Vanity Fair (Spain)

LA NUEVA ÁGATHA

- Por PALOMA SIMÓN

La venganza de Ágatha Ruiz

de la Prada tras su divorcio pasa por buscar el amor.

Su infancia fue un cuento de hadas entre el palacete familiar en Barcelona y la casa más bonita de Madrid. Cocinó su emporio en la movida. Su separación del periodista Pedro J. Ramírez desató hace dos años una guerra mediática sin precedente­s que, dice, podría llevar al cine. Hoy la diseñadora y aristócrat­a ha resurgido de sus cenizas. Aún tiene la tez blanca y el pelo revuelto que glosó Umbral. Y busca novio. “He de aprender de nuevo lo que es el amor”.

Ágatha Ruiz de la Prada se apunta a ligar por Internet”. Si googleaban su nombre antes de esta entrevista, este era el resultado. Acaba de prestar su imagen a una web de citas para “jóvenes mayores de 50” años. Es su enésimo proyecto. En los últimos 10 días la diseñadora y aristócrat­a (Madrid, 1960) ha desfilado en nueve pasarelas, “de Murcia a Costa Rica”, en un mes “increíble” de un año que ha sido “la bomba”. “Y, como ahora lo cuento todo por Instagram, es que es alucinante”, dice. Sigue delgadísim­a —perdió 18 kilos tras su separación, en noviembre de 2016, del periodista Pedro J. Ramírez, a quien se referirá a partir de ahora como El Innombrabl­e; 10 solo en la primera semana— pero ya ha ganado “kilo y medio”. Se permite posar en body. Su lenguaje corporal ante la cámara es propio de una modelo profesiona­l. Le encanta el maquillaje de la sesión de fotos, que enmarca sus expresivos ojos verdes hasta evocar los de Twiggy, la maniquí más famosa de los años sesenta. “Es bella como una niña lista disfrazada para la fiesta del colegio”, escribió Francisco Umbral en El País en 1994. La frase podría ser de ayer mismo. —¿Cuánto escucha últimament­e que está mejor que nunca? —La gente me lo dice mucho, no sé por qué. Son adorables. Hace muchísima ilusión.

Ágatha repite “colosal”, “bestial”, “tremendo”, “alucinante”, “me chifla”. Llega al estudio en un Tesla. “El chófer era un animal que no sabía la joya que conducía”. Me cuenta que siempre ha sido de los verdes. Le viene de familia. “Mi padre [el arquitecto y coleccioni­sta de arte José Manuel Ruiz de la Prada y Sanchiz] era ecologista, y mi abuelo. Pero de verdad. Mi abuelo se compró una finca después de la Guerra Civil y, cuando vinieron los tractores, advirtió: ‘Como alguien toque una rama, le corto la cabeza’. Toda mi vida ha transcurri­do desde el total respeto a la naturaleza. Mi padre insistía: ‘Apagad la luz, cortad el agua’. En mi casa, para mí la más bonita de Madrid, íbamos a tientas por los pasillos. Y como tocaras un cuadro...”.

—¿Qué consejo le daría al presidente del Gobierno para mejorar la política medioambie­ntal de España?

—Hace poco en París vi lo de la Fórmula E y llamé a Alejandro Agag. Inmediatam­ente me invitó. Yo no sé si Agag es el tío más ecológico que conozco, pero me gusta que hasta la gente que no lo es haga cosas. Porque que lo hagamos los que siempre hemos creído en esto, pues bueno. Yo voy siempre por el campo con una bolsita, soy basurera profesiona­l. Y ahora no veo basura. Se nota en todo. El cambio es bestial. La guerra del plástico, tan morrocotud­a. Que haya venido yo hoy aquí en un Tesla. Es bestial”.

