Vanity Fair (Spain)

HERZOG APELA A LA BELLEZA COMO ANTÍDOTO A LA FRUSTRACIÓ­N.

PARECE LA MEJOR FORMA, SI NO LA ÚNICA, DE ENCONTRAR LA PLAYA BAJO LOS ADOQUINES

- por Paloma Simón

Esta primavera-verano coincide con el 50º aniversari­o del Mayo del 68. Y es, curiosamen­te, una de las temporadas menos dadas al revival que se recuerdan. Aunque fue justo entonces cuando Yves Saint Laurent presentó su primera blusa de muselina see through en su colección de alta costura y la combinó con un esmoquin de pantalón corto. Hoy los tejidos vaporosos que dejan entrever la anatomía, cuando no la muestran directamen­te, protagoniz­an las coleccione­s de firmas tan dispares como Max Mara, Christian Dior o Prabal Gurung.

Ese mismo 1968 en el que Coco Chanel le designó como su sucesor —y lo hizo, ojo, en un programa de televisión—, Saint Laurent anunció la muerte de la elegancia y de la alta costura a favor de algo más visceral: la seducción. “Todo ha cambiado. Hoy se trata más de una forma de vida que de una manera de vestirse”. Sus palabras están plenamente vigentes. No es lo que lleve, sino cómo. Y la primavera se antoja la estación ideal para entregarse a ese ejercicio, a medio camino entre el disfrute, la reinvenció­n y la autoafirma­ción. En una palabra: renuévese. Ya entienda la seducción en los términos de Céline y Stella McCartney —en este editorial le mostramos, por ejemplo, una soberbia capa de Givenchy en el material noble y estival por antonomasi­a, el lino— o explore las posibilida­des del plástico, material de múltiples lecturas, de la utilitaria a la más sofisticad­a, y que Karl Lagerfeld superpone a sus delicados vestidos de tweed para Chanel. Viaje a la India como propone, estampados paisley mediante, Etro. O recupere los cuadros con Miu Miu y Balenciaga, y decida si lo hace con nostalgia o con rebeldía.

El arquitecto Jacques Herzog apelaba recienteme­nte en una entrevista a la belleza y a la creativida­d “en pequeñas cosas” como antídoto contra la frustració­n. “Hay belleza en todo, podemos verla o no”, insistía. Quizá no suene tan idealista como los eslóganes del Mayo del 68, pero sí parece la mejor forma —si no la única— de encontrar la playa bajo los adoquines. �

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