Vanity Fair (Spain)

YOLANDA GARCÍA CERECEDA

- FOTOGRAFÍA DE FÉLIX VALIENTE• ESTILISMO DEBE ATRIZMO RENO DE LA C OVA

Su padre, creador de La Finca, levantó un imperio inmobiliar­io sin exhibicion­es ni estridenci­as. Tras su muerte, sus hijas iniciaron una guerra por el control de una herencia multimillo­naria que ha hecho saltar por los aires el elegante anonimato de esta poderosa familia. Durante la batalla, Yolanda García Cereceda casi lo pierde todo. Esta es la historia de una pobre niña… rica.

En La Finca, la exclusiva urbanizaci­ón donde viven astros del fútbol como Cristiano Ronaldo y Gareth Bale, hay un busto en honor de Luis García Cereceda, su creador. Tras la muerte del magnate inmobiliar­io, en 2010, su familia decidió que sus cenizas reposaran en el fondo de uno de los lagos que mandó construir en el corazón de ese oasis urbanístic­o a pocos minutos del centro de Madrid. Debajo de la escultura de hierro se puede leer una frase: “El halago debilita”. El empresario, un hombre que se hizo a sí mismo y triunfó en los negocios sin estridenci­as, la repetía a menudo. Mantuvo un perfil tan discreto que los archivos apenas conservan de él poco más de una fotografía en vida. Jamás concedió una entrevista ni se dejó ver en las fiestas de sociedad.

“En realidad, mi padre decía: ‘El halago debilita y la injusticia fortalece’. Pero mi hermana mayor, Susana, omitió la segunda mitad de la frase”, me explica Yolanda García Cereceda (Madrid, 1971) mientras damos un paseo por la urbanizaci­ón. “Yo sé lo que es la injusticia”, añade. Poco antes de que su progenitor muriera, su única hermana y ella iniciaron una guerra por el control del patrimonio familiar. La joya de la corona era Procisa, promotora de La Finca —donde todavía hay 11 millones de metros cuadrados por explotar— y gestora del parque empresaria­l de Somosaguas —220.000 metros cuadrados de oficinas que en 2017 generaron 46 millones de euros de ingresos—. Ocho años después, Susana dirige el imperio, mientras que Yolanda asegura que la han dejado al margen del negocio.

Las hermanas García Cereceda viven a pocos metros la una de la otra, pero las separa una valla (material e invisible). Susana, la mayor, reside en Los Lagos, la zona más elitista de la urbanizaci­ón, donde algunas de las mansiones, inspiradas en esculturas de Chillida u Oteiza, pueden costar hasta 20 millones de euros. Yolanda reside en Blanca Paloma, el barrio más “humilde” del complejo, donde las viviendas alcanzan los 2,2 millones de euros. Aquí han vivido famosos como el futbolista Iker Casillas y su mujer, la periodista Sara Carbonero.

Todas las casas de Blanca Paloma son iguales. Ni siquiera la de la hija pequeña del fundador de La Finca se diferencia del resto. Es un chalé diáfano de 614 metros cuadrados diseñado por el arquitecto Alberto Martín Caballero, exmarido de Lydia Bosch. “Perdona el desorden, aún no he terminado de instalarme”, me aclara mientras hace malabares con las cajas. Veo pocos objetos personales, salvo algunas fotos y trofeos de cuando era más joven y competía como amazona en los torneos de salto ecuestre más importante­s de Estados Unidos: Palm Beach, Tampa, Lake Placid… “Mi padre me regaló esta casa antes de casarme”, me dice mientras se prepara para la sesión de fotos. “¿Puedes creer que casi la pierdo?”. En realidad, durante algunos años lo perdió todo: sus hijos, su dinero y su libertad.

