Vanity Fair (Spain)

DIAMANTES SIN SANGRE

- Braulio García Jaén es periodista y cree que lo natural es un invento de la ciencia.

Cultivados en Silicon Valley, compiten con los tradiciona­les y plantean un enfrentami­ento en pro de la sostenibil­idad.

Los hombres han arrancado los diamantes a las entrañas de la tierra durante siglos. Ahora una empresa los produce en Silicon Valley, libres de todo pecado original. Son tan carnosos y tan reales como una orquídea criada en un invernader­o, pero difíciles de aceptar también para una parte del sector que sigue reivindica­ndo las orquídeas salvajes. BRAULIO GARCÍA JAÉN entrevista al fundador de Diamond Foundry y a otros actores clave del sector.

La madrugada del 4 de marzo pasado, la actriz Emma Watson (París, 1990) asistió a la fiesta de los Oscar que Vanity Fair organiza cada año en Los Ángeles con un vestido negro ajustado y sin mangas, mostrando en el anterior de su antebrazo derecho un tatuaje con la frase “Time’s Up” (se acabó, en español). El dibujo, lema de la campaña contra el acoso sexual promovida por actrices y otras profesiona­les de Hollywood, monopolizó la atención de los medios, sobre todo después de que algún tuitero suelto señalara con escándalo el error gramatical que contenía —faltaba el apóstrofo—. Pero este no fue el único rasgo socialment­e comprometi­do que aquella noche exhibió la embajadora de Buena Voluntad de ONU Mujeres desde 2014. “Olvidad el polémico tatuaje de Emma Watson. ¡Mirad sus joyas!”, tituló The Huffington Post sobre la polémica. En el mismo brazo, a la altura de la muñeca, Watson lucía una pulsera de diamantes de Vrai & Oro. Al contrario de lo habitual, los diamantes no habían sido extraídos en algún país remoto y pobre, sino cultivados por un grupo de ingenieros y científico­s de Silicon Valley en un laboratori­o a las afueras de San Francisco. “Por principios, Diamond Foundry no paga a ninguna celebridad para que lleve nuestras joyas. Es un placer ver que Emma eligió de corazón nuestros diamantes”, afirmó la compañía en un comunicado al día siguiente.

Durante siglos los hombres han tenido que arrancar estas piedras preciosas a las entrañas de la tierra. Alojadas en hondas chimeneas de roca kimberlita, paredes de volcanes de difícil acceso o remotas minas de África, Rusia o Canadá, su extracción se ha envuelto en un halo mítico de dificultad y sacrificio, carnoso como su brillo, aparenteme­nte acorde con la belleza y dureza que las caracteriz­an. Pero cualquier mito arriesga su aura en manos de un ingeniero de Silicon Valley. “Las empresas de extracción de diamantes se han inventado todo tipo de historias. Como que tardan miles de millones de años en formarse bajo la tierra. En realidad se forman en unas horas, básicament­e por un proceso de enfriamien­to”, explica el CEO y fundador de Diamond Foundry, Martin Roscheisen, un ingeniero de origen alemán, nacionaliz­ado austriaco y que fue compañero de clase de los fundadores de Google en la Universida­d de Stanford (Estados Unidos) durante los noventa. Ahora cultiva diamantes químicamen­te puros en un reactor de plasma, una pequeña cámara que alcanza altísimas temperatur­as.

Roscheisen, que durante los años noventa había forjado su prestigio como emprendedo­r digital, fundó la primera compañía de energía solar de Silicon Valley en

Leonardo DiCaprio es uno de los inversores de Diamond Foundry

2002. Parte de aquel saber hacer, su know-how, lo aplica ahora a la producción de diamantes. “Somos el único productor de diamantes con una huella ecológica cero”, afirma Roscheisen. En términos de sostenibil­idad, “si se hace bien, los diamantes cultivados en la superficie son mucho mejores que los extraídos del subsuelo”, añade. Desde hace tres años su fundición ( foundry, en inglés) recrea, dentro de esas pequeñas cámaras, las condicione­s en las que estas piedras preciosas se forman en la naturaleza. “En un plasma y a una temperatur­a similar a la de la membrana externa del sol, depositamo­s átomos de carbono sobre un diamante extraído de la tierra. Y capa a capa vamos creando nuestro diamante”, explica Roscheisen por correo electrónic­o a Vanity Fair. “Un diamante es un diamante. Es una forma determinad­a de carbono cristaliza­do”, resume. Roscheisen obtiene el material más duro a partir de un gas.

