EFECTO INVERNADERO
Tejidos orgánicos, materiales experimentales y colores naturales. Puede que la moda sea un ecosistema aparte, pero su devenir no transcurre ajeno a la nueva ola de sostenibilidad que flota en el (medio)ambiente.
Las últimas tendencias se enfrentan a los rigores del cambio climático en un ambiente desértico.
No quiero matar animales. No está bien. Versace debe significar cambio”. Con este anuncio, Donatella Versace dio al traste con cualquier idea preconcebida que, varias décadas de activistas de PeTA irrumpiendo en los desfiles armados con pancartas y campañas sobre las bondades de la sostenibilidad después, pudiera albergar sobre el asunto. Uno que, como enumera el Victoria & Albert en su web a propósito de la muestra Fashioned by Nature, abarca temas tan diversos como “las condiciones de los trabajadores, el comercio justo, el medioambiente y el bienestar de los animales”. Que en un principio se asoció al movimiento hippy “y a sus trajes y adornos tomados de antiguas culturas” y que “cristaliza a partir de los sesenta y setenta” con el uso de tejidos naturales, apunta Margarita Rivière en Diccionario de la Moda (De Bolsillo). Un movimiento que sigue plenamente vigente, ya sea en su versión más radical —la firme apuesta de Stella McCartney por las pieles sintéticas desde sus comienzos, 20 años ha, sin menoscabo de su éxito comercial— o experimental —ahí están Hussein Chalayan, Martin Margiela o Raf Simons en Calvin Klein—. Pero si el lujo lo tiene fácil —lo exclusivo y artesano es ecológico per se—, mayor ha sido el esfuerzo realizado por las cadenas de moda pronta que, cuando menos, ofrecen colecciones de algodón orgánico. Paradójicamente, es la activista climática por antonomasia, Vivienne Westwood, quien ofrece la clave para cuidar el planeta sin abrazar el veganismo o renunciar a las pieles —algo que acaba de hacer Gucci—: “Si no se puede permitir lo que realmente quiere, no compre algo que cuesta la mitad pero que no le gusta realmente. No haga eso”. �