura 1993, que por aquel entonces era editora y había publicado dos novelas propias—, pasando una página tras otra de Cien años de soledad. Encontré algo que me resultó familiar: cierta clase de libertad, una libertad estructura­l, una idea distinta de lo que era nun principio, un nudo y undes enlace. Culturalme­nte, me sentí muy próxima a él porque no le suponía el menor problema mezclar a los vivos y a los muertos. Sus personajes mantenían una relación muy estrecha con el mundo sobrenatur­al, y así era como en mi casa senar raban las historias”.

El padre de Morrison había muerto y la escritora quería crear un libro cuyos protagonis­tas iban a ser hombres, algo inédito para ella. “Antes, escribir sobre aquellos tipos me había suscitado dudas. Pero ahora, gracias a haber leído Cien años de soledad, mis dudas se despejaron. García Márquez me dio permiso”. Permiso para redactar La canción de Salomón, la primera de una serie de novelas audaces y ambiciosas. Muchos años después, Morrison y García Márquez impartiero­n juntos una clase magistral en Princeton. Era 1998, “el año en que salió la Viagra”, recuerda Morrison. “Por la mañana pasé a recogerlos al hotel en el que se alojaban Mercedes y él, y me dijo: ‘Esta pastillita… no es para nosotros, los hombres, sino para vosotras, las mujeres. No la necesitamo­s, ¡pero queremos complacero­s!”.

Ese mismo año, el escritor Junot Díaz, premio Pulitzer 2008, leyó la novela durante los primeros meses que pasó en la Universida­d Rutgers. “El mundo pasó del blanco y negro al tecnicolor”, asegura. “Yo era un joven escritor latinoamer­icano y caribeño que buscaba desesperad­a mente modelos. Esta novela me atravesó como un rayo: me entró por la coronilla, me salió por los dedos de los pies y estuvo replicándo­se en mi interior a lo largo de las décadas siguientes, hasta la actualidad”. Le impactó que Cien años de soledad se hubiera redactado justo después de que las tropas estadounid­enses invadieran su país natal, República Dominicana, en 1965, y acabó consideran­do el realismo mágico una herramient­a política que “permite a los caribeños percibir claramente lo que sucede en su mundo, un mundo surrealist­a en el que hay más muertos que vivos, más anulación y silencio que cosas dichas. En la familia Buendía hay siete generacion­es. Nosotros somos la octava. Somos hijos de Macondo”.

“Yo conocía a los coroneles y generales de García Márquez, o almenos a sus equivalent­es indios y paquistaní­es; sus obispos eran mis mulás; sus mercados callejeros, mis bazares. Su mundo era el mío, traducido al español. No es de extrañar queme enamorara de la obra, no por su magia, sino por su realismo”, dice el autor británico Salman Rushdie. Cuando escribió una crítica de la novel a del colombiano Crónica deuna muerte anunciada, lo llamaba el “ángel Gabriel”, un detalle improvisad­o que lleva a pensar que García Márquez influyó en Los versos satánicos, cuyo protagonis­ta es el ángel Gibreel. A esas alturas, Gabo ya había recibido el Nobel y era admirado universalm­ente. Era el galardonad­o al que todo elmundo quería adorar. Todo el mundo menos Mario Vargas Llosa.

El Altercado

Habían sido amigos durante años, en la época en que los dos eran expatriado­s en Barcelona, escritores destacados del Boom, clientes de Carmen Balcells. Sus mujeres (Mercedes y Patricia) hacían vida social juntas. Pero luego tuvieron un enfrentami­ento. En 1976, en Ciudad de México, García Márquez asistió a una proyección de la película La odisea de los Andes, cuyo guion había escrito Vargas Llosa. Al ver a su amigo, el colombiano se acercó a darle un abrazo. Vargas Llosa le propinó un puñetazo en la cara. “Y García Márquez le dijo: ‘Ahora que me has tirado al suelo de un puñetazo, ¿por qué no me explicas el motivo?”, me cuenta Balcells al recordar el episodio. Circula una historia según la cual García Márquez le había dicho a un amigo común que Patricia le parecía de todo menos guapa. Una segunda versión explica que Patricia, al sospechar que Mario le estaba siendo infiel, le había preguntado a Gabo qué hacer al respecto, y que este le había aconsejado que abandonase a Vargas Llosa, quien solo ha declarado que el episodio se debió “a un problema personal”.

—Otro escritor le recomendó a Mario: “Ten cuidado. No te conviene que te recuerden como el escritor que le dio un puñetazo al autor de Cien años de soledad”, revela Ballcells.

Durante cuatrodéca­das, Vargas Llosa se ha negado en redondo a comentar el incidente. Gaboy él, dice, sellaron el “pacto” de llevarse la historia a la tumba. No obstante, en una conversaci­ón reciente sobre su amigo y rival, el también Nobel de Literatura (lo ganó en 2010) habló cariñosame­nte de la importanci­a que García Márquez tuvo para él. De los años en los que fueron compañeros en Barcelona. Reveló que planeaban escribir una novela sobre la guerra de 1828 entre Perú y Colombia.

Yhabló de Cien años de soledad, que leyó pocas semanas después de que se publicase, y sobre la que escribió “de inmediato, de inmediato. Este fue el libro que amplió el público de lectores en español, que logró que en él se incluyera a los intelectua­les, pero también a los lectores corrientes, gracias a su estilo claro y transparen­te. Almismo tiempo, fue un libro muy representa­tivo: las guerras civiles latinoamer­icanas, las desigualda­des latinoamer­icanas, la imaginació­n latinoamer­icana, el amor por la música en Latinoamér­ica, el color de la región: todo esto estaba presente en una novela que mezclaba realismo y fantasía de modo perfecto”.

Sobre su enfrentami­ento con Gabo, concluyó: “Eso es un secreto para un futuro biógrafo”. �

“La viagra no es para nosotros, los hombres, sino para vosotras, queremos complacero­s”, le dijo Gabo a Toni Morrison

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