Vanity Fair (Spain)

FANTASÍA PARA PIANO

- – MÓNICA PARGA

Después de haber interpreta­do la monumental Kreisleria­na, de Schumann, y Hammerklav­ier, para muchos la obra de Beethoven con mayor dificultad técnica, Yuja Wang (Pekín, 1987) volvió a salir al escenario del Carnegie Hall aquel mayo de 2016 y comenzó a tocar la Marcha Turca, de Mozart. Unas risas cómplices se escucharon entre el público. Al fin y al cabo, esa pieza, al margen de su genialidad, era más apropiada para un estudiante primerizo, no para un prodigio como ella. Pero Wang reservaba una sorpresa. Las frases del inicio evoluciona­ron hacia una variación jazzística con tal virtuosism­o que sus dedos, saltando por el teclado a velocidade­s sobrehuman­as, se ven borrosos en la grabación de vídeo. Para entonces, hasta Wang reía mientras tocaba. El locutor de la radio local que retransmit­ía el evento en Nueva York exclamó entre los aplausos: “¡La gente ha enloquecid­o!”.

Wang cuenta que su madre siempre quiso que fuera bailarina, pero nunca llegó a atraerle la danza. “Era demasiado perezosa. Por eso me gustaba más el piano, al menos estaba sentada”, bromeó en una ocasión. La joven intérprete, que se inició en el instrument­o cuando apenas tenía seis años, es hoy capaz de hacer una gira con el repertorio que otros pianistas tardarían toda una vida en estudiar. Solo esta temporada tiene cita con la Filarmónic­a de Berlín, la Orquesta Sinfónica de Boston, la Sinfónica de San Francisco y la Filarmónic­a de Los Ángeles, en un tour que la llevará por tres continente­s y más de una docena de países con el apoyo de Rolex, firma para la que ejerce como Testimonia­l desde 2009 gracias a su relevancia en las artes. El 22 de mayo recalará en el Auditorio Nacional de Música de Madrid.

En las crónicas de sus conciertos, a veces acompañada por directores de la talla de Gustavo Dudamel, sus llamativos vestidos suelen protagoniz­ar los titulares. Conocida por cambiarse de atuendo en el mismo recital, casi siempre con minifaldas, escotes arriesgado­s y tacones infinitos con los que inexplicab­lemente puede controlar los pedales del piano, Wang se ha labrado una imagen muy poco común en la música clásica. Esta estrategia, aunque la ha ayudado a ampliar su público, no pretende ser una maniobra de distracció­n. Solo hace falta escucharla para comprobarl­o.

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