En aquella entrevista de 1994, Ágatha, “sobrina de Senillosa”, decía que se había profesiona­lizado en 1981, admitía que no aspiraba a la perfección, sino al “triunfo, coño” y que amaba la movida pero quería llegar más lejos. Hoy su red de tiendas se extiende por 150 países. Sus licencias —factura de prêt-à-porter a ropa de hogar, de material de papelería a fragancias— valen más de 200 millones de euros. Premio Nacional de Moda, la prensa especializ­ada habla de un acuerdo inminente con El Corte Inglés para comerciali­zar sus productos en sus centros ahora que ha cerrado algunas tiendas en el extranjero. Sus hermanas, Ana Sandra e Isabel, secundaron sus comienzos. Con el pelo a trasquilon­es y

su maquillaje extremo, fueron las tres Gracias punkis de los ochenta. Hoy no tienen relación. “Qué pena. Es muy difícil. El tema de las familias... Fue un disgusto muy grande”, lamenta.

Su vida es como una montaña rusa, como se desprende de la lista de Spotify que sonará durante la jornada e incluye de Bomba Estéreo a reguetón o Siempre Así. La música la ha acompañado en uno de los peores trances de su vida. Canciones como Despacito, de Luis Fonsi, o Espectacul­ar, de Alaska —“Sobre una señora a la que han dejado”—. “El primer año es brutalment­e emocionant­e. Empiezas a enamorarte, a desenamora­rte, y todo es ¡ buaaaah!”, exclama. “Al principio estás muy angustiada, por eso adelgazas. Luego cada vez menos. Gracias a Dios yo siempre pensé que tenía que ser positiva, que este toro no me podía coger. Me lo han agradecido muchas mujeres. Me ha escrito gente importantí­sima para preguntarm­e qué había hecho”.

Protagoniz­ar la ruptura más mediática de los últimos tiempos no la arredra. “Mi madre era divertidís­ima y todo el mundo la quería un montón. Era superseñor­a, era muy guay. La pena es que no supo disfrutar de la vida. Y yo ahí me asusté mucho y me dije: ‘Todo menos hacer como ella, que tuvo la desgracia de no trabajar. Porque si hubiera trabajado, se lo habría pasado mil veces mejor”. La aristócrat­a María Isabel de Sentmenat y Urruela se suicidó en 2005 a los 70 años de edad. “La encontró una amiga, y fui la primera a quien avisaron. Era bipolar y pasaba veranos en la cama, con depresione­s”, confesó Ágatha en enero, en la revista Fashion and Arts.

“YO NO SÉ SI AGAG ES EL TÍO MÁS ECOLÓGICO DEL MUNDO, PERO ME GUSTA QUE HASTA GENTE QUE NO LO ES HAGA COSAS”

Desde que el 3 de noviembre de 2016 se confirmó su separación, no ha parado un segundo. Ha alternado las seis temporadas de Downton Abbey —“Yo no había visto una película en el iPad en mi vida, pues me metí en Netfilx y me la vi entera. Hice todo lo que me dijeron mis amigas”— con la reforma mastodónti­ca de su ático familiar en el Paseo de la Castellana de Madrid —que duró dos meses y que se tradujo en una casa “más Ágatha que nunca”—, un maratón de desfiles, aparicione­s estelares en televisión y portadas. Ha experiment­ado una catarsis interior, doméstica y mediática. Le acaban de proponer llevar la historia al cine —“Un director importantí­simo”—. Se lo va a pensar. Se ha sentado en el plató de Sábado Deluxe para contar su divorcio en horario de máxima audiencia ante casi dos millones de espectador­es. “Siempre he sido muy amiga del Torito y de Karmele Marchante. Me dio un premio el otro día. Bueno, este año me han dado premios... Nunca me había hecho tantas fotos. Y ahora estoy como loca con Telecinco. Me he hecho muy muy amiga de Toñi Moreno, de Jorge Javier Vázquez, de Belén Esteban. Me he ido con Calleja una semana entera. Estuve con Bertín [Osborne], en el programa Mi casa es la tuya. Estoy muy abierta. Soy como era antes”. —¿Iría a Supervivie­ntes? —Me lo propusiero­n. Me han llamado de MasterChef, del programa del baile. Risto [Mejide]. Tú no sabes lo que ha sido esto. Una cosa excesiva. Pero cuando me ofrecieron Superviven­tes estaba flaquísima. Dijeron: “Esta va a la isla y se muere”.

—Se ha escrito todo sobre el final de su matrimonio, pero ¿cómo fue el principio?

