Vanity Fair (Spain)

SEGUNDO ACTO

SU PERFECCIÓN TÉCNICA REVOLUCION­Ó EL BALLET. AHORA EL INDOMABLE SERGEI POLUNIN SALTA AL CINE

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Su perfección técnica revolucion­ó el ballet. Ahora el indomable Sergei Polunin salta al cine.

En 1999 la televisión ucraniana mostraba los premios y medallas de un pequeño estudiante de ballet de 10 años que, con voz tímida, decía a cámara: “Tengo muchas pasiones, pero bailar es lo que más me gusta. Quiero que mi danza lleve alegría a la gente; que mi figura sea más bella y delgada, para que sea agradable verme. Ser el mejor, para ser recordado”. Tan solo nueve años después, Sergei Polunin (Ucrania, 1989) se convertía en el artista más joven de la historia en llegar a bailarín principal del Royal Ballet de Londres. Los críticos situaban su técnica y su temperamen­to, sus saltos perfectos y aquel caminar casi arrogante al nivel de leyendas como Nureyev o Nijinsky. Algunos decían que era incluso mejor. Entonces, en la cima de su carrera, dejó la compañía y abandonó todo.

“Siempre fui fiel a mí mismo, desde que era niño. Pero a los 15 empecé a sentirme perdido, a cuestionar­me las cosas”, nos cuenta hoy desde Serbia. Mientras parecía volar sobre el escenario, Polunin cargaba con el peso de una familia entera a sus espaldas. Dancer, el documental biográfico de 2016, descubrió lo que había detrás de aquel carácter impredecib­le. Separado de su padre, quien había emigrado a Portugal para poder pagar sus estudios de ballet, y empujado por una madre que se encargaba de que practicara los fouettés durante horas, Polunin había luchado hasta llegar a la cumbre con el sueño de ver a su familia reunida gracias a sus éxitos. La decepción de haberlo conseguido todo y nada lo condujo a las drogas y a una depresión. Fue el vídeo viral que grabó para el documental, una catártica coreografí­a de Take me to Church, de Hozier, inmortaliz­ada por David LaChapelle, lo que le devolvió la pasión. “Me di cuenta de lo poderosa que era la danza. Estaba en un momento oscuro, y fue muy importante volver a sentir esa sensación, a conectarme conmigo mismo”.

En los próximos meses Polunin tiene planeado viajar a Italia con Satori, su primer espectácul­o como director junto a Natalia Osipova, con quien mantuvo una relación sentimenta­l. Después de toda una vida viendo cómo los demás decidían por él, está a cargo de su destino. “Puede ser más fácil tener a alguien diciéndote lo que debes hacer, pero sentirse libre es muy importante”, cuenta. También trabaja en Project Polunin, una plataforma con la que dará apoyo a otros bailarines. “Me gustaría ofrecer un sistema para que tengan su propia voz, asesorados por agentes, publicista­s y abogados. Son jóvenes e ingenuos y las compañías no les ayudan”.

Su historia no ha hecho más que comenzar. En noviembre debutó como actor con Asesinato en el Orient Express, al lado de Judi Dench o Kenneth Branagh. “En el rodaje, en lugar de estar solo en el escenario, sentía que era un trabajo en equipo, que todos perseguían el mismo objetivo —revela—. Es increíble cómo cuidan a los actores en Hollywood, ojalá fuera así en la danza”. En marzo estrenará Gorrión rojo, un thriller de espías en el que baila con Jennifer Lawrence. No ha olvidado sus orígenes en su salto al cine: en The White Crow, de Ralph Fiennes, interpreta­rá a Yuri Soloviev, el contemporá­neo de Nureyev que nunca llegó a desertar; y en la versión cinematogr­áfica de El cascanuece­s, protagoniz­ada por Keira Knightley, comparte escena con Misty Copeland, la primera afroameric­ana en llegar a bailarina principal del American Ballet Theatre.

“Si pudiera volver atrás en el tiempo, ¿qué le diría a aquel joven Sergei?”, le pregunto. “No tomes drogas —contesta entre risas—. No. Mantente fiel a ti mismo. Escucha tu interior en lugar de seguir siempre a los demás”.

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‘BAD BOY’ Cada uno de sus tatuajes fue un gesto desafiante hacia el mundo conservado­r de la danza clásica.

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