El Juego de Albert
Se siente llamado a regenerar la vida pública de este país y a recuperar la confianza de los votantes, pero pacta con el PSOE y con el PP, dos partidos del ‘establishment’ golpeados por la corrupción. Albert Rivera, líder indiscutido de Ciudadanos, conver
En The Liar in your life, Robert Feldman, profesor de Psicología de la Universidad de Massachusetts, asegura que mentimos entre dos y tres veces durante los primeros 10 minutos que conocemos a alguien. Mentir, dice, es parte del contrato social: hay mentiras inevitables, inocentes, cotidianas. Mentimos para no matarnos. El exministro Jordi Sevilla concede en su último libro, Vetos, pinzas y errores, que la mentira forma parte de la vida política diaria. “Para muchos, la política es Maquiavelo”, escribe. Los ciudadanos lo saben. En una época de black cards, operaciones Lezo, Bárcenas, Gürtel, ERE, Pujoles, 3%, Púnicas... la mayoría asume, de hecho, que los políticos son unos corruptos, unos ladrones. Que mienten. Hasta que se demuestre lo contrario.
“Recuerdo una encuesta que me dejó en shock. Decía que el 70% de los ciudadanos cree que estamos aquí para enriquecernos. Analizo por qué lo piensan, ves el saqueo y, aunque hay mucha gente honrada en política, la lógica es aplastante”, admite Albert Rivera (Barcelona, 1979) la tarde que nos conocemos en su despacho del Congreso de los Diputados, donde ha aparecido con el paso apurado de los que han aprendido a llegar tarde.
Por eso, entrevistar hoy a un político es convertirse casi en un detective del embuste. Porque las posibles falacias de un hombre que aspira a ser presidente del Gobierno no deberían estar admitidas en nuestra ración diaria del engaño.
Rivera y su partido experimentan desde hace años un crecimiento en las encuestas del líder nacional y la formación mejor valorados, aunque luego los votos no siempre lo reflejen. Pero el hombre que se siente llamado a regenerar la vida pública de este país se enfrenta a grandes contradicciones: ha cambiado su discurso tantas veces como ha necesitado, adaptándolo a las circunstancias (Del “No voy a entrar en ningún gobierno del PSOE o del PP” al “No vamos a firmar un pacto de legislatura” o “Los votos de Ciudadanos no van a apoyar a quien pactó con Bárcenas”) y conjuga su lucha contra la corrupción con el apoyo al PP, un partido acorralado por las corruptelas.
La teoría de los géneros periodísticos asegura que las entrevistas crean una información que condiciona las siguientes entrevistas. Uno tiene la sospecha de que es así cuando ve a Albert Rivera con la respuesta esperando la última sílaba de la pregunta: “Yo no he cambiado de opinión. Los españoles me han obligado a sentarme con otros y hablar. Yo quería ganar las elecciones, pensaba que podíamos echar al Gobierno, pero no lo conseguimos. Así que los que nos han hecho ir cambiando de opinión son los votos de los españoles que nos han dicho: ‘Los partidos nuevos tenéis fuerza para cambiar las cosas pero no ganáis. Y a los partidos viejos vamos a darles un escarmiento en las urnas, pero todavía siguen gobernando’. Y esa es la realidad. Puedo bloquear el país 20 años o permitir que haya un Gobierno poniéndome de acuerdo con el que piensa distinto. Lo que he hecho es coger nuestro programa y con 32 escaños teñir de naranja las políticas del Gobierno. Sigo convencido de que Rajoy no era la persona idónea para liderar una nueva etapa política. Pero la otra opción eran terceras elecciones. Y en la vida hay que decidir”.
—Tenía usted otra opción: apoyar al 66% de gente que no votó al PP, hacer oposición y no unirse.
—Nadie ha hecho más dura oposición que Ciudadanos. Montar un autobús no es hacer oposición, es un show. Para mí, hacer oposición es llamar a comparecer a Rajoy en una comisión de investigación, echar a un presidente imputado por corrupción en Murcia, conseguir que los presupuestos acaben con los recortes…
Unos presupuestos que solo conceden 100 millones para la dependencia, que se ha recortado en más de 3.000 millones desde 2011, y que en Educación y Sanidad, pese a que ha aumentado, no alcanza los presupuestos de 2011, los “más austeros” tras la crisis —le comento.