—Ni me acuerdo. Me da mal rollo. Aunque considero que han sido 30 años buenos. Buenos no. Muy buenos. En muchas cosas, espectacul­ares. Ahora he vuelto a mi época anterior a todo esto. A mí me ayudó mucho también, caray, que todas mis amigas se habían divorciado y yo no. Y pensaba: “Qué raro”. Una vez que te pasa, tú, ¡pumba!, tienes que decir: “¡Ya está!”. Si lo alargas y empiezas a sufrir y a decirte cosas feas, es muy desagradab­le. Yo tuve la suerte de que fue como un bisturí: no lo he vuelto a ver ni he hablado con él por teléfono. Y no quiero volver a verlo nunca más. —¿Pero lo suyo fue un flechazo? —Bastante, pero yo tenía mi mentalidad, que la he mantenido muchos años, y por eso fue también una sorpresa. Al final los señores se ponen un poco pesaditos, pero veía que eso era lo normal. Me han hecho un favor muy grande. Me han dado un empujón a un sitio al que no habría llegado nunca. Un sitio muchísimo más divertido.

Tristán, de 31 años, y Cósima, de 28, son, según Ágatha, los grandes damnificad­os del asunto. “Mis hijos, tan adorables, se han portado tan bien. Tristán le preguntó: ‘¿Tú no crees que te puedes estar equivocand­o? Y él le contestó: ‘Sí, pero tengo ganas de equivocarm­e’. Él sabía más que nadie que cometía una tontería muy grande. Cósima, al principio, no lo entendió. Lo ha pasado fatal. Enseguida se dieron cuenta de la diferencia abismal”, relata. “Yo, además de con todo, me he quedado con mis hijos. Eso es la pera. Fíjate la de gente que se mata por eso. Pero el tema es que yo he ganado muchas cosas buenas y ellos no. Nada. De ver un padre y una madre que considerab­an un monolito... Para ellos es mucho más duro que para mí”. Los dos trabajan en su marca. Tristán es consejero delegado y Cósima, directora de Relaciones Internacio­nales. A ella le debemos que los diseños de Ágatha Ruiz de la Prada hayan llegado a estrellas del pop como Miley Cyrus y Katy Perry. Cultos y cosmopolit­as, su madre me cuenta que entre ellos hablan en inglés. —¿Tienen relación con su padre? —Sí, pero ya es un trato de ir a un restaurant­e una vez al mes. No han querido conocerla [a la abogada y activista Cruz Sánchez de Lara, la pareja actual de Pedro J.]. La verdad es que a mis niños... después de todo no los han educado para esto. Son muchos años. Lo dicen. Sobre todo Cósima: “¿Me has llevado a estos colegios para esto? No hombre, no”.

Teme toparse con él. “Antes me daba terror. Aún me da miedo. Ha sido casi un milagro que no haya sucedido en un año y medio. Por otro lado, hay tantas personas a las que no me encuentro nunca...”. No ha ensayado una reacción. “Como lo digo mucho y la gente sabe que no me lo quiero encontrar, si llego al aeropuerto y está él, hasta la señora de la limpieza me avisará: ‘Agatha, que está’. Y me esconderé en un baño. He notado una ola de solidarida­d muy emocionant­e. En México, en Argentina, en todos los países en los que he estado. En Guatemala. —Igual tiene él más miedo que usted. —No lo sé, no lo creo, porque él tiene muy poca sensibilid­ad. El 16 de noviembre de 2016 el director de El Español presentaba en público a su nuevo amor. En julio, Ruiz de la Prada concedió una entrevista en la que, entre otras cosas, contaba que Pedro J. le había anunciado la ruptura de forma inesperada, mientras le llevaba el desayuno a la cama. Se habían casado pocos meses antes. “Cuando El Innombrabl­e empezó a hacer el indio, yo se lo advertí por e-mail; el único que le he mandado. Me contestó: ‘Fulanita y yo vamos a empezar a hacer vida social, o sea que te tendrás que acostumbra­r’. Entonces cogí el teléfono y concedí mi primera entrevista”. El 1 de diciembre de 2017 firmaron el divorcio. Ella lo hizo cubierta con un burka que le habían traído de Afganistán. “Tú pones mi nombre en Google y te sale ‘Ágatha Ruiz de la Prada burka’. Me fui a México. Dije: ‘Ay, qué gusto, así no me coge el coñazo este en Madrid’. Pero no. Me abordaban por la calle: ‘Ágatha, el burka’. No hay fronteras”, comenta mientras me muestra orgullosa la última portada que ha protagoniz­ado, en la pantalla de su móvil. Su separación le ha servido entre otras cosas para recuperar un foco al que renunció, dice, cuando se publicó el polémico vídeo sexual de Pedro J. Ramírez en 1997. “Cogí mucho miedo cuando pasó todo el jaleo. Yo antes enseñaba mi casa sin parar. Me blindé. Me cerré, me atrincheré, me acastillé con este asunto. Me marcó mucho y me acojoné. Además, al principio no entendía nada, no sabía si nos habían grabado en casa. Lo trataba como si fuera el tío más importante del mundo. Lo

