Vanity Fair (Spain)

CUANDO TODO ERA JAZZ

En el primer cuarto de siglo, cuando la edad moderna se agitaba, nació de la mano de Condé Nast ‘Vanity Fair’, la revista por la que empezaron a desfilar las mejores plumas y fotógrafos del país. La cabecera escoltó a los lectores hasta la efervescen­cia,

- Javi Sánchez es redactor de ‘Vanity Fair’ y solo cree en dos tiempos verbales: el pasado y el futuro. POR JAVI SÁNCHEZ

El nacimiento de Vanity Fair en 1913 sirvió como antesala y fragua de una era irrepetibl­e: los cabarets, los clubes, la fiesta infinita de los años veinte… Todo empezó bajo esta cabecera. Diga lo que diga Scott Fitzgerald.

“Algo había que hacer con esa energía acumulada que no gastaron en la guerra”. A Fitzgerald —que tuvo uno de sus primeros hogares literarios en Vanity Fair— le reconocemo­s que no solo acuñó “La era del jazz” para referirse a la década de los años veinte, también dio el mejor motivo para su inicio: el fin de la Gran Guerra, el rito de transición de una generación entera de nuevos adultos, nativos eléctricos: ¡Cines! ¡Revistas! ¡Luces brillantes para tapar la noche! Y Vanity Fair había ido educándolo­s para esa revolución. La cabecera se publicó con intencione­s de guardarrop­ía, pero en seis meses se había convertido en NuevaYork, en el jazz, en la referencia. En la cuña que el editor Crowninshi­eld cedió a la Mesa redonda del Hotel Algonquin, para que sus tertuliano­s Dorothy Parker, Robert Benchley y Robert Sherwood —la alineación estrella de los primeros años de la revista— cincelasen la llegada de los años veinte. Antes de que Fitzgerald se los apropiase y Zelda se convirties­e en la encarnació­n de la década.

En las páginas de Vanity Fair P.G. Wodehouse hablaba de fiestas sin fin donde los hombres que hundirían América bailaban el foxtrot que habían aprendido por correspond­encia. Banqueros que no pisaban la oficina hasta las dos de la tarde porque los negocios de verdad se hacían al son del jazz en cabarets divididos en dos: “Donde la comida es mala y donde la comida es indecible”. Bajo las portadas de los mejores fotógrafos se retrataban las modas que venían de Europa para desgraciar a la “generación perdida”. De Europa también vino Al Jolson, estrella indiscutib­le de la década, cantor de Gershwin y de Caesar, judío con la cara pintada de negro, asesino del cine mudo, mientras Man Ray vestía de surrealism­o las portadas de la revista de mayor éxito de la era del jazz: Vanity Fair. Ni siquiera la Ley Seca consiguió aplacar la efervescen­cia de la década.

Nuestras páginas se movían al ritmo de Cotton Club y Plantation Club, los clubes de Harlem donde los afroameric­anos se abrían paso, con Duke Ellington y la emperatriz Bessie Smith al frente. Estados Unidos cumplía 150 años, pero Vanity Fair solo miraba hacia delante, a ritmo de jazz y provocació­n. A Parker y compañía los sucedió una segunda generación brillante: entre 1920 y 1925 no era extraño encontrars­e en las mismas páginas a Aldous Huxley hablando del futuro, las poesías de E. E. Cummings y T. S. Eliot, a Gertrude Stein reclamando la voz de las mujeres… Hasta 1929. Hasta que se acabó la fiesta y todo se vino abajo. Hasta que Zelda se volvió loca. Hasta que Vanity Fair enmudeció en 1936 con la Gran Depresión. Hubo que esperar casi 50 años más hasta que la vimos renacer en lo que es hoy. �

“En las páginas de ‘Vanity Fair’ no era extraño encontrars­e a Aldous Huxley, Cummings o Stein”

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