ADAMS
Treinta y seis películas, entre ellas Animales nocturnos y La llegada (2016), y cinco nominaciones al Oscar.
Amy Adams levanta la expectación en cualquiera de sus películas desde su rompedor papel en June bug (2005), una ferviente aceptación del pase-lo-que-pase que convirtió a su exiliada princesa en Encantada, de Disney, en alguien de punzante encanto. La menos extravagante de las actrices, un lienzo en blanco en cada nueva ocasión, mantiene a flote casi todas los largometrajes en los que aparece y abre con su vivaz calma un oasis entre esa olla a presión de testosterona que es The Fighter y el bullicio de La gran estafa americana (ambas dirigidas por David O. Russell), manteniendo el sentido de los múltiples entrecruzamientos narrativos de Animales nocturnos, de Tom Ford. Y en La llegada, un hit de crítica y taquilla (una meditación de ciencia ficción en clave jungiana en la que los alienígenas se comunican mediante círculos de tinta, como haciendo caladas de humo con forma de aros en plan zen), eleva el nivel de su actuación a estado de gracia. Nominada cinco veces al Oscar, este año tampoco pudo ser.