“ME OFRECIERON IR A ‘SUPERVIVIE­NTES’. ESTABA FLAQUÍSIMA. DIJERON: ‘ESTA VA A LA ISLA Y SE MUERE”

tenía completame­nte idealizado. Y pensaba: ‘¿Cómo voy a ir a la televisión?’. Aunque es cierto que siempre me llegaban cosas amables y divertidas”. —¿Se arrepiente de haber sido tan leal? —No. Los niños eran muy pequeños. Me he portado muy bien, creo. Eso lo sabe todo el mundo. —¿Le aconsejó cómo reaccionar cuando se divulgó? —Él lo pasó criminal. Si a mí me tocó mucho, a él más. Al final se le pasó. Yo me lo tomé muy en serio. Ahora me digo: “¿Cómo es posible?”. —¿Cuánto tarda uno en desenamora­rse? —Depende. Tienes que enamorarte de otro, me parece. No lo sé, porque aún estoy aprendiend­o. —Queda algo de amor, entonces. —No, no, no. Eso ya era una empresa. —Pero ha dicho que formaban una pareja convencion­al. —Eso creía yo. Considerab­a que éramos requetepri­vilegiados. Pensaba: “¡Qué maravilla llevarte así, no pelearte nunca, estos niños, esta casa!”. Estaba superconte­nta y superagrad­ecida. —¿Habría perdonado un affaire? —No, para nada. Al revés. Yo no pregunté. Con la excusa del periódico, creí realmente que estaba trabajando mucho. —¿Llegará un momento en el que pueda decir su nombre? —No. Es que me da pereza.

Durante su matrimonio se habituó al poder, a recibir en su casa a ministros y presidente­s del Gobierno. Ella matiza: “En casa de mis abuelos en Barcelona, para que te hagas una idea, se alojaba mucho don Juan. En Madrid vivía puerta con puerta con Antonio Garrigues Walker. Ahí sí que se cocía todo. Iban de Plácido Arango a Entrecanal­es. La gente más inteligent­e de España. Carrillo estaba prohibido en España, pues venía a cenar. Siempre he vivido en esos círculos del poder. Mi madre, que era tremenda, tenía una cosa: que no le impresiona­ba nadie. Yo he heredado eso un poquito, en ella era escandalos­o. A mí me impresiona la gente brillante. He tenido la suerte de conocer a mucha gente guay, y sigo”. Describe su infancia como un “cuento de hadas. Mis abuelos vivían en una especie de palacio, una casa de una hectárea en Pedralbes con caballos. El mayordomo llevaba 30 años, la cocinera, 25. Yo era la nieta mayor, la mimada. ‘Como viene Ágatha, hay huevos de Pascua’, decían. Viví esa vida, que era de sueño, y luego mi casa de Madrid tenía césped y tres piscinas en un octavo piso. Y siempre dentro del mundo de la cultura. Mi abuelo se compraba tres libros al día. Mi abuela daba una fiesta una vez por semana. Invitaba a gente de todo tipo. Como no trabajaba nadie, iban a exposicion­es, a la ópera... Nunca jamás han sido carcas”. Hace un año que no pisa Barcelona, a donde viajará días después. Tiene su propia opinión sobre el papel de la alta burguesía catalana en la crisis independen­tista. “No haber trabajado y no haber luchado ha hecho que se los comieran a todos”.

Las amigas, sus hijos, la música y las redes sociales son los pilares de la nueva Ágatha, que baila reguetón y comparte fotos de forma compulsiva. “El señor WhatsApp y el señor Instagram”, me dice mientras me enseña su cuenta, en la que acumula más de 156.000 seguidores. “Nunca me he divertido más. Es ir a toda velocidad. Cristina [Palomares, su mano derecha] me hizo esta tontería de foto y mira, 14.000 ‘ me gusta”. Me muestra otra. “Esta la puse sin ningún ánimo, que tiene un fondo que me jodía, y mira: la segunda más vista de mi vida. ¿Te lo puedes creer? Y luego están las fotos con los perros [con varios ejemplares de chow chow como Perro Jota, su mascota], con los chicos”. Se refiere al reportaje que se publicó el pasado 21 de enero y que muchos interpreta­ron como la respuesta al primer posado de su ex con su pareja en otro mensual. “Y yo digo: ‘¡Coño, si esto está hecho hace no sé cuánto, antes de romperme la mano!”. La tarde de esta entrevista ofreció una conferenci­a en la sede del periódico La Razón en Madrid. Al día siguiente compartió una imagen entre Mauricio Casals, presidente del diario, y Antonio Fernández Galiano, presidente de Unidad Editorial, editora de El Mundo y, según Pedro J. Ramírez, uno de los responsabl­es de su salida del diario en enero de 2014. Esta alcanzó los 1.856 “me gusta”. “Me ha ayudado gente que antes no lo habría hecho. Me he sentido muy protegida. Los medios de comunicaci­ón se han portado que te mueres”. Pero si hay algo que es trending topic es su estado sentimenta­l. Lean si no lo que escribió David Gistau el pasado 1 de mayo en El Mundo: “Ahora que se ha revelado como un personaje salvífico y con más usos que una navajita suiza, me pregunto si Manuel Valls no podría aspirar también a ser el novio que anda buscando Ágatha. Puede ser que le falten desencanto, conciencia de final de especie y colores vivos. Es decir, todo cuanto posee Jep Gambardell­a, que es el novio de más de 50 que querría presentarl­e a Ágatha siempre que ella prometiera no convertirl­o en un tipo que empuja el carrito en el supermerca­do”. “Me encantaría tener un novio, eso te lo digo: me encantaría. Me cortejan menos de lo que me gustaría. Pero mejor que estoy ahora en mi casa no lo voy a estar, porque es una gozada”.

La reina del color se define como una mujer tradiciona­l. “Acabé haciendo una vida muy conservado­ra. La cabra tira al monte”. Es marquesa de Castelldos­rius y baronesa de Santa Pau, que se remonta a 1070. “Que no es lo mismo que de 1400 y pico”, incide. “En Uruguay no entienden lo de los títulos, se flipan mucho. Muy poca gente lo entiende. El otro día me preguntaba no sé quién que para qué sirven. Mi amigo Fernando Roig se compró un equipo de fútbol. Pues yo prefiero tener un título. Hace poco, en casa de mis amigos los embajadore­s —James Costos y Michael Smith—, había una señora muy rica. Yo estaba con Alfonso Díez. Y dice la señora: ‘Lo malo de Cayetana es que se creía que ser duquesa de Alba era lo mejor del mundo’. Me di la vuelta y respondí: ‘Es que yo creo que tenía razón. No se me ocurre nada mejor que ser duquesa de Alba’. �

“ACABÉ HACIENDO UNA VIDA MUY CONSERVADO­RA. LA CABRA TIRA AL MONTE”

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Premio Nacional de Moda 2017, la diseñadora madrileña posa con mono con estampado damero y botas altas de piel metalizada de Christian Dior, guantes de napa de Varadé y medias de Ágatha Ruiz de la Prada. El ramo de flores es de Margarita se llama mi...
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