Vanity Fair (Spain)

EN 1965, BEATON ALABÓ EL LUJO CORDIAL DE

VISTORTA

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lagos artificial­es. A pesar de que el paisajista ya estaba en la cúspide de su disciplina, Vistorta supuso un punto de inflexión que marcó su transición del clasicismo formal a un estilo más libre y natural. A excepción de la piscina octagonal que Brando instaló en los años sesenta, la propiedad permanece intacta.

En verano, cuando los niños Brandolini disfrutaba­n de sus vacaciones de la escuela local, la familia se dirigía al opulento palazzo Giustinian-Brandolini d’Adda en Venecia, construido en 1500 y adquirido por los Brandolini en 1876. Ubicado sobre el Gran Canal, tiene salas magníficas con decoracion­es de estuco y un jardín secreto protegido tras las almenas. En la década de los sesenta los Brandolini invitaron de nuevo a Mongiardin­o a remodelarl­o, así como un hôtel particulie­r en la orilla izquierda del Sena, en París, que se convirtió en su residencia principal en 1970.

El Diario de Beaton

La mezcla Brandolini de grandeza, exotismo y sutileza sorprendía en todas sus residencia­s, incluso a aquellos que estaban de vuelta de todo. “Nadie había visto algo así — comenta la diseñadora de joyas Kenneth Jay Lane, una vieja amiga de la familia—. Ellos eran algo totalmente original, antes de que la gente de ese mundo comenzara a hacer cosas originales. Los ricos solían tener un gusto particular­mente convencion­al”.

Aun cuando Cristiana y Brando se convirtier­on en una de las parejas más refinadas de su tiempo, nunca fueron estirados, como cuenta una de las entradas del diario de 1965 del fotógrafo británico Cecil Beaton. Después de un arduo viaje a Venecia desde Grecia, le cautivó el palazzo Brandolini. “Mereció la pena haber atravesado varios continente­s para descubrir su atmósfera de confort, lujo y cordialida­d”, escribió. Cecil se maravilló “de la hospitalid­ad del hogar que, con gran habilidad, evita las formas más escuálidas de la realidad, mientras que al mismo tiempo se mantiene al corriente con todo aquello que hace que la vida sea interesant­e y agradable”. Algo que “solo podría provenir de alguien tan desarrolla­do en su sensibilid­ad y tan astuto en el arte de vivir la vida aristocrát­ica como Brando”.

Algunos amigos recuerdan el aire encantador de la pareja donde quiera que fuera. “Todo lo que hacían poseía una elegancia natural intrínseca —apunta la condesa Marina Cicogna, productora de cine y gran dama italiana—. Nunca salían con el fin de hacerse notar. Nada era extravagan­te o pomposo. Lo que ellos hacían era muy particular. Muy formal, pero siempre ligero. Sacaron lo mejor de Mongiardin­o, quien, cuando era libre de hacer lo que quería, siempre exageraba”. “Sus casas eran

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