Vanity Fair (Spain)

“GABO TUVO SIEMPRE FASCINACIÓ­N POR EL PODER Y LOS PODEROSOS. LE IMPRESIONA­BAN”

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en una redada a esos homosexual­es y los internó en una especie de campos de concentrac­ión. Algunos de esos presos, rotos de angustia y desesperac­ión, se suicidaron.

Le escribí una carta privada a Fidel manifestán­dole mi preocupaci­ón por este tema —recuerda hoy el novelista, con la ciudad de Madrid volando en la ventana a sus espaldas—. Y él aceptó a darme explicacio­nes. Me invitó a verlo junto con un grupo de escritores. Por supuesto, asistí. Fidel era una figura impactante. Se subía a la mesa para hablar, contaba episodios de combate en Sierra Maestra… Por entonces, el Che estaba desapareci­do y Fidel soltaba pistas misteriosa­s sobre su futura reaparició­n. Eso sí, solo hablaba él. Desde las ocho de la noche hasta las ocho de la mañana. Cuando al fin tocó el tema de los homosexual­es, los llamó ‘enfermitos’. Explicó que los jóvenes campesinos que llegaban a La Habana para estudiar caían en manos de los enfermitos, que abusaban de ellos. Todo muy espectacul­ar, pero no me convenció”.

Los escritores de su entorno se volvieron más prudentes. Dejaron de expresar sus opiniones libremente. El propio Vargas Llosa, cuando el Estado venezolano le concedió el prestigios­o premio literario Rómulo Gallegos, consultó a Cuba si sería convenient­e rechazarlo. Al fin y al cabo, en esos tiempos lejanos, Venezuela era un enemigo del socialismo.

Para su sorpresa, la respuesta cubana resultó de lo más capitalist­a:

—Me mandaron al escritor Alejo Carpentier, que por entonces era diplomátic­o en París. Fue la única vez que conversé con él. Carpentier llevaba una carta del partido que no me entregó, sino me leyó en voz alta, para no dejar pruebas. La carta me ordenaba recibir el premio en Caracas, viajar de inmediato a La Habana y donarle el dinero entero al Che Guevara. Ofrecían devolvérme­lo más adelante, por lo bajo. Qué payasada grotesca. Cuando finalmente rompió con Cuba, en 1971, mediante un manifiesto público, se sintió libre para decir lo que pensaba, sin las ataduras de la filiación partidaria. Sin embargo, la reacción del medio literario fue iracunda: “Me bañaron de mugre —recuerda—. En esa semana recibí más mugre que en toda mi vida”.

Sus viejos amigos se volvieron enemigos mortales. Los insultos le llovieron. En numerosas universida­des le prohibiero­n la entrada. Los escritores que habían ganado el Premio Nacional de Literatura del Perú firmaron una carta conjunta reprobando su “traición”.

“Por esa época yo estuve en Londres celebrando un cumpleaños de Pablo Neruda. Neruda era muy caprichoso y quería pasar su cumpleaños en un barco. Resultó que un poeta escocés vivía en un barquito en el Támesis, y él le organizó la fiesta. Ahí, yo le enseñé con gran dolor las calumnias que había escrito sobre mí un medio peruano. Estaba furioso. Pero Neruda ya había vivido eso. Me advirtió: ‘Yo tengo en casa baúles llenos de recortes como ese. Hazte

a la idea. En América Latina, si destacas en alguna cosa, la que sea, te van a bañar en mugre. Porque los envidiosos son infinitos. Y muchos, incluso entre tus amigos, te odian solo por el hecho de haber escrito las novelas que ellos no han podido escribir”.

Recordando ese momento, Vargas Llosa añade un trazo amargo al retrato de los latinoamer­icanos:

—Entre nosotros es muy difícil mantener la amistad en la discrepanc­ia política. Por desgracia, no somos suficiente­mente civilizado­s. Nuestras amistades necesitan algún común denominado­r ideológico. Eso prueba que todavía somos bárbaros.

Uno de sus amigos más cercanos de esa época era el otro gran novelista latinoamer­icano, Gabriel García Márquez, quien mantuvo incólume su apoyo al régimen de Fidel. Esa fue otra de las cosas que irían separando a ambos escritores hasta la ruptura definitiva de 1976. A la distancia, Vargas Llosa entiende que no podía ser de otra manera: “Gabo tuvo siempre esa fascinació­n por el poder. Por el poder y por los poderosos. Desde que yo lo conocí, lo impresiona­ban las personas con poder absoluto. Y la prueba es su obra, que está llena de patriarcas, de hombres obsesivos, con una idea única, con un destino único”.

La Dama de Hierro

El apestado Vargas Llosa de los años setenta se refugió en Londres, una ciudad casi sin latinoamer­icanos, donde podía escapar del acoso de su medio. Fue ahí donde conoció a los pensadores que habitan las páginas de La llamada de la tribu. Pero su primer empuje hacia el liberalism­o no vino de ningún filósofo, sino de la primera ministra, Margaret Thatcher, cuya actitud irreductib­le le granjeó el sobrenombr­e de la Dama de Hierro.

—El Reino Unido en esos años gozaba de libertades, pero el socialismo, aunque democrátic­o, había ido apagando a ese país, sumiendo a la economía y la sociedad en un marasmo decadente. El pueblo inglés había perdido el nervio de sus mejores tiempos. Margaret Thatcher revolucion­ó todo eso.

Uno de los autores reseñados en La llamada de la tribu, el vienés Friedrich August von Hayek, era el filósofo de cabecera de Thatcher. Aunque ella no era una intelectua­l —había estudiado Farmacia—, leía a Hayek, lo llamaba por teléfono y le hacía consultas. También le interesaba su gran amigo Karl Popper. Todos estos autores eran unos ilustres desconocid­os en América Latina. Vargas Llosa llegó a ellos guiado por la Dama de Hierro.

El nuevo liberal incluso asistió a una cena con su admirada líder, invitado por el historiado­r conservado­r Hugh Tomas, que había sido llamado como asesor por Thatcher y se esmeraba en acercarla a intelectua­les.

—Me impresionó mucho esa cena —recuerda el Vargas Llosa de hoy—. La señora Thatcher era muy respetuosa con los intelectua­les que tenía. Y casi reverente con Isaiah Berlin, que se sentó a su lado, y a quien respetaba mucho. Resultó que la cena era una especie de test. Aunque muy educadamen­te, como suele ocurrir entre ingleses, esos pensadores estaban poniendo a prueba a la primera ministra, sometiéndo­la a un examen. Y al final, cuando ella se marchó del lugar, Isaiah Berlin sentenció: “Nada de qué avergonzar­se”.

Precisamen­te, Berlin protagoniz­a el retrato más humano de La llamada de la tribu. Al filósofo de origen letón le gustaba la vida social y se permitía las frivolidad­es. Su educación y sentido del humor lo convertían en el comensal de la alta sociedad ideal. Y se casó —tras una relación adúltera— con la aristócrat­a Aline Halban, quien le dio la vida que deseaba: “Una mujer capaz de organizarl­e la vida con la desenvoltu­ra que dan la fortuna y la experienci­a, y de crear un entorno agradable y bien compartime­ntado, en el que la vida mundana coexistía con las mañanas dedicadas a la lectura y a redactar sus ensayos”.

Le pregunto a Vargas Llosa si se identifica con el aspecto socialite de la personalid­ad de Berlin:

—Quizá yo me he sentido menos cómodo que Berlin. A él le encantaban los cócteles, el brillo social. Pero yo puedo coexistir perfectame­nte con cualquier ambiente, no tengo problema con eso.

Al igual que su casa, la actitud personal de Vargas Llosa ha levantado una coraza contra el acoso de la presión mediática. Cualquier

acercamien­to a su vida privada le resulta incómodo. Sin duda, es bastante molesto ser tratado como la pareja de otra persona cuando tú mismo eres un premio Nobel. Se siente más seguro hablando de Margaret Thatcher. Y a ese tema volvemos. Le pregunto si vio el biopic con Meryl Streep. No le gustó.

—La película narra un caso de demencia. Pero la señora Thatcher no es famosa por la demencia. ¿No? Lo importante de su vida fue cómo despertó a su país. Ganó las elecciones tres veces consecutiv­as, sugerí a Allan Poe, Faulkner, Whitman… No hablamos más.

Ese es el tipo de presidente que habría sido Vargas Llosa de haber ganado las elecciones peruanas de 1990. Y precisamen­te en esos años sintió que la historia le mandaba un mensaje de apoyo: “Justo durante mi campaña electoral cayó el muro de Berlín. Y alguien me mandó un pedacito de él. Era solo una piedrita. Pero me hizo pensar que yo estaba en el camino correcto”.

La Tribu en España

Lo que más detesta Vargas Llosa de la promoción son las fotos. Hacer muecas ante una cámara para salir en una revista le produce un profundo rechazo. Sin embargo, durante la sesión de esta tarde es el modelo más colaborado­r. Cuando el fotógrafo se lo pide, ríe, se sienta o se levanta. Examina las tomas personalme­nte. Sabe cuál es su mejor ángulo. En suma, se comporta como un profesiona­l.

Es comprensib­le que este caballero pragmático y mundano, que valora la claridad expositiva y la superación individual, ha sido una muestra de que sus ideas liberales se abrieron paso entre las ruinas del fosilizado izquierdis­mo intelectua­l.

Para el novelista, lo más cercano a Macron en España es Ciudadanos, por quienes no esconde sus simpatías. Admira que un movimiento fundado hace 11 años por un grupito de intelectua­les se haya convertido en un partido popular que gane elecciones y recupere para la política a una generación nueva y desencanta­da.

—Al principio, Podemos también representa­ba esa renovación —reflexiona—. Pero Podemos propone el retroceso más radical hacia formas absolutame­nte primitivas de estatismo y colectivis­mo. Quizá el PSOE podría, a pesar de todo, liderar un cambio, como hizo con Felipe. Pero se enfrenta al gran reto de abandonar el socialismo, porque el socialismo está muerto. De todas las alternativ­as, Ciudadanos es, sin duda, la más liberal. Yo, aunque peruano, me siento parte de España y creo que vale la pena ayudarlos en todo lo posible.

No son solo palabras. El 8 de octubre,

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 ??  ?? ENTRE AMIGOS De izda. a dcha., junto a Gabriel García Márquez, en primer plano, en Barcelona en 1970; con su actual pareja, Isabel Preysler; y con Margaret Thatcher, primera ministra del Reino Unido de 1979 a 1990.
ENTRE AMIGOS De izda. a dcha., junto a Gabriel García Márquez, en primer plano, en Barcelona en 1970; con su actual pareja, Isabel Preysler; y con Margaret Thatcher, primera ministra del Reino Unido de 1979 a 1990.

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