—La Ley de Dependencia lleva cuatro años recortándose, esta es la primera vez que se incrementa. El PP solo recortaba la dependencia y con Ciudadanos sube. ¿Que hay más? Claro, yo la carta a los Reyes Magos la haría ahora mismo y no pediría solo 100 millones, sino 400, lo que decimos en nuestro programa. Pero soy consciente de que para cuadrar las cuentas, cumplir el déficit y que en Europa no nos pongan una multa es preferible ir subiendo las partidas sociales en los próximos años que aumentar más los impuestos.
—¿De quién sufrió más presiones para darle el sí a Rajoy?
—Presiones no es la palabra, pero había muchas dudas hasta en nuestro propio partido. Era una contradicción, porque queríamos un Gobierno nuevo, pero no lo habíamos logrado en las urnas. Y por otro lado, tampoco queríamos bloquear el país. Y ante eso dijimos: vamos a apoyar la investidura, pero estas son mis condiciones: pacto anticorrupción, comisión de investigación a Bárcenas, supresión de aforamientos… Cada vez estoy más convencido de que hicimos lo correcto desbloqueando el país y no formando parte del Gobierno. Nos planteamos entrar con un ejecutivo renovado, pero con Rajoy…
—¿ A qué presidente del PP le habría dicho sí?
— No, no hago quinielas. No quiero matar a ningún candidato. He aprendido que en política cuando hablas bien de compañeros de otras formaciones no les haces ningún favor en su partido. Lo que pasa es que en el PP hay poca gente libre y valiente como para acabar con la corrupción, tirar de la manta y romper con
“SI EN EL PP HUBIERA ALGUIEN LIBRE Y VALIENTE, YA SE HABRÍA PRESENTADO CONTRA RAJOY. PERO NO LO HAY”
el pasado. Con toda la corrupción que tienen en el PP, si hubiera gente valiente y libre, ya habría alguien que se habría presentado contra Rajoy. Y no lo ha hecho.
—Después del 26-J, ¿tuvo la sensación de que el PP le estaba maltratando? Rajoy no le mencionó ni una vez en su discurso de investidura.
—Bueno, por ser justos hay que decir que Rajoy agradeció el apoyo y dijo que iba a cumplir nuestras condiciones. Ahí no tengo nada que decir. Pero es verdad que luego intentaron jugar al “No, yo los temas importantes los hablo con el PSOE”. Y claro, lo importante era subir los impuestos, cosa que yo no quería, o bloquear la Comisión de Cajas… Entiendo la situación del PP, por un lado tiene un partido que apoya su investidura y los presupuestos, y a la vez es el partido que una parte de los electores españoles, especialmente los jóvenes, pueden ir a buscar en las siguientes elecciones.
ARivera se le “escapa” de nuevo que el PP le ofreció la vicepresidencia del Gobierno (“Escuché a muchos que me decían: ‘Si no la acepta,
se equivocará”), algo refutado por los populares. Él niega por su parte algo que voces de su partido y el PSOE afirman: que Pedro Sánchez también se la ofertó y él aceptó. “No, la verdad es que en ningún momento se planteó”, me dice.
Sucede lo mismo cuando le pregunto sobre el hecho de que cediera ante los socialistas uno de sus caballos de batalla, el contrato único, tal y como ellos se vanaglorian. “No es verdad, lo conseguimos, aunque se llamara de otra manera”, arguye.
En la serie Lie to Me, el psicólogo Cal Lightman es un experto en detectar mentiras estudiando las expresiones faciales, los eufemismos, la voz de la gente. Si Lightman (maravilloso apellido para este oficio) observara el pie que Rivera sacude al compás de una blanca arriba y abajo, diría como suele: “La verdad está escrita en nuestros gestos”. La verdad en este caso es que el joven político es puro nervio. Le cuesta estar sentado. Se remueve, se toca la nariz y la pechera de su camisa que se afana por abrirse, forzada por su espalda de nadador. Cuando era pequeño y vivía en L’Atmella del Vallès, Rivera se levantaba todos los días a las cinco de la mañana para ir a entrenar. A las ocho, con el pelo mojado y la marca del gorro aún en la frente, se marchaba a toda
“ESPAÑAUN LÍDER NECESITA OUE LOS ESPAÑOLES VEAN COMO UNO DE LOS SUYOS”
prisa al colegio. A medio día, mientras sus amigos se iban a comer, él se quedaba en el gimnasio, y después de las clases, volvía a entrenar. Hoy, relaja su nervio en una piscina del centro de Madrid los medios días que se escapa del Congreso. En la dirección de Ciudadanos se puede ver la personalidad deportiva de Rivera: concibe la política como una carrera de fondo, un xino xano, como se dice en catalán, un avance pasito a pasito; practica el fair play, no grita, no se exalta, es conciliador y a su boca asoma generalmente la sonrisa. Pero quiere ganar. Siempre quiere ganar.
Sabía, me dice, que apoyar la investidura de Rajoy y los Presupuestos Generales fortalecería a su equipo. Como en un entrenamiento, robustecería su poder, su experiencia y su competitividad para las siguientes elecciones generales en las que aspira a convertirse en presidente del Gobierno. “España necesita un líder que los españoles vean como uno de los suyos. En la Transición hubo liderazgos que ayudaron al proyecto político del país. Cuarenta años después, hay que recomponer eso y, en la parte que yo pueda ayudar, me gustaría hacerlo. Ya veremos si la gente me percibe con esos ojos”.
—De momento, tenemos un presidente que dice: “Un vaso es un vaso y un plato es un plato y España está llena de españoles”. ¿Qué reflexión hace? —¡Pues que Rajoy es Rajoy! —En los albores de Ciudadanos, Josep Piqué trató de disuadirles de que lo crearan. “La política es sucia”, les dijo a la desesperada. ¿Se equivocaba?
—Pues mire, como en muchas cosas de la vida, las hay maravillosas y las hay sucias. Hay mucha porquería y mucha basura por limpiar. Estoy convencido de que van a seguir saliendo cosas. La fiesta ha sido muy muy grande. Ha habido mayorías absolutas sin ningún control. La política española ha sido como los nuevos ricos: venga, vamos a gastar, a construir aeropuertos vacíos, a llevarnos un tanto por ciento de aquí, otro de allí… Con la crisis hemos tomado conciencia de lo importante que es pedir explicaciones. De ahí nacen Podemos y Ciudadanos, en un momento en el que los votantes buscan alternativas.
El político ha dejado atrás a aquel equipo de intelectuales que en 2005 presentó en Barcelona la plataforma de Ciudadanos de Cataluña ante un admirado Rivera de 26 años, exestudiante de Derecho y trabajador de La Caixa que, sentado en el suelo y con el casco de su moto entre las piernas, trataba de responder a la pregunta que el filósofo Fernando Savater lanzaba a los asistentes: “¿Cuál es la diferencia entre un súbdito y un ciudadano? Los súbditos son los que se preguntan qué nos va a pasar mañana y los ciudadanos somos los que nos preguntamos qué vamos a hacer mañana”. Un año después, se subía a la tribuna del Parlament de Cataluña como portavoz de Ciudadanos. Rivera sufrió ruedas de prensas sin periodistas, el fuego amigo de sus dos compañeros diputados, las puñaladas conspiratorias, los errores del principiante y la soledad de un líder que, pese a su timidez, aceptó, sin equipo propio, ser la cabeza visible de un grupo de intelectuales al que no pertenecía. Él no era un intelectual, pero era un buen orador. Se dio cuenta, aprendió. Y se repuso. Contrató a un equipo de profesionales de la comunicación, su gran pasión, e hizo de la necesidad virtud. Dado que no podía convocar grandes mítines, instauró “El café con Albert”: se reunía durante hora y media con ciudadanos para charlar. Luego organizaba visitas al Parlament que guiaba él mismo. La gente empezó a conocerle.
Demostró el mismo olfato cuando en 2010 la selección española de fútbol se disputaba el Mundial. Rivera, quien vio cómo sus conciudadanos catalanes apoyaban a la Roja sin importarles su “españolidad”, capitalizó su triunfo y promovió una campaña para pedir al alcalde José Montilla que instalara una pantalla en la calle como hacía con el Barça. Al final, lo consiguió. Más de 100.000 personas se lanzaron a ver la victoria contra Holanda. Albert vivió un auténtico baño de masas: “¡Tienes mi voto!”; “Gracias, Ciutadans. Gracias, Albert. Somos catalanes y somos españoles”, se escucha en el vídeo que el partido hizo de aquel día. Una campaña a coste cero.
Muchos catalanes que no somos separatistas nos hemos sentido olvidados por España —me dice hoy—. Yo quiero que España siga siendo un país unido porque quiero que seamos iguales, que no tengamos que pasar fronteras, ir con pasaporte o cambiar de moneda. No soy un patriotero identitario porque vengo ya cargadito de identidad de mi tierra, donde en nombre de la nación catalana se robaba, pero tampoco reniego de mi país”.
—¿Para usted un nacionalista catalán es como un alemán o un australiano, un extraño?
—Nooo, de hecho son mis vecinos, mis familiares… Cuando una sociedad tiene un 40% que se sitúa en un eje identitario determinado, o renuncias al 40% de la gente, que no es mi caso, o lo llevas con normalidad.
—¿Y qué piensa hacer con ese 40% de personas, entre las que están sus familiares y amigos, que según el CIS quiere que Cataluña sea independiente. Y un 75% que quiere que se celebre un referéndum?
—Frente a la demagogia del populismo separatista hay que hacer una propuesta alternativa. Yo llevo cuatro años escuchando: “España nos roba”, sin que haya una sola refutación económica. El Estado ha ninguneado estos argumentos que calan. Me hubiera gustado que, en vez de tener que rebatirlo yo solo en el Parlament, la vicepresidenta o el ministro, cada vez que un dirigente catalán dijera algo así, lo refutara con datos. A toda esa gente que quiere que Cataluña sea independiente hay que decirle la verdad: que una Cataluña fuera de España y Europa no va a dar mejores resultados económicos, mejor educación ni mejores servicios públicos. Y hay que decirle otra verdad: que corrupción
“PARA LO QUE ESTÁN HACIENDO CARMENA O ADA COLAU NO HACE FALTA QUE VENGAN NUEVOS”
ha habido en Madrid, en Murcia, en Andalucía y mucha en Cataluña. Decirle que bajo la bandera han tapado la cartera.
Y por último: en la vida hay que seducir. Si a los catalanes les presentamos un proyecto para toda España sin corrupción, innovador, moderno… habrá muchos que vean en eso algo más atractivo que lo que perciben hoy, porque el proyecto político del PP y de Rajoy ha llegado a su fin.
—Aboga usted por la unión, por la riqueza de las lenguas, pero en su partido Carolina Punset dijo: “Hablar valenciano es volver a la aldea” —le comento.
—Jugar con los elementos identitarios como enfrentamiento me parece un error. En Cataluña se ha dejado durante mucho tiempo que los nacionalistas capitalizaran el catalán y eso es un error. España como país debería recuperarlo. Cuando el rey habla en catalán en Cataluña, tiene un efecto demoledor sobre los separatistas, porque es el rey de España hablando una lengua española en Cataluña. Y yo, si algún día soy presidente del Gobierno, además de que hablo catalán, también tendré que aprender las otras lenguas del Estado.
En su libro Juntos Podemos (“¡Salió antes del partido y no era mal nombre, porque les ha ido bastante bien!”), Rivera relata su primer encuentro privado con el entonces príncipe de Asturias. Algo epatado (“Si años antes me hubieran dicho que me iba a reunir con el príncipe Felipe, no me lo hubiese creído. Pero ahí estaba”), el político concluye: “Si el príncipe entiende que debe ser el primer funcionario de España, veremos a don Felipe como jefe de Estado”.
—¿Un funcionario que alcanza ese puesto a dedo y no por meritocracia?
—Esa es la gran contradicción de la monarquía parlamentaria. Yo creo más en el mérito a la hora de elegir a una persona. Si el rey actual fuera rey solo por ser hijo de don Juan Carlos, y no fuera una persona capaz, a lo mejor se habría acabado la monarquía. Pero en este caso creo que Felipe VI en vez de ser un problema para España es parte de las soluciones.
—¿Tiene sentido para usted la monarquía en el siglo XXI?
—No, y seguramente en un futuro esto se va a replantear cada día. Pero tenemos una ventaja, este rey es rey por una Constitución que se puede modificar. Estoy seguro de que si este rey metiera la pata o no fuera capaz, los españoles decidiríamos cambiar a un régimen de república.
En enero de 2015, Ciudadanos era un partido catalán con nueve diputados autonómicos y un centenar de concejales. Pero tenía un líder que era un animal catódico, bregado en la liga de debate universitario, y se había subido a la tribuna del Foro Nueva Economía en Madrid, ante los líderes más influyentes del país, para pronunciar un discurso, dicen, mágico, con un lenguaje de la sensatez y la realidad que terminó con una frase en catalán: “Catalunya és la meva terra, Espanya el meu país i Europa el meu futur”. La ovación fue unánime. “Hay futuro, hay esperanza para la política”, se felicitó José Bono. Ciudadanos emprendió entonces una expansión nacional insólita en la historia de la democracia española.
Para llegar a los 40 diputados nacionales y casi 100 autonómicos, que consiguió en las primeras elecciones generales, Rivera quiso indagar en las capacidades y el pasado de las miles de personas que se sumaron a sus listas electorales, la mayoría sin experiencia política previa. Quiso romper el corsé nepótico que impera en los partidos. “¿Y si contratamos headhunters y montamos un departamento de Recursos Humanos?”, preguntó como si de una startup californiana se tratara.
Lo miraron como a un loco: “Los partidos no tienen departamento de Recursos Humanos”. “Los partidos deben ser lugares donde capitalizar el talento de un país, pero, paradójicamente, al no tener esta estructura más empresarial, han sido lugares comunes de mediocridad”, aduce hoy.
Lo montaron. Examinaron centenares de currículos; escudriñaron antecedentes penales, fiscales… Eso no les ha evitado vivir situaciones como la del número dos de Rivera, Jordi Cañas, quien tuvo que dimitir cuando se le imputaron delitos fiscales; la de Virginia M. Salmerón, diputada por Sevilla, quien no supo argumentar por qué había que votar a su partido: “No sé cómo explicarlo”, enmudeció; o ver cómo la escritora Marta Rivera de la Cruz, su número tres, negaba en un debate la importancia del género en los casos de violencia doméstica.
Es que tú puedes ser un magnífico médico, abogado o escritor, pero luego tienes que subirte a una tribuna y codearte con gente que lleva 20 años de político profesional, que de meter coletillas y eslóganes sabe un montón —se defiende—. En cualquier caso, prefiero fichar a un buen profesional y pulirle para que sea un buen político, que no tener buena madera y ser un político que nunca ha trabajado. En el PSOE ahora están pugnando por la secretaría general personas que no tienen trayectoria profesional y aspiran a ser el líder de los socialistas… En Ciudadanos costaría mucho ver eso, porque la mayoría tenemos un pasado profesional. Dicho esto, entiendo que en la política del XXI la comunicación es muy importante. Yo a mis compañeros les digo: “Tenéis un gran bagaje, pero, por favor, contadlo bien”. Porque nadie se imagina hoy a un presidente del Gobierno que no quiera comunicar o que no sepa expresarse en público. Bueno, sí que me imagino alguno…”.
Rivera estalla en risas. Su juego de palabras, más que un sarcasmo, es una constatación objetiva de la realidad.
—Confiéseme una cosa: ¿Esperanza Aguirre estuvo
“NADIE SE IMAGINA HOY UN PRESIDENTE QUE NO QUIERA COMUNICAR O NO SEPA EXPRESARSE. BUENO, SÍ…”
tentada de dar el salto a Ciudadanos? Ella declaró su “enorme admiración” por usted.
—No, nunca. Aguirre ha gobernado muchos años Madrid y sacaba los resultados que sacaba en el PP, a pesar de la corrupción que la rodeaba, porque ella no está imputada de momento... Y no reniego de quien habla bien de uno, pero también lo hace Bono.
— Cristina Cifuentes, obligada por las investigaciones de la oposición, derivó las denuncias de la Operación Lezo a la Fiscalía. Si no tiene una responsabilidad penal, sí tiene una política. Y si ella no está dispuesta a asumirla, la carga de la prueba recae sobre Ciudadanos, que la apoya en Madrid. Quieren regenerar la vida pública pero la sostienen, ¿no es contradictorio?
—No, al revés, queremos ganarle las elecciones a Cifuentes, pero es que nos las ha ganado ella. A la gente se le olvida la democracia. Si ellos cumplen el pacto de investidura, habrá presupuestos, habrá estabilidad y habrá legislatura. Si la presidenta estuviera imputada o hubiera un escándalo que salpicara a la mitad de su gobierno, cambiaría el asunto, como ha pasado en Murcia. Pero nuestro acuerdo es con Cifuentes, no con Ignacio González, que está en la cárcel.
—En febrero de 2016, usted dijo: “Un imputado más en la Comunidad de Madrid y el PP pierde nuestro apoyo”. Desde entonces van ya…
—Un imputado que esté en el escaño. Si el PP lo sostuviera. Pero si lo echan… En la Comunidad de Madrid gracias a Ciudadanos no hay ni un imputado en los escaños. El PP con mayoría absoluta tenía imputados en los escaños. Por eso digo que la regeneración también es entender que, cuando no ganas las elecciones, puedes hacer algo en la oposición. A Podemos da mucha pereza trabajar en la oposición, ellos son más de asaltar el poder, como dicen. Les da pereza presentar leyes, venir al Parlamento, regenerar la política sin fuegos artificiales, pero nosotros no hemos venido a eso…Yoaspiro a gobernar mejor que el PP y el PSOE, no peor. Para lo que están haciendo Carmena o Ada Colau no hace falta que vengan nuevos.
Hay un hecho. Albert Rivera siempre ha sido líder. Le disputaron el cargo en enero de este año dos contrincantes, pero como él le decía entonces a su hija de seis años, cuando ella le preguntaba por qué hablaba tanto con sus compañeros por el manos libres del coche: “Pues mira, porque en las primarias votamos si escogen a papá o a otra persona para estar en Ciudadanos”. “Y cómo lo ves?”, preguntó ella. “Pues yo creo que vamos a ganar”. Sabía que iba a ganar. Arrasó con el 87,3% de los votos.
Después de aquella elección, el partido dio un giro ideológico. Renunció al “socialismo democrático” que figuraba en sus estatutos para abrazar el “liberalismo progresista” y desde entonces ha habido una fuga y dimisiones de hasta 140 cargos. Rivera los ha acusado de “transfuguismo”. —Déjeme darle la vuelta a su argumento: ¿Cree que ellos podrían acusarle de tránsfuga a usted, puesto que tránsfuga es también una persona que cambia de una le ideología a otra? —No he leído una crónica que dijera que Ciudadanos era un partido socialista, no nos definíamos ni como liberales ni como socialdemócratas. ¿Qué hemos hecho 11 años después, estando ya en el grupo liberal europeo? Definir lo que todo el mundo ya sabe: que ocupamos el centro. Un 90% de los militantes votó a favor. Así que no le acepto el argumento, porque cuando tú tienes un acta de un partido se lo debes a tus militantes y no te crees el Dios del mundo. Yo soy diputado y presidente de este partido, y mi acta no es mía, es de mis militantes. Y si lo tengo claro yo,
“Nosotros no hemos pactado nada con los nacionalistas vascos. Un pacto es que yo gobernara con ellos. Votaremos contra el cupo”
lo tiene que tener claro hasta el último concejal.
—Es usted muy líder en su partido. Y acumula mucho poder. ¿Qué pasará cuando ya no esté? ¿Quién será su sucesor?
—Dicen que el principal trabajo de un líder es buscar nuevos líderes, y yo estoy en ello. De hecho, tú hace dos años preguntabas a la gente quién era Begoña Villacís o Inés Arrimadas y no lo sabían. Estoy especialmente interesado en que se conozca al equipo, porque tú eres mucho mejor cuando tu equipo es mejor. Pero sí, llegará el día que tendré que plantearme mi futuro más allá de la política, porque tengo otras inquietudes en la vida.
De momento, Rivera se prepara para su maratón particular en el camino a la Zarzuela. Como su estimado Macron, “El Albert Rivera francés”, como le apodó Le Monde, él también ha planificado una enorme operación de seducción para llegar a la presidencia rozando la cuarentena. Macron llegó a ofrecer, a cargo del erario público, hasta dos cenas diarias en su ático de Bercy a todo el que representaba algo en la política, las finanzas, la empresa, la comunicación y el espectáculo de su país. Rivera, quien ya orquestó almuerzos y citas con el who is who de la capital en su lanzamiento nacional, pretende recorrer en año y medio todas las provincias de España. “Es un camino de lluvia fina, de conocer el país, de escuchar a la gente, ver ese panorama que en campaña es muy difícil, porque no puedes comer, cenar, hablar…Además, tengo una agenda de encuentros con periodistas, con gente de la economía, con los embajadores…Lo tenemos bien planificado y somos muy
hormiguitas, no nos saltamos el plan. Un 20%, 30% de mi agenda es eso”, explica.
Como el próximo dirigente francés, Rivera también ha quemado etapas a una velocidad de vértigo (“A Macron hace año y medio tampoco lo veían de presidente”, me advierte el catalán). Tiene, como él, una acusada indefinición ideológica. “Ni de izquierdas ni de derechas, sino todo lo contrario”, tituló Libération (“Para el mundo bipolar en el que todo es de izquierdas o derechas, gente como Macron o yo somos muy incómodos”). Y le orientan en el laberinto de la política un numeroso equipo de asesores, coaches y profesionales que hacen de él “el hombre perfecto, el candidato de diseño”, como se ha definido a Macron. “Yo vengo del deporte y del mundo de la empresa —me dice—, donde toda la parte de preparación psicológica, de ser feliz, de comprender dónde vas, dónde quieres estar, es muy importante. El coaching me ayuda a ver las cosas con distancia y altura”.
Rivera ha pasado de ser el joven que limpiaba el polvo de las salas donde se organizaban los primeros encuentros de Ciudadanos, el tipo al que escupían por la calle en las pegadas de carteles por Cataluña, a un candidato a presidente que debe planificar el tiempo que tardará desde su segundo hogar en Madrid hasta el Congreso para atender a toda la gente que le para por la calle. Conoce y vive la erótica del poder (“Bueno, nunca me ha ido mal, pero es una consecuencia de la fama, de ser conocido…”, sonríe). Hoy, ya no le valen los desnudos, los golpes de efecto mágicos. ¿Qué estaría dispuesto a hacer hoy por ser el próximo presidente del Gobierno? “Lo que los españoles están esperando es honradez y trabajo. Si la gente no confía en quien vota, todo esto se va al garete”, responde.
—Y ¿qué se siente después de una primera vez con los nacionalistas en los Presupuestos Generales del Estado?
—Nosotros no hemos pactado nada con los nacionalistas. Un pacto es que yo gobernara con ellos. De hecho, cuando venga la ley del cupo vasco vamos a votar en contra, porque nos parece insolidario.
Hay dos cosas que, desde luego, aún no han cambiado para él. Siguen amenazándole de muerte, como aquel primer casquillo que llegó por carta a su casa. “Te vamos a pegar un tiro en la cabeza”, ha tenido que leer hace poco. Y su madre continúa repitiéndole: “Hijo, no nos defraudes”, algo que al exigente y perfeccionista Albert le acompaña como humano y necesario contrapunto. �