Las piedras preciosas del brazalete de Watson, talla baguette, pulidas individual­mente y montadas a mano, lejos de pretender disimular su origen secular, van acompañada­s de un certificad­o de Diamond Foundry. Como toda verdadera novedad, estos diamantes cultivados y, en particular, los de esta fundición california­na han desatado una descarnada lucha por las esencias. “Los diamantes sintéticos no son diamantes reales”, sostiene Jean-Marc Lieberherr, CEO de la Asociación de Productore­s de Diamantes (DPA, por sus siglas en inglés), que agrupa a siete de los mayores extractore­s del mundo. “Así como nadie puede comparar un cuadro original con una réplica, no se puede comparar un diamante natural con uno sintético”, añade. Por su parte, Roscheisen afirma: “La fibra sintética simula la fibra real. Pero nuestros diamantes no imitan diamantes, son diamantes reales”. Y reta a quien tenga dudas a comprobarl­o por sí mismo: “Pruebe a rayar la pantalla de su iPhone con una de nuestras piezas. Solo el diamante corta el cristal”.

El lenguaje es uno de los frentes abordados por la DPA en su lucha

“Nuestros diamantes no imitan diamantes, son diamantes reales”, apunta el CEO de la empresa americana

por conservar la imaginació­n y el deseo de los clientes como territorio propio. El año pasado la DPA invirtió más de 20 millones de euros en la campaña Real is Rare (lo real es raro, en español), que destaca el carácter sagrado de la reina de las piedras. Aunque los diamantes cultivados suponen todavía un porcentaje minoritari­o, por debajo del 1% del mercado global, su futuro radica en su propuesta ética y ecológicam­ente sostenible. El 73% de los millennial­s, los jóvenes entre 18 y 35 años, preferiría un producto de una “marca ética”, según un informe de Nielsen.

Y desde los años noventa se cierne sobre dicho mercado una espesa sombra con graves consecuenc­ias en términos de reputación. El fenómeno de los diamantes de guerra reveló la realidad del trabajo esclavo, el tráfico ilegal y la financiaci­ón de grupos armados que, más allá del brillo de la industria, desangraba­n a los países africanos en conflicto. Una incómoda realidad que Diamantes de sangre, la película protagoniz­ada por Leonardo DiCaprio y nominada a cinco premios Oscar, ha proyectado sobre la conciencia de millones de espectador­es en todo el mundo desde 2006. Tres años antes Naciones Unidas se había visto obligada a implementa­r un protocolo internacio­nal, el Kimberley Process, para certificar el origen ético de las piedras.

Roscheisen, con gafas de montura al aire y cuya cara recuerda a la del actor Robin Williams, es poco amigo de los cócteles donde los altos ejecutivos suelen aprovechar para socializar y hacer contactos. En 2007 rechazó asistir al Foro Económico Mundial en Davos (Suiza), que había premiado su labor pionera en el sector tecnológic­o. Sin embargo,

meses después de presentar en público su última apuesta logró atraer como inversor —en total la empresa reunió casi 100 millones de dólares de capital— al mismísimo DiCaprio. “Orgulloso de invertir en Diamond Foundry, que contribuye a reducir el coste humano y medioambie­ntal del cultivo de diamantes”, publicó en su cuenta de Twitter. El apoyo del actor cobra además especial relevancia por su compromiso como mensajero de Naciones Unidas para el calentamie­nto global, sobre el que ha realizado además Antes de que sea tarde, un documental de National Geographic. Otro mito subyugado por lo real.

LOscuro Objeto de Deseo

os diamantes de sangre no son un invento de Hollywood. El belga David R. ( Bruselas, 1965), que creció en un kibutz israelí, trabajó con ellos durante la década de los noventa en África. Primero en el Congo: “Allí aprendí el oficio”, dice. El oficio de cliveur (no existe traducción española para el término francés) consiste en dar un primer corte a la piedra para obtener dos octaedros, que son los que luego se tallan para lograr el diamante. La estructura de estas piedras preciosas, con una parte plana en uno de los extremos (la “tabla”) y una punta en el otro, refleja la forma cúbica en la que cristaliza el carbono.

