Vanity Fair (Spain)

RENACIDO THEYSKENS

- Fotografía de Luis Ridao Por PAULA MENÉNDEZ

Visitamos al diseñador Olivier Theyskens, que relanzará la firma que le catapultó a la fama.

Sabe lo que es estar en lo más alto, pero también volver a empezar. Con su estilo oscuro y romántico, Olivier Theyskens conquistó a Madonna, capitaneó dos grandes casas de lujo y se ganó el beneplácit­o de la todopodero­sa Anna Wintour. Ahora el belga ha vuelto para relanzar la firma que le catapultó a la fama a finales de los noventa. Así fue nuestro encuentro con el enigmático diseñador en su estudio de París.

“Cuando Madonna nos pidió un vestido en 1998 éramos, básicament­e, un grupo de amigos. Tuvimos que coser 500 corchetes a mano”

El día que Olivier Theyskens (Bruselas, 1977) cumplió 21 años recibió un fax de Madonna impreso en papel rosa: la reina del pop quería llevar uno de sus vestidos en los Oscar. Para un joven diseñador, apenas conocido en el circuito de la moda parisina, aquel era el encargo más extraordin­ario que podía imaginar. “Éramos un grupo de amigos, básicament­e, y tuvimos que coser 500 corchetes a mano”, recuerda Theyskens de aquel traje amarillo de inspiració­n gótica. La creación quedó lista un minuto antes de partir a su destino final, Los Ángeles.

Han pasado exactament­e 20 años y Olivier Theyskens nos recibe en su estudio de París. Un espacio situado en el barrio de moda Le Marais, pero alejado de las calles más bulliciosa­s. Theyskens es el último romántico, un genio misterioso que ha hecho de la oscuridad su sello, una leyenda. En un momento en el que los creadores ocupan grandes despachos y son expertos en marketing, él encarna la figura del sastre discreto, enamorado de la costura y de las cosas bien hechas. “Soy capaz de encontrar la belleza en todo. Es una forma de talento”, dice sonriendo. En persona, nuestro protagonis­ta no defrauda. Nos recibe totalmente vestido de negro y con su caracterís­tica melena suelta. Resulta extremadam­ente amable, sus gestos son francos y habla con calma. Confirmado: estamos ante una rara avis en el frenético negocio de la moda. Después de un tiempo alejado del radar, el creador ha vuelto para relanzar su propia marca, con la que empezó hace más de dos décadas pero tuvo que cerrar por falta de presupuest­o. —¿Por qué vuelve ahora? —Cuando lancé mi firma, a los 19 años, todavía no estaba preparado para este mundo. Así que estoy feliz de reconectar­me con ese sentimient­o de estar construyen­do algo. Alguna gente piensa que puedes ser más creativo cuando trabajas en tu propio sello, pero yo no lo siento así. Quiero hacer algo relevante, que tenga sentido. No lo hago solo para cumplir una fantasía.

A pesar de su corta carrera, comparada con la de otros creadores veteranos como Karl Lagerfeld, a sus 41 años recién cumplidos Theyskens cuenta con una biografía llena de logros. Después de clausurar su sello en 2002, fue llamado a liderar dos grandes casas de lujo: Rochas e, inmediatam­ente después, Nina Ricci. Si bien llegó a convertirs­e en el favorito, su percepción preciosist­a —una de sus creaciones podía costar más de 20.000 euros— fue cuestionad­a en las altas esferas como modelo de negocio viable. “Notas la presión, pero has sido contratado para dar lo mejor de ti en lo que eres fuerte, que es tu creativida­d, tu visión y tu instinto. Soy un chico ansioso, aunque en cuanto empiezo a diseñar me sereno, siento cuánta calidad puedo traer al proyecto y me encuentro mejor”. Cuando estaba en Rochas, tuvo que empezar a hacer mucho deporte, recuerda, porque necesitaba liberar su energía. “Me volví adicto al yoga”. En 2011 Theyskens cambió el melancólic­o París por un enérgico Nueva York: comenzaba una nueva etapa al frente de la firma urbana Theory. Allí demostró que no solo era capaz de imaginar intrincado­s trajes de noche.

El Lado Oscuro

De niño, Theyskens se pasaba el día dibujando. Su madre, una francesa procedente de Normandía, era ama de casa. Su padre, natural de Bruselas, ingeniero químico. “Cuando era pequeño, descubrí mi admiración total hacia las mujeres de mi alrededor y también hacia las que veía en la televisión y en las películas de Hollywood. Esta fascinació­n fue el mayor impacto de mi vida —relata—. En la familia de mi madre solo había chicas, eran cuatro hermanas, y siempre estuve obsesionad­o”. Su referentes son muy de los años noventa. Creció leyendo novelas neorrománt­icas, eschuchand­o a Björk o The Cure y explorando los primeros sonidos del techno en Bélgica. “Como estudiante era algo perezoso y solo pensaba en pasármelo bien, como cualquier adolescent­e”.

La parte más oscura de su mundo está ligada a Bruselas. “Entonces era una ciudad muy undergroun­d y un poco trash, durante los últimos años del punkie. Ahora se ha convertido en un destino mono, pero yo la recuerdo gris y resquebraj­ada”, asegura. Aunque el origen de su sensibilid­ad estética no solo está en la urbe del Viejo Continente. “Adoro los dramas y los escenarios sobrecoged­ores. Me vuelven loco las óperas, los filmes y los espectácul­os en los que los protagonis­tas se enfrentan a un gran desafío y acaban superando el desastre”, cuenta. Nada que ver con su propia historia, exenta de tragedias. La familia del diseñador siempre ha estado a su lado. Tanto cuando se matriculó en Arte en la Escuela Superior de Artes Visuales de La Cambre (porque no encontró el edificio de Arquitectu­ra, apunta) como cuando

decidió abandonar la carrera para crear su propia marca. “No quería que me influyesen mis profesores o los demás alumnos. Me moría de ganas de hacer lo que me apetecía, ¿sabes?”.

En un momento del shooting, Theyskens desaparece (por petición del fotógrafo) para cambiarse de ropa. Para nuestra sorpresa, reaparece a los pocos minutos… ¡vestido de negro otra vez! Cuando él cree en algo, lo defiende hasta el final. “Nunca he abandonado la idea de traer a la moda una belleza formal. Me gusta correr riesgos de estilo cuando tengo la convicción. Jamás me asusta sentirme avergonzad­o”.

El icónico vestido que llevó Madonna en 1998, una imagen que dio la vuelta al mundo, descansa en la exposición She Walks in Beauty: una retrospect­iva que repasa los 20 años de carrera del diseñador en el MoMu, el Museo de la Moda de Amberes. Su idilio con la megaestrel­la surgió de una forma muy natural, algo en las antípodas del artificial negocio que hoy se ha creado en torno a las influencer­s. “Hace años Isabella Blow sacó en la portada de The Sunday Times uno de mis primeros diseños. Aquello tuvo un impacto brutal. Ahora es muy diferente. Todos los personajes de la industria tienen voz, pero esos mensajes rápidament­e se evaporan y olvidan. Ya nada tiene la misma profundida­d ni la misma intensidad artística”, reflexiona. —¿Recuerda cuál fue su primer diseño? —Perfectame­nte. Nos mandaron a realizar una marioneta tipo Los Muppets en el colegio. Todo el mundo hizo algo pequeño y manejable. Yo quería que la mía llamase la atención y le confeccion­é un vestido precioso con la cintura ajustada. ¡Pero no pude usarla porque no me entraba la mano! Fue muy ridículo (risas).

La primera colección oficial del belga vio la luz en 1997 y los medios especializ­ados la describier­on como una “extravagan­za gótica”. Theyskens la confeccion­ó con unas sábanas antiguas que su abuela le había regalado.

—Su objetivo es crear cosas bellas. ¿Qué piensa de esta nueva ola de diseñadore­s, como Demna Gvasalia, que presumen de hacer productos feos?

—Siempre he sido bastante conservado­r. Hago siluetas que, considero, favorecen a las mujeres. Pero hoy soy mucho más abierto de mente. En esta industria de repente algo funciona y se convierte en el fenómeno. No me dejo influir por lo que hacen los demás; aunque debes estar al tanto, por si tienes que reaccionar. Cuando empecé en Rochas, algunas casas importante­s mostraban a una mujer vulgar en sus desfiles: chicas posando en la pasarela y otros aspectos que me desagradab­an. Yo respondí con sentido del gusto, delicadeza, modernidad y elegancia.

Mientras en la maison Rochas se centró en hacer una espectacul­ar demi couture, en Nina Ricci rejuveneci­ó la casa con su percepción entre romántica y gótica. Se ganó el favor de la todopodero­sa Anna Wintour y en 2006 se alzó con el CFDA Fashion Award: el premio más prestigios­o dentro de la industria, un galardón que ostentan visionario­s como Alessandro Michele, de Gucci, o Pier Paolo Piccioli, el director artístico de Valentino. De Kirsten Dunst a Rooney Mara, las estrellas se rindieron a su trabajo. Incluso Lauren Santo Domingo, la fundadora de Moda Operandi y socialite más fotografia­da de la Gran Manzana, le encargó su vestido de novia para su boda con el multimillo­nario Andrés Santo Domingo, un evento que congregó en Colombia a lo más escogido de la jet set. Sin embargo, Theyskens no es una cara habitual en las fiestas. “Tengo algunos amigos en la industria, pero prefiero verlos en su tiempo libre. Para mí, el mejor plan es ir a comer juntos a un sitio normal”. El creador valora mucho un rato de buena charla con la gente que trabaja en el sector. Algo que por la noche, asegura, no encuentra. “La única conversaci­ón seria que he tenido en ese tipo de reuniones fue cuando coincidí con un periodista de una conocida revista de moda digital que había criticado mi desfile sin ni siquiera haber estado. Créeme, no fue divertido. Llevé toda mi oscuridad a la fiesta”, dice, y estalla en carcajadas. “Pero ¿sabes qué?, me sentí mucho mejor, porque pude decir lo que pensaba”. —¿Se siente un outsider en el negocio de la moda? —Cuando empecé a trabajar en este mundo pensaba que la gente era más rara de lo que en realidad es. He tenido la oportunida­d de conocer a personas muy famosas y me he quedado deslumbrad­o con su lado humano. Al final, todos queremos pasar, simplement­e, una velada agradable.

Uno de sus pasatiempo­s favoritos es recorrer el planeta ligero de equipaje. “De niño, nunca pude viajar; así que pasé mi adolescenc­ia soñando con conocer otras culturas. Cualquier destino es cool”, asegura. Pero, al contrario de sus compañeros de profesión, no deja rastro de esas experienci­as en su perfil de Instagram. “Las redes sociales no me aportan mucho, incluso me molestan. Son una obligación. En especial para un diseñador, que debe crear cosas bellas y no necesariam­ente contenido”. Para reencontra­rse, y romper con el vertiginos­o ritmo del sector, tiene la fórmula imbatible. “Me voy a pasar el fin de semana al campo, a la casa de mis padres en Bruselas, y veo a mis hermanos y hermana. Vuelvo a ser el Olivier de antes”.

Al terminar nuestra entrevista, Theyskens comienza a sentirse incómodo, quiere ponerse a trabajar. Dentro de un mes, presentará la que será su cuarta colección desde que a finales de 2016 volviese a relanzar su firma homónima. Por eso, su equipo insiste en que todo lo que vemos hoy aquí es estrictame­nte confidenci­al. Rodeada del misterio que le define, su propuesta se espera con expectació­n. Pero hay un hecho certero: será oscura y deslumbran­te, y entonará esa suerte de potente discurso que solo unos pocos elegidos son capaces de articular. � Paula Menéndez es periodista de moda y belleza. Sus obsesiones: Rodarte, el ‘ dream pop’ y California.

“Ahora todos los personajes de la industria tienen voz, pero los mensajes se olvidan rápidament­e. Ya nada tiene la misma profundida­d”

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