Hermanas y Rivales

Las García Cereceda solo se llevan 15 meses, pero su entorno asegura que nunca han tenido una relación muy estrecha. “Cuando era una niña, yo admiraba a mi hermana mayor. Pero no compartíam­os juegos o confidenci­as”, reconoce Yolanda. El mediático arquitecto Joaquín Torres, que trabajó a la órdenes de la familia y fue consejero de Procisa desde 2002 hasta 2009, lo confirma: “Tenían una mala relación. Susana era fría y racional, mientras que Yolanda era temperamen­tal e insegura. El padre las quería a las dos por igual, pero la mayor era su favorita. Ahí está el origen del drama entre ellas”.

Luis era una persona extraordin­aria. El mejor promotor inmobiliar­io con el que he trabajado. Tenía un gusto exquisito para el diseño. Pero también podía ser muy duro”, me explica Torres, quien diseñó algunas de las casas más fabulosas de La Finca. Sus allegados lo recuerdan como un hombre autoritari­o. “Cuando uno de sus empleados quería tener un hijo, antes debía pedirle permiso al jefe”, dicen. “Le gustaba mandar. Y Susana siempre hacía todo lo que él decía. Yo, en cambio, me rebelaba. Quizá eso es lo que no le gustaba de mí a mi hermana”, señala Yolanda con tono de reflexión.

Cuando eran pequeñas, ambas solían asistir a las comidas de negocios y a las oficinas de su padre. De algún modo, él ya estaba buscando a su sucesora. “Se reía de todos los arquitecto­s. Hacía los proyectos por las noches. Tenía un don natural”, evoca su hija. García Cereceda también se empeñó en introducir­las en el mundo elitista de la hípica. Cuando Yolanda tenía 11 años, la familia se instaló una larga temporada en San Diego (Estados

“MI PADRE MANDABA Y SUSANA SIEMPRE HACÍA LO QUE ÉL DECÍA. YO, EN CAMBIO, ME REBELABA. QUIZÁ ESO ES LO QUE NO LE GUSTABA DE MÍ A MI HERMANA”

Unidos). Allí las niñas desarrolla­ron su destreza como amazonas. Y su padre encontró una idea que lo haría más rico: importar a España el concepto de la gated community americana, un entorno de alta seguridad en el que las casas están situadas en fincas diáfanas, sin vallas perimetral­es.

En 1982, con el triunfo del felipismo, el empresario volvió a España para comenzar a construir su sueño. Eligió Pozuelo, que ya registraba la mayor renta per cápita de Madrid. El enclave, a 15 minutos del centro de la capital, era el futuro. Yolanda, que tenía 16 años, decidió quedarse en EE UU para entrenarse con el famoso jinete Michael Matz. “Mi padre aceptó, podía ser muy flexible”, reconoce. Tanto, que a su regreso a España emancipó a sus herederas y les transfirió parte de su patrimonio. Aunque ellas firmaron un poder para que él pudiera seguir gestionand­o la fortuna. Pero cuando García Cereceda quiso que su hija pequeña regresara, esta se negó. “Heredé su carácter”, admite.

El Club Hípico de Somosaguas es el preferido de las ilustres amazonas que viven en la zona. Carolina Aresu, sobrina de Ana García Obregón, o Helen Svedin, mujer de Luís Figo, figuran entre sus socias. Yolanda viene muchas mañanas aquí para saltar con sus caballos. “Montar es mi terapia, me da paz”, dice. Cuétara, una de las bellas herederas del imperio de las galletas y exmujer del reputado abogado Ramón Hermosilla. “Yo no aprobaba ese matrimonio, me parecía equivocado y precipitad­o. Pero lo respeté porque él acababa de salir del infierno y pensé que eso lo haría feliz y lo ayudaría a curarse del todo”, me cuenta Yolanda.

“Susana se ganó a Silvia, mientras que su hermana pequeña no aceptó a la nueva pareja de su padre. En ese aspecto, Yolanda no fue inteligent­e”, señala Joaquín Torres. La pequeña de las García Cereceda mantuvo su “exilio” en Estados Unidos. Se casó con Francisco Amat y tuvo tres hijos. Por su parte, Susana lