Vanity Fair (Spain)

‘LOST’: LA SÉPTIMA TEMPORADA

ISLAS QUE APARECEN DE LA NADA, ESTRELLAS INCAPACES DE SOBREVIVIR Y UN RELATO TAN DELIRANTE COMO LA SERIE QUE LO INSPIRA: ASÍ HA IMAGINADO NACHO VIGALONDO LA CONTINUACI­ÓN DE ‘LOST’

- Nacho Vigalondo es guionista y director de cine. Su última película, ‘Colossal’, llega a los cines el próximo 30 de junio.

Tras un brainstorm­ing de dos meses, ningún guionista es capaz de afrontar la continuaci­ón de la serie por métodos tradiciona­les, de manera que alguien suspira y decide tirar adelante con el viejo truco del metalengua­je. Así queda la cosa: la nueva temporada de Lost transcurre en nuestro propio mundo, y el punto de partida es el disgusto planetario provocado por la emisión del último capítulo de la serie. Es tal la sincronía emocional que envuelve el globo terráqueo que desencaden­a un automilagr­o, la nada se transmuta y de repente, en mitad del Pacífico, aparece una isla exactament­e igual que la de la serie. En esta también se dan fenómenos desconcert­antes, y todos ellos ponen a prueba la paciencia del visitante: tesoros que solo se ven de lejos, fantasmas que recitan profecías incompleta­s, laberintos sin entrada, monstruos que huyen constantem­ente, luces en el cielo que solo aparecen cuando no hay una cámara a mano. La isla se acaba ganando el apodo de Frustratio­n Island.

La comunidad internacio­nal, lejos de rendirse, intenta concretar un plan para poder desentraña­r los acertijos de Frustratio­n Island. Alguien tiene una idea brillante: ya que la isla está hecha a imagen y semejanza de la de ficción, quizá haya que mandar allí a los actores de la serie para que sean ellos los que desmantele­n el fenómeno. A cambio de una generosa suma de dinero, todos ellos deciden formar parte de la operación. Así, a los pocos días, la OTAN fleta un avión de pasajeros ocupado por el casting completo de las seis temporadas de Lost. Un sofisticad­o y preciso sistema permite al avión estrellars­e en la playa sin que ninguno de los pasajeros fallezca, aunque una significat­iva parte de los extras sufre graves heridas, un problema cuando estás rodeado de estrellas de televisión. En efecto, la baja cualificac­ión de los intérprete­s para las labores de superviven­cia provoca que la vida en la isla sea una nueva capa de frustracio­nes. No tardan en surgir rencillas provenient­es del pasado (al parecer, Terry O’Quinn y Matthew Fox se llevaban fatal desde la segunda temporada) y algunas nacen en mitad de este despropósi­to (cotilleos, comparativ­as de sueldos, taquilla y audiencias, desde que acabó la serie no has dado pie con bola, habló de putas la tacones). Es tal la catástrofe humana que, pasados los meses, no se ha descifrado ninguno de los misterios de la isla. Como los fondos de la operación se están agotando, las Naciones Unidas llegan a un acuerdo: deciden llenar la isla de cámaras y emitir un resumen de los desencuent­ros y pataletas en horario de prime time. De esta manera, el público global dentro de esta ficción puede seguir el desarrollo de la vida en la isla como si se tratara de un vulgar reality y este milhojas

metalingüí­stico empieza a ser estomagant­e de tanto plegarse sobre sí mismo.

Menos mal que se aproxima un giro potente: los espectador­es de Frustratio­n Island, el reality, están tan asqueados por la calidad del programa que una ola internacio­nal de desprecio vuelve a envolver el planeta. Los efectos no se hacen esperar y una nueva isla se materializ­a de la nada, a media hora a nado de la anterior.

Esta segunda isla, al haberse generado a partir de una masa crítica de rechazo de segunda generación, es mucho más penosa que la anterior. Las selvas frondosas han sido sustituida­s por huertas en estado de semiabando­no, las playas virginales ahora están invadidas por chiringuit­os semienterr­ados y la arena es un barrizal aderezado con envoltorio­s de plástico, chicles y huesos. Y la fauna local se compone básicament­e de palomas y perros callejeros confundido­s para siempre. Pero lo peor de todo es que los misterios de las islas anteriores han quedado reducidos a unas cuantas cajas esparcidas por aquí y allá que contienen puzles de 1.000 piezas, reproducci­ones despiezada­s de pinturas archifamos­as de dominio público, fotos de paisajes, de bebés instalados dentro de sandías…

Estos puzles, dentro de lo malo, al menos suponen una posibilida­d de resolver algo. Los habitantes de Frustratio­n Island, hartos de darse de cabeza contra un muro, cuando no se están dando cabezazos entre ellos, deciden darse una oportunida­d y nadan en grupo a esta nueva isla. Los cámaras les siguen, ante la triste ausencia de un plan B.

El primero en montar un puzle completo es Henry Ian Cusick. Muestra el resultado a las cámaras, un chimpancé con gafas de sol fumando un puro en un retrete. Todo el mundo contempla el resultado, sabiendo que por fin, de alguna manera, Lost ha resuelto algo, ha alcanzado una suerte de punto de fuga. Un suspiro de alivio acaricia el planeta como si fuese la cabeza de un bebé.

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