“AUNQUE PERUANO, ME
SIENTO PARTE DE ESPAÑA Y CREO QUE MERECE LA PENA AYUDAR A CIUDADANOS”
algo que los conservadores nunca habían logrado. Pero al final, su propio partido la echó mediante una intriga interna. Cuando la sacaron, yo le mandé flores. Debe de haber recibido muchas.
Vargas Llosa también tiene palabras de elogio para los otros liberalizadores. Aznar, del que fue amigo, y el buque insignia global: Ronald Reagan. Según el novelista, fue el presidente de Estados Unidos —a quien define como “un actor de serie B y salvavidas de playa”— quien enterró a la Unión Soviética cuando nadie lo esperaba. La empujó a una competencia inalcanzable con la “guerra de las galaxias”, el proyecto de conquista del espacio, y terminó arruinándola.
El escritor también tuvo un breve encuentro personal con Reagan, durante un evento político en Estados Unidos, aunque no tan entrañable. En los pocos segundos que compartieron, se limitó a reprochar el pésimo gusto literario del presidente:
— A Reagan le gustaba Louis L’Amour. ¡Un escritor de vaqueros! Yo le pregunté por qué. Me dijo que los vaqueros eran un tema muy americano. Le se llevase a muerte con el estilo intelectual canonizado por Sartre o los estructuralistas franceses, oscuros hasta lo ininteligible y ávidos de familias intelectuales como el maoísmo o el trotskismo. Los dos únicos pensadores franceses del libro, Raymond Aron y Jean François Revel, fueron, como el propio Vargas Llosa, provocadores. Incendiarios de lo políticamente correcto. Fustigadores del cliché intelectual que se sentían más cómodos en el periódico que en la academia.
AAron yo lo leía incluso en mis años izquierdistas. Compraba a escondidas el diario conservador Le Figaro para leer sus columnas,
escritas con un estilo poderoso y directo —confiesa—. Revel, por su parte, mostraba cómo los hechos reales hacían saltar las teorías más asentadas. Los dos fueron postergados y maltratados por la intelligentsia de su país, pero, al final, triunfaron. La victoria de Macron una semana después del referéndum independentista ilegal, el escritor apareció como orador en una marcha multitudinaria contra el nacionalismo en plena Barcelona. Tras su propia y fallida aventura política, había jurado no volver a pisar una tribuna política. Pero esta vez encontró buenas razones para romper su promesa:
—Yo quiero mucho a Cataluña. Los cinco años que pasé en Barcelona fueron decisivos. Ahí se produjo el reconocimiento de los escritores latinoamericanos y nuestro encuentro con los españoles, de los que llevábamos 40 años distanciados. Barcelona representaba el ideal de la Europa culta, la apertura al mundo. Que de pronto ese símbolo de modernidad retroceda a algo tan primitivo, tan anacrónico e inculto como el nacionalismo, me sublevó. Esa es la llamada de la tribu. Y contra ella tenemos que librar la batalla de las ideas. �
Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) es periodista y escritor. Su último libro es el ‘thriller’ ‘La noche de los alfileres’ (Alfaguara).