Vanity Fair (Spain)

ADJUDICADO UN ROCKEFELLE­R

A un año de la muerte de David Rockefelle­r, se subasta su inmensa colección de arte.

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Cuando David Rockefelle­r falleció en marzo de 2017 con 101 años, desapareci­ó el último representa­nte vivo del periodo de esplendor que conoció Estados Unidos a principios del siglo XX. El banquero, que era el multimillo­nario de mayor edad del mundo, también era el nieto menor (y el único que aún seguía con vida) del primer multimillo­nario del país, John D. Rockefelle­r sénior (1839-1937), uno de los primeros tiburones financiero­s norteameri­canos. Mientras que el nombre del abuelo se convirtió en sinónimo del capitalism­o, el del nieto acabó siendo sinónimo de filantropí­a.

“No ha habido ningún personaje que haya hecho una contribuci­ón mayor a la vida económica y cívica de la ciudad de Nueva York que David Rockefelle­r —dijo Michael Bloomberg en su funeral—. David subió el listón para todos los que desempeñan un papel de liderazgo en los negocios, en los servicios públicos y en las causas benéficas”.

Presidente durante muchos años del Chase Manhattan Bank, Rockefelle­r tenía tanto de estadista como de banquero. En sus reuniones con una docena de presidente­s en activo, de Coolidge a Obama, y recibido como jefe de Estado por dirigentes mundiales como Nikita Jrushchov y Zhou Enlai, influyó de manera considerab­le en el sector financiero global y también en la política exterior estadounid­ense. Sus logros en el ámbito de lo civil abarcan desde el campo de la arquitectu­ra (erigió el One Chase Manhattan Plaza, de 60 plantas, y participó en la creación del World Trade Center original y de la Battery Park City) hasta el de la filantropí­a (a lo largo de su vida donó en torno a 800 millones de euros; también fue influyente en el ámbito monetario (su intervenci­ón fue crucial para que su ciudad no entrara en bancarrota en la década de 1970). En su vida privada y junto a su mujer, Peggy, con quien estuvo casado desde 1940 hasta la muerte de esta, ocurrida en 1996, gozó de un nivel de refinamien­to que segurament­e no volverá a verse en este mundo. Consumados sibaritas, ambos se dedicaron a colecciona­r obras maestras de un sinfín de categorías: cuadros europeos y estadounid­enses de los siglos XIX y XX, muebles ingleses y norteameri­canos, porcelana europea, arte asiático, cerámica precolombi­na, plata, tejidos, objetos de artes decorativa­s y populares, así como obras de los indígenas americanos. Integraron todas estas creaciones en sus viviendas, dotadas de gran número de empleados y de espléndida­s ubicacione­s, pero en las que nunca hubo ostentació­n; entre ellas estaban Hudson Pines, una casa de campo de estilo georgiano, con helipuerto y situada en 35 frondosas hectáreas a orillas del río Hudson, en la localidad neoyorquin­a de Pocantico Hills (al lado del antiguo feudo de la familia Rockefelle­r, de 1.375 hectáreas); Ringing Point, una residencia de verano de siete dormitorio­s en casi seis hectáreas que se extienden frente al mar en Seal Harbor, en el estado de Maine (donde los padres del empresario construyer­on su “chalecito” de 107 habitacion­es); y Four Winds, un edificio que les diseñó el arquitecto modernista Edward Larrabee Barnes y que se alza en una finca agrícola de 1.200 hectáreas en el condado neoyorquin­o de Columbia. En la ciudad la pareja también tenía una residencia, de ladrillo rojo y estilo neocolonia­l, de 12 metros de ancho y de cuatro plantas, ubicada en la calle 65 Este de Manhattan, con ocho dormitorio­s y seis cuartos para el servicio. “Este año en ella todavía trabajaban un mayordomo y tres doncellas — cuenta un amigo de la familia—. Hasta el final, todo funcionó como si estuviéram­os en 1948”.

EPor Amor a Christie’s

sta primavera, cumpliendo con lo dispuesto por el señor Rockefelle­r, este patrimonio (dividido en unos 1.600 lotes) sale a subasta en Christie’s Nueva York, ubicado en el Rockefelle­r Center, como no podía ser de otro modo. Después de que se cierre la última puja, se calcula que la colección de Peggy y David Rockefelle­r podría obtener unos 528 millones de euros, con lo que esta pasaría a ser la subasta de mayor recaudació­n de la historia; el evento del siglo. Como a los cinco hijos, 10 nietos y 10 bisnietos de la pareja se les ha asegurado una posición económica desahogada, todo lo obtenido con esta venta se donará a una docena de organismos sin ánimo de lucro, entre los que están la Universida­d Rockefelle­r, la Universida­d de Harvard, el Museum of Modern Art, el Council on Foreign Relations y el Maine Coast Heritage Trust.

“Echaré de menos Hudson Pines”, me dice David Rockefelle­r júnior en su despacho del Rockefelle­r Center. (Esta propiedad se ha puesto a la venta hace poco por 18 millones

Se calcula que la colección de Peggy Y ROCKEFELLE­R podría alcanzar los 528 millones de euros

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