A partir de 1994 David trabajó en Angola, en una zona controlada por la Unión Nacional para la Independen­cia Total de Angola (UNITA), un grupo armado que se enfrentó a las fuerzas gubernamen­tales durante una guerra civil que duró décadas. “La UNITA controlaba toda las tierras de diamantes. Nosotros les comprábamo­s las piedras. Entonces yo era muy joven, pero ahora lo entiendo: yo era la fuente de financiaci­ón de la UNITA”, reconoce David. Los diamantes los extraían esclavos a las órdenes del grupo armado. “Nuestra actividad entre 1994 y 1999 fue lo que llevó luego a los expertos de la ONU y a la comunidad internacio­nal a definir lo que se llamó ‘diamantes de sangre”, explica por teléfono desde Bruselas.

El oficio de David casi ha desapareci­do —ahora lo hacen máquinas—, pero ya en su época se movía en “un círculo muy pequeño y muy cerrado”. En general, los diamantes viajan por canales muy distintos a los de cualquier otro producto y durante casi todo el siglo XX la empresa belga De Beers monopolizó el mercado mundial. Originaria del barrio judío de Amberes, De Beers es hoy una gran multinacio­nal que controla todavía con mano de hierro un mercado atípico que mueve alrededor de 80.000 millones de dólares anuales. Fruto de ese monopolio, el diamante, por ejemplo, ha escapado a la ley de la oferta y la demanda. “La escasez de diamantes extraídos se debe a las cuotas de extracción, que a su vez responden a una decisión del cartel” de grandes productore­s, según Roscheisen.

Por su parte, la historia de las joyas sintéticas se remonta a finales del siglo XIX. Un químico francés, Auguste Verneuil, fabricó los primeros rubíes sintéticos, a los que siguieron los zafiros. Los primeros diamantes sintéticos fueron de uso industrial, obra de empresas como General Electric en la década de los cincuenta del siglo XX. En el mercado de las joyas, aunque han existido desde los años setenta, los diamantes cultivados solo han podido empezar a competir con las gemas naturales hace unos cinco años, según el Instituto Gemológico de América. A la perfección técnica se ha unido un punto de inflexión en los hábitos de los consumidor­es de países como Estados Unidos y China.

“La verdad es que los diamantes cultivados en la superficie son los más raros del planeta (constituye­n apenas el 0,1% de todos los diamantes)”, afirma Roscheisen, para contrarres­tar la idea de la campaña Real is Rare. Roscheisen, en su batalla por la “realidad” de los diamantes cultivados, tiene de lado a la ciencia, lo que suele ser un aliado decisivo. Pero la verdadera guerra está en convencer a los clientes de que tampoco existen diferencia­s en los “sueños” que pueden proyectar sobre ellos. Roscheisen aspira a ganar esa carrera con el mismo caballo. “Nos gusta promover la verdad. Los diamantes sirven para momentos únicos en la vida que merecen la verdad”, explica. Pero ¿es suficiente la verdad para desmontar un sueño?

La Realidad y los Sueños

Ángeles Farga es la presidenta del Gremio de Joyeros de Madrid y el nombre de su joyería familiar en el barrio de Salamanca de Madrid. Como Roscheisen, y como

“Nosotros comprábamo­s los diamantes a la guerrilla”, afirma un antiguo ‘cliveur’ belga

casi todo el mundo, los Farga consideran que siempre habrá “ocasiones especiales” que merezcan un diamante. Pero en España eso siempre significa diamante natural. “La gente que entra en una joyería, en un Tiffany & Co. o aquí va buscando una rareza de la naturaleza, un símbolo del amor, algo que te dure toda la vida”, dice su hija María Ángeles, remitiendo, sin pensarlo, al eslogan que De Beers inventó en los años cuarenta del siglo pasado: “Un diamante es para siempre”.

Ángeles, la madre, es la tercera generación de la familia en el sector y fue la primera mujer que dirigió la subastas del Monte de Piedad de Madrid hace 30 años. Ahora, con el pelo de plata recogido en un moño y los labios pintados de rojo, barrunta nuevos tiempos: “En este mundo se van haciendo cada vez más réplicas de los originales. La gente lo que quiere ahora mismo es el disfrute momentáneo: ‘Me voy de viaje a las Maldivas’, ‘Me voy a cenar a toda pastilla’ o ‘Me voy a El Corte Inglés y cojo un crucero a pagar en tres cómodos años, pero lo disfruto ya”, dice.

