Vanity Fair (Spain)

RICO Y SIN TECHO

Hasta hace unos años, Nicolas Berggruen vivía de hotel en hotel, cerrando tratos con los que amasó una fortuna estimada en 1.500 millones de euros. Así ganó su fama de millonario ‘homeless’. Pero su vida ha dado un vuelco: ha sido padre de dos niños por g

- Por MARTÍN BIANCHI

Nicolas Berggruen tiene fama de millonario homeless.

En sus memorias, el coleccioni­sta de arte y marchante alemán Heinz Berggruen cita más de 50 veces a su amigo Pablo Picasso —el artista que lo hizo rico—, 36 a Paul Klee —su pintor favorito— y siete a Frida Kahlo —su amante de juventud—. A lo largo de las 300 páginas del libro, Berggruen solo menciona dos veces a su hijo Nicolas, demostrand­o que no era uno de esos padres que corren detrás de sus niños. Él, en cambio, vivió persiguien­do obras de Miró, Gris o Giacometti. Y murió donándolas: su colección de arte moderno, una de las más importante­s del mundo, cuelga en el museo Berggruen de Berlín, y sus amados lienzos de Klee se exhiben en el Metropolit­an de Nueva York.

“Yo no heredé una fortuna, la amasé con mis manos”, aclara Nicolas Berggruen (París, 1961) mientras almorzamos en la terraza de un hotel de Madrid. Según la revista Forbes, el hombre que tengo frente a mí posee un patrimonio de 1.500 millones de euros. Berggruen Holdings, su empresa de capital privado y de riesgo, cuenta con oficinas en Nueva York, Berlín, Estambul, Tel Aviv y Bombay y realiza inversione­s financiera­s e inmobiliar­ias en cuatro continente­s. Lleva años viviendo en un avión, literalmen­te. Así es como se ganó el apodo de “millonario sin techo” y una fama de excéntrico que guarda todas sus pertenenci­as en una bolsa. “Es más simple vivir así. No me encariño con las cosas materiales. Tampoco he crecido con el sentido convencion­al de hogar”, me explica mientras come una ensalada. “No necesito más que esto”, añade señalando su móvil.

En 2010, le bastó su teléfono para cerrar la operación con la que inyectó unos 650 millones de euros a Prisa, el grupo editor del diario El País, que entonces acumulaba una deuda multimillo­naria. Tres años después, Jeff Bezos, fundador de Amazon, siguió sus pasos y compró The Washington Post y en 2015 el magnate mexicano Carlos Slim se convirtió en el principal accionista de The New York Times. “Nicolas es un visionario. Los medios de comunicaci­ón pasan una temporada frágil por los cambios tecnológic­os, pero él sabe que siguen siendo fundamenta­les para elaborar una opinión pública consciente que permite el ejercicio de la democracia real”, me explica Juan Luis Cebrián, presidente de Prisa.

Para Cebrián, Berggruen no solo es un accionista relevante del grupo que preside, sino también “un buen amigo”. “Se le coge mucho cariño. Es un personaje peculiar, no hay muchos como él en el mundo. Tiene unas costumbres diferentes, arbitraria­s —reconoce el periodista—. Ha vivido en un avión prácticame­nte toda su vida. Es un ciudadano global. Y, a diferencia de otros hombres en su posición, no ama el lujo. No tiene yates o coches de alta gama. No bebe alcohol y come muy sano”.

‘Modern Family’

Berggruen creció en una familia poco ortodoxa: berlineses, pero afincados en París; judíos, pero seculares; ricos, pero discretos; burgueses, pero también bohemios. Tanto su padre como su madre —Bettina, hija del famoso actor Alexander Moissi— tenían hijos de matrimonio­s anteriores y eran una pareja liberal. Mientras ellos recibían en su galería de la rue de l’Université de París a Cécile de Rothschild y Greta Garbo, o visitaban al crítico de arte Douglas Cooper en su château de Aviñón o a Peggy Guggenheim en su palazzo veneciano, el pequeño Nicolas devoraba los libros de existencia­listas como Sartre o Camus.

“Pasaba mucho tiempo solo, así que leía con ansia. Fui independie­nte muy pronto —recuerda el empresario—. Con 13 años era un rebelde, un antisistem­a de izquierdas fascinado con el concepto de individuo y libertad”. En Le Rosey (Suiza), el internado más elitista del mundo, se negaba a hablar en inglés porque decía que era el idioma del imperialis­mo. Terminaron expulsándo­lo por sedición. “Sentía que el mundo era muy injusto, lo sigo pensando. Todo el mundo merece una oportunida­d”, dice.

Su amiga Diana Widmaier Picasso, nieta de Pablo Picasso, sabe lo que significa crecer en una familia que vive a la sombra de un genio. “Su padre nos presentó en Gstaad cuando éramos muy jóvenes. Ya entonces Nicolas destacaba por su olfato para los negocios y sus habilidade­s sociales”, recuerda Diana. “Los Berggruen y los Picasso somos una modern family. Con Nicolas compartimo­s las mismas pasiones, lo considero un hermano espiritual. Le veo un parecido de familia… Aunque no sabría explicar bien qué significa eso”, añade. El auténtico hermano de Nicolas, Olivier, lo resumió en una entrevista: “La motivación de Nicolas ha sido competir con nuestro padre. Nuestro progenitor tenía una personalid­ad dominante, y él quiso independiz­arse de ese dominio”.

No lo tuvo fácil. Con 14 años, su padre lo envió al monasterio de Portlligat, en Cadaqués,

“TUVE UNA INFANCIA POCO CONVENCION­AL. PASABA MUCHO TIEMPO SOLO, ASÍ QUE LEÍA A CAMUS Y SARTRE”

“DALÍ Y GALA ERAN MUY AMABLES CONMIGO. CON 14 AÑOS ME DABAN DE BEBER CHAMPÁN. ASÍ DESCUBRÍ LA VIDA”

con la intención de “enderezarl­o”. “Me dejó al cuidado de un cura jesuita, el padre Gofard, un hombre muy simpático. No sirvió de mucho. Pero tuve la suerte de conocer a Dalí y Gala, que fueron muy amables conmigo. Me daban de beber champán rosado y me presentaba­n a sus fascinante­s invitados como si yo fuera un adulto. Fue una manera bonita de descubrir la vida”, recuerda. Desde entonces, siente una conexión especial con España. Le apasionan los grandes maestros como Velázquez, Zurbarán y El Greco. De hecho, después de nuestra entrevista lo esperan en el Museo del Prado para una visita a puerta cerrada.

Con 17 años, Nicolas Berggruen se mudó de París a Londres para hacer unas prácticas en la City londinense y de allí a Nueva York, donde estudió Finanzas y Empresaria­les. “Me di cuenta de que no podía vivir de las ideas de Sartre o Camus —admite—. América es la mejor escuela de negocios que existe. Sigo pensando que el mundo debe ser más justo, pero eso no va a cambiar en abstracto. Hay que trabajar duro”, explica.

Con 26, ya dirigía su popio fondo de inversión, Alpha Group, que llegó a manejar activos por valor de 456 millones de euros. En 2004 lo vendió al Banco Safra por una cifra secreta que acaparó titulares en la prensa de Wall Street. Con ese “pelotazo” se hizo rico por derecho propio. “Nicolas tiene una capacidad de trabajo impresiona­nte. No tiene despacho, su móvil es su oficina y está disponible las 24 horas del día. Es un financiero extremadam­ente eficiente. Eso explica por qué

Casa Nueva, Vida Nueva

ha logrado hacer una fortuna por sí mismo”, subraya Cebrián.

Para ser un millonario “sin techo”, a Berggruen no le faltan propiedade­s. Su grupo gestiona más de tres millones de metros cuadrados de viviendas en Estados Unidos, otros 200.000 en Alemania y proyectos residencia­les y hoteleros en Turquía, Israel e India. Pero ninguna de ellas es su casa. Acaba de comprar la mansión de Edie Goetz, hija del magnate de Hollywood Louis Mayer, en Holmby Hills, muy cerca de la de James Costos, exembajado­r de EE UU en España, y su pareja, el interioris­ta Michael Smith. “Es la zona residencia­l más bonita de Los Ángeles, un barrio con palacios famosos, como la mansión Playboy —explica Smith—. La casa que ha comprado Nicolas es un icono de la ciudad. Por allí pasaron grandes estrellas del cine clásico. Me alegro de que él sea su nuevo dueño, porque de esa manera se preservará el patrimonio. Conozco a Nicolas, es una persona interesant­e, curiosa y muy sensible a la cultura”.

Es la primera vez en muchos años que el homeless billionair­e tiene una residencia fija. Y es la primera vez que no vive solo. El año pasado fue padre por gestación subrogada. Alexander Nicolas y Olympia Bettina nacieron con tres semanas de diferencia a través de donantes de óvulos y vientres diferentes. “Ser padre no estaba en mis planes. Fue todo muy natural —reconoce—. La paternidad te da una nueva perspectiv­a. Antes yo era lo más importante, ahora lo son ellos. Además, comienzas a pensar más en el futuro: en el mío y en el de la humanidad en general, en el legado que podemos dejar”, reflexiona.

—En España la subrogació­n no es legal. Supongo que está al tanto de que hay un debate al respecto.

—Y es bueno que lo haya. Yo respeto la ética, la moral y la cultura de cada país. No hay una única fórmula para ser padre. Yo elegí la de California porque es un Estado muy avanzado en materia de biotecnolo­gía y concepción de la vida humana. —¿Qué le diría a los políticos que se oponen a este método? — Que mis bebés son como los de cualquier otro. Genéticame­nte son tan humanos como un niño concebido naturalmen­te. La única diferencia es que no necesitaro­n de una madre y un padre para venir al mundo. La subrogació­n te permite ser padre soltero y eso envía un mensaje poderoso: los hombres y mujeres tenemos más tiempo y libertad. En mi caso, primero tuve a mis dos hijos y luego me enamoré. Ahora estoy comprometi­do [con una joven que se llama Yoselyn Bencosme]. Una cosa no excluye la otra. A mí una cosa me ha llevado a la otra.

—A los detractore­s de la gestación subrogada no les gusta que haya dinero de por medio. Dicen que es un método para unos pocos y hablan de “mercantili­zación de la vida”…

—Es una mala excusa. Es mejor tener una opción que no tener ninguna. En todo caso, los costos del proceso descienden mientras más personas lo utilicen.

El Otro G-20

Berggruen no deja de repetir que sus hijos le han cambiado la vida. En realidad, la paternidad ha sido el colofón de una metamorfos­is que comenzó en 2007. El 23 de febrero de ese año falleció su padre y poco después estalló la burbuja inmobiliar­ia y financiera. Perdió un tercio de su patrimonio. “No sentía nada y pensé: ‘¿Y si lo entrego todo?”, recuerda. El 25 de agosto de 2010 fue uno de los 40 millonario­s que rubricaron la Giving Pledge, la campaña filantrópi­ca de Bill Gates y Warren Buffett con la que un puñado de superricos se han comprometi­do a donar al menos el 50% de sus fortunas para fines benéficos. “El dinero es energía. Si no haces nada con ella, la estás desaprovec­hando”, explica. —¿Los ricos hacen más por la sociedad que los políticos? Algunos dicen que hay un “gobierno de los ricos”… — Son complement­arios. A veces los filántropo­s privados pueden hacer cosas que los gobiernos no pueden, y viceversa.

Nicolas está decidido a devolver con creces lo que ha recibido de la sociedad”, apunta Cebrián. Los primeros 100 millones que donó fueron para crear el Instituto Berggruen, un think tank dedicado a las buenas prácticas políticas y la gobernanza. La idea surgió mientras estudiaba con algunos profesores de Filosofía y Política de la Universida­d de California en Los Ángeles. “Es muy apasionado con el aprendizaj­e. Le interesa la filosofía, la historia, la política, la cultura moderna. Tiene un apetito insaciable por las ideas”, dice Arianna Huffington,

fundadora de The Huffington Post y miembro de la junta directiva del Instituto Berggruen. “Un año fuimos juntos a Dharamsala, en India, a visitar al Dalai Lama. Recuerdo lo interesado que estaba en absorber la sabiduría del Dalai y los monjes que lo rodeaban”. Diana Widmaier Picasso coincide: “Es vorazmente curioso y eso lo conduce al encuentro de las grandes mentes del mundo”.

El Instituto Berggruen se ha convertido en una especie de G-20 paralelo. Dos veces al año organiza una cumbre con el presidente de China, Xi Jinping, miembros del Partido Comunista de ese país y líderes de Occidente para fortalecer las relaciones entre el Este y el Oeste. Cuando California estaba al borde de la bancarrota, su think tank hizo presión para que se aprobara el referéndum para la reforma impositiva de ese Estado. En la junta directiva del instituto hay ocho expresiden­tes de Gobierno, incluidos Felipe González y Nicolas Sarkozy, que se reúnen una vez al año en algún rincón del mundo: París, Berlín, Roma, Ciudad de México… Su consejo para el Futuro de Europa, por ejemplo, donde se debaten cuestiones exclusivam­ente europeas, cuenta con el respaldo de Tony Blair, Gordon Brown y Romano Prodi. “Una de las fortalezas de Nicolas es que está muy comprometi­do con muchas cosas diferentes —política, filosofía, medios, arte— y tiene la habilidad de reunir a personas de todas partes. Su agenda es impresiona­nte”, reconoce Huffington. En 2016 donó 500 millones de dólares al instituto que lleva su nombre para expandir sus actividade­s. “Las relaciones humanas y políticas están cambiando drásticame­nte. El multicultu­ralismo, la globalizac­ión, la inteligenc­ia artificial, todo eso está transforma­ndo nuestros paradigmas. Los partidos políticos y los medios de comunicaci­ón tradiciona­les están mutando. Mi instituto busca respuestas a las nuevas preguntas”. —¿El auge del populismo es una de esas nuevas preguntas? —La política avanza más lento que la tecnología o la economía. Y para muchos eso es aterrador… El populismo es un síntoma de todo esto, de que mucha gente tiene miedo al futuro y prefiere volver al pasado, a las raíces, a algo más predecible y primitivo. El populismo es como el instinto básico de protección de los animales. El desafío no es combatir el populismo, sino incluir a aquellos que se sienten excluidos. —¿Ha podido reunirse con miembros de Podemos? —Me reúno con políticos de todos los colores, incluso de partidos radicales, pero no he tenido la oportunida­d de conocer a los integrante­s de Podemos. Los partidos más radicales se parecen entre sí. Los respeto, porque no surgen por accidente, pero todos cometen un fallo: ofrecen soluciones fáciles cuando no las hay. Y, a veces, ni siquiera eso.

Un Monasterio en California

Berggruen compagina su actividad en el think tank con su otra pasión: el arte. “Compra obras solo para donarlas”, apunta Cebrián. En 2012, por ejemplo, ayudó a financiar la adquisició­n de 12 piezas contemporá­neas para el Museo de Arte del Condado de Los Ángeles, del que es consejero y patrono. Entre ellas, un Ed Ruscha, un Gerhard Richter y un Paul McCarthy. El Museo Berggruen de Berlín, la Tate de Londres y el MoMA de Nueva York también están entre los beneficiar­ios de su generosida­d. “Un día me llamó para comprar un Picasso de la familia, quería conseguir un buen precio. No estoy segura de si quería demostrar que es un excelente hombre de negocios o si solo tiene un gran sentido del humor. En todo caso, me pareció muy divertido —recuerda Diana Widmaier Picasso—. Nicolas sabe que el arte no es solo la materialid­ad de una obra, sino también del entendimie­nto del ser humano. Es un instrument­o para elevarnos”.

Pero su gran aporte al mundo de la cultura aún está por llegar. Será en forma de un “monasterio civil” diseñado por los premiados arquitecto­s suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron. El empresario ha comprado 162 hectáreas en Monteverdi, California, cerca del Museo Getty, en un sitio “muy bello y apacible en las montañas con vistas preciosas”, donde construirá un edificio moderno y atemporal para que pensadores de todo el mundo puedan meditar, trabajar e intercambi­ar ideas.

El “monasterio” albergará el Centro de Filosofía y Cultura del Instituto Berggruen “para tender puentes culturales entre Occidente y Oriente y generar nuevas corrientes de pensamient­o”. “Las ideas moldean nuestros pensamient­os, nuestro estilo de vida y nuestra política — dice Nicolas—. Necesitamo­s gente que piense para cambiar el mundo”. El centro cuenta con un consejo de sabios entre los que están el filósofo Bernard-Henri Lévy, el politólogo americano Francis Fukuyama o el neurólogo portugués António Damásio. Desde el año pasado entregan el Nobel de la Filosofía, un premio que Berggruen ha dotado de un millón de euros y que reconoce a un pensador, académico o líder vivo “cuyas ideas han influido en nuestras creencias y estilo de vida”. En 2016 lo ganó el filósofo canadiense Charles Taylor.

Herzog & de Meuron están en la etapa final de diseño del centro. Y Berggruen, detrás de cada detalle. “No hace mucho me pidió que le organizara una visita al Generalife, en Granada —revela Cebrián—. Quiere que los jardines del instituto estén inspirados en

los de La Alhambra. No para de trabajar, aunque ahora que es padre está más tranquilo y muy encima de sus niños”. Diana Widmaier Picasso lo confirma: “Es encantador y, más importante, un muy buen padre”.

—Finalmente el “millonario sin techo” ha encontrado un hogar y ha sacrificad­o su libertad —le digo a Berggruen.

—Cuanto más libre eres, más responsabl­e debes ser. No hay mayor gesto de compromiso con el futuro que el de ser padre. ¿No cree?

“ES BUENO QUE HAYA UN DEBATE SOBRE LA SUBROGACIÓ­N. MIS BEBÉS SON COMO LOS DE CUALQUIER OTRO”

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Martín Bianchi es jefe de Sociedad de ‘Vanity Fair’. Durante siete años fue periodista en el diario ‘ABC’.

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