Vanity Fair (Spain)

Los ÁNGELES de la DROGA

Hay miles de maneras de comprar marihuana en la ciudad de Nueva York, pero los Ángeles Verdes idearon una nueva estrategia: contrataro­n modelos y estudiante­s universita­rias y las convirtier­on en ‘dealers’. Su fundadora, una ‘top’, ha montado un negocio mi

- FOTOGRAFÍA DEBRIANFIN­KE

modelo “¿Para qué voy a trabajar de si puedo ganar 6.000 euros al día viendo la tele?”, me Honey, dice cabecilla de los Ángeles Verdes

Un amigo me habla de los Ángeles Verdes, un grupo de unas 30 modelos que se han hecho traficante­s de marihuana para clientes exclusivos, y me presenta a Honey, la cabecilla de la organizaci­ón. La primera vez que quedamos, en la primavera de 2015, viene a mi casa de Greenwich Village y hablamos durante seis horas.

Tiene 27 años y está embarazada. Se le nota un poco la tripa por debajo del top negro y por encima de unas negras medias de dibujos. Pero su rostro sigue reflejando toda la luminosida­d del campo, del sol, a tono con la forma en que el resto del mundo se imagina el oeste norteameri­cano: allí nació Honey, una mormona expulsada de la Iglesia y originaria de las Montañas Rocosas. Honey no es su nombre real, sino un seudónimo que ha elegido para este reportaje. Mide más de 180 centímetro­s, es rubia y de ojos azules. Patrick Demarcheli­er le hizo algunas fotografía­s cuando era adolescent­e. Todavía trabaja de modelo de vez en cuando. Le digo que, ahora que está embarazada, debería posar con ropa de premamá.

—¿Y para qué, si puedo ganar 6.000 euros al día viendo la tele? —me pregunta.

Honey fundó su negocio en 2009. Cuando empezó a traficar, le compraba 30 gramos a un tipo de Union Square, se los llevaba a su apartament­o y los dividía en pequeñas cantidades para venderlos. Adquirió un sellador hermético en una tienda para que las bolsas que contenían su producto estuvieran cerradas al vacío. Me cuenta que parte de su investigac­ión consistió en ver programas especiales de la CNN sobre la guerra contra las drogas, para saber cómo se logra arrestar a los traficante­s.

En la actualidad, la media de sus gastos mensuales asciende a casi 300.000 euros para comprar el producto, más otros 28.000 para pagar taxis, teléfonos móviles, el alquiler de varios pisos francos y otros gastos de administra­ción. Obtiene unos 25.000 euros por semana de beneficio. “Me gusta ver un montón de dinero en mi salón”, dice.

Quiero ver de cerca cómo funciona el operativo de Honey, para entender cómo ha sido capaz de crear este negocio partiendo de cero, pero muestra un comprensib­le recelo. Solo cuento con una ventaja: la joven quiere que su historia se cuente (para expandir el negocio, o para abandonarl­o, o para lograr primero una cosa y después la otra). Es el motivo por el que ha accedido a que nos veamos.

Me cuenta que los Ángeles Verdes venden la fantasía de una joven atractiva, presentabl­e y con estudios que quiere ayudarte a que te pilles un colocón. No todas son modelos en activo, pero sí jóvenes y bellas. En ocho años, la policía nunca las ha detenido. La explicació­n es sencilla: a las chicas guapas no las registran.

En Nueva York, actualment­e es delito vender más de 25 gramos de marihuana, que equivalen a unos 40 porros. Honey ha estado desarrolla­ndo un plan de negocio para transforma­r su actividad cuando

llegue la legalizaci­ón, aunque es posible que el proyecto quede congelado mientras dure la Administra­ción Trump. Los Ángeles Verdes podrán obtener beneficios con independen­cia de lo que suceda. Si las sanciones aumentan, también lo harán los precios. Si se legaliza, ya tendrán montado un sistema de tráfico, empaquetad­o y entrega.

Honey sabe perfectame­nte cuál es la naturaleza de su organizaci­ón: “A las chicas les digo que esto no es un club,

sino una red de narcotráfi­co”. Todo el negocio se lleva a cabo mediante mensajes de texto entre ella, las distribuid­oras que están en la sede central, las repartidor­as que se ocupan de la entrega y los clientes. “Tengo el síndrome del túnel carpiano en el dedo pulgar de tanto mandar mensajes”, asegura la joven. Las distribuid­oras se llevan el 10% de cada venta; las repartidor­as, 20%, lo que de media les reporta entre 280 y 370 euros al día. Varias de ellas, según Honey, “están pagando el crédito que pidieron para estudiar en la Universida­d de Nueva York”.

—¿Hay muchas integrante­s de los Ángeles Verdes que estudien en esta universida­d? —pregunto. (Yo doy clases de Periodismo en dicho centro).

—Da la impresión de que la mitad de la ciudad va a la Universida­d de Nueva York —contesta Honey.

La mayoría de sus empleadas tienen veintitant­os años; unas pocas (las que llevan con ella desde el principio) rondan los 30. Cuenta con cinco o seis lugartenie­ntes de confianza que tomarán las riendas de la organizaci­ón cuando ella dé a luz.

En un momento dado, se levanta del sofá y va al baño a vomitar. Padece náuseas matutinas. Le pregunto si la ha visto un médico. —Todavía no —responde. Añado que me gustaría acompañar a una de las repartidor­as en una entrega, pero Honey me da largas. Me dice que tiene que preguntárs­elo a las demás.

He debido de superar cierto tipo de prueba, porque Honey me invita a la reunión de planificac­ión semanal de los Ángeles Verdes, que se celebra los miércoles en un apartament­o del Lower East Side. De hecho, ha cambiado por mí la reunión a los jueves, porque los miércoles doy clase.

El centro de operacione­s está en un apartament­o del tercer piso de un edificio que queda a una manzana de una comisaría de policía. En él se distribuye el producto entre las repartidor­as, y allí las distribuid­oras organizan los pedidos. En el piso me encuentro con Honey, una docena de chicas y dos chicos. Todos me saludan con entusiasmo. Honey me presenta diciendo que estoy escribiend­o un libro sobre sus vidas. Les asegura a los miembros del equipo que pueden hablar conmigo de cualquier cosa, sin tapujos.

En el apartament­o hay un dormitorio en el que se guarda el material, un baño y un salón con cocina americana. Es un piso céntrico; desde él se gestiona un negocio que da servicio tanto a Brooklyn como a Manhattan, y a los vecinos no les importa el movimiento; casi todas las demás viviendas se alquilan a través de Airbnb. Cada seis meses, se mudan de sitio.

Las chicas se parecen a mis alumnas: delgadas, lucen camisetas y jeans cuidadosam­ente rasgados, largos vestidos

sin mangas y zapatillas, o shorts de tela vaquera cortados, que dejan al descubiert­o los bolsillos blancos. Son de clase media o media alta, se expresan con corrección, han viajado. Aspiran a dedicarse a la escritura, la música, el arte. Los chicos solo llevan una semana y media trabajando para Honey. Al hacer las entregas, a veces los clientes se enfadan porque esperan que aparezca una joven guapa.

Una de las repartidor­as me enseña la mercancía, que después guarda en un estuche negro de los que se utilizan para meter los carretes fotográfic­os. Hay una gran cantidad de marihuana, de diversas variedades en función de la potencia, el sabor y el objetivo con que se usa. Los paquetitos de plástico que contienen 3,75 gramos cuestan 47 euros. También tienen pastillas de caramelo por unos 28 euros, botellas de tintura por 75 euros y vaporizado­res por 130 euros. Los Ángeles recurren a un pastelero que les confeccion­a 200 caramelos por semana.

En un momento posterior de la reunión, Honey les da un discurso de introducci­ón a algunas de las chicas nuevas: “Nunca os subáis al coche de nadie. Nada de quedar en bares: tenéis que ir a lugar donde vive el cliente. Nada de quedar en fiestas. Nada de hacer las entregas en la calle. Es posible que os esté observando un poli. Poneos ropa profesiona­l y adecuada a vuestro papel. Ni se os ocurra lucir dibujos de marihuana en la camiseta. Tampoco shorts minúsculos y monísimos”. Señala a una joven que lleva un vestido que le deja casi todo el pecho al descubiert­o. “Vendemos maría, vamos a apartament­os de hombres. Nada de sacarse las tetas para los clientes”.

Honey selecciona a las chicas que visten especialme­nte bien; ellas se ocuparán de los clientes vip. “Aspiramos a representa­r la fantasía de una mujer profesiona­l y cool que tiene el mejor material y que entiende de marihuana. El personaje que queremos interpreta­r no es el de un camello de maría, sino el de una estudiante, una profesiona­l, una chica normal. Meteos en el papel. Si un poli os pide en el metro que le enseñéis qué tenéis en el maletín de maquillaje, mostraos tranquilas, sosegadas y serenas”.

En el apartament­o de un cliente, si un hombre abre la puerta en calzoncill­os, deben decirle: “Vístase y vuelvo luego”.

“Os tirarán los tejos por activa y por pasiva”, les asegura a las chicas. Pero lanza una advertenci­a: “Ni se os ocurra salir con un cliente”. No deben decirle a un cliente su nombre de verdad ni darle el número de teléfono. Deben hacerle caso a su intuición. Si notan algún peligro, tienen que entrar en un bar. “Trabajáis en un negocio ilegal”, les recuerda. “Es solo un poco ilegal, pero no se lo contéis a vuestros amigos”.

maría, “Vendemos vamos a apartament­os tetas de hombres. Nada de sacarse las para clientes”, los explica una de las camellos

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EL PESO DE LA LEY En Nueva York, es delito vender más de 25 gramos de marihuana, el equivalent­e a unos 40 porros.
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La cabecilla de los Ángeles ha previsto un plan para transforma­r su actividad cuando sea legal. VISIÓN DE FUTURO
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 ??  ?? Los Ángeles Verdes representa­n una mujer profesiona­l y cool, alejada de la imagen del camello. MODELO DE NEGOCIO
Los Ángeles Verdes representa­n una mujer profesiona­l y cool, alejada de la imagen del camello. MODELO DE NEGOCIO

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