Los millennial­s son, en efecto, la generación de la experienci­a: casi un 80% de ellos prefiere gastar en “experienci­as” antes que en “objetos”, según un informe de Harris Group de 2017. Pero eso no excluye que aprecien los artículos de lujo. “Resulta que los millennial­s también compran diamantes”, titulaba Financial Times el pasado 21 de marzo. La clave está en cuáles. Desde luego, los nuevos criterios no parecen tener tanto que ver con las rebajas en el precio como con el aumento de exigencias éticas. “Los millennial­s compran con conciencia”, según reconocía uno de los joyeros citados por FT.

Sin embargo, las Farga se resisten a ver la mayor conciencia­ción ecológica como un factor determinan­te en los hábitos de los clientes de este sector, algo que en la moda sí ha ocurrido ya con las pieles. “La persona que va buscando no hacer daño a la naturaleza no se compra un diamante ni un abrigo de visón. Ni bueno ni malo”, dice la madre.

El paralelism­o con el uso de las pieles en la moda, replegado a un mercado nicho, divide la opinión por generacion­es. “Ahí sí haces daño, tú estás matando a unos animales para tener esas pieles”, comenta la hija, con una americana roja como los claveles que refrescan la mesa. “No hablemos de hacer o no hacer daño”, responde la madre. “Una churri que odia las pieles y que va a ir detrás de ti para tirarte un bote de pintura porque llevas un abriguito de mouton nunca en la vida se comprará ni el auténtico ni el sintético”, añade mientras se golpea con el dedo en la frente y dice: “Eso va aquí”.

“La gente ya no lleva pieles”, concede finalmente Ángeles, como haciendo balance de un mundo que está cambiando. “Y habrá un momento en el que ya no lleve diamantes. Ni buenos ni malos ni mediopensi­onistas. Para eso utilizarán una fermosísim­a [sic] bisutería de cuatro duros que te están mandando desde China. Te la pones una noche y si te has cansado de la pieza, la tiras y se ha acabado”, concluye.

De momento, lo que llega desde China, desde una antigua planta de Tiffany, en concreto, son los diamantes de Diamond Foundry, una vez pulidos. La otra planta de pulido de la empresa de Roscheisen está en Washington. La empresa california­na produce unos 100.000 quilates al año en diamantes (unos 20 kilogramos, según la medida estándar internacio­nal, ct). Roscheisen explica que para responder a la demanda están tratando de aumentar la producción. Sus diamantes pueden adquirirse, además de en todas las tiendas Barneys de Estados Unidos, en otras joyerías de Canadá y Londres. En otoño pasado la firma estuvo presente en la feria de la moda de París. Y son proveedore­s de una nueva línea de producto de Swarovski con diamantes cultivados que la firma austriaca presentó a finales de marzo pasado en Baselworld, la feria de relojes más importante del mundo, en Ginebra. Aunque España es uno de los 170 países en los que Swarovski está presente, de momento sus diamantes, proveídos por Diamond Foundry, no pueden comprarse en nuestro país.

La elección de Watson, una joven actr iz br itán ica conocida por su compromiso social y que aprovecha su tirón mediático para intervenir en la conversaci­ón pública sin miedo a las polémicas, no fue casual. Adquirida por Diamond Foundry en 2016, Vrai & Oro es una empresa dirigida por mujeres volcada en la trazabilid­ad ética de sus joyas. Una elección, sin embargo, que nada tiene que ver con la bisutería china: la pulsera que lucía durante la fiesta de Vanity Fair USA cuesta unos 5.000 euros. �

“La gente ya no viste pieles y habrá un momento en el que ya no lleve diamantes”, dice la presidenta del Gremio de Joyeros de Madrid

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REACTOR La pequeña cámara de plasma donde se crean los diamantes.
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COMPROMISO Emma Watson, en la reciente fiesta de los Oscar de VF, con una pulsera de Vrai & Oro.
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DRAMA REAL DiCaprio (dcha.), en Diamantes de sangre.
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PIEZAS ÚNICAS Los diamantes cultivados son química y físicament­e idénticos a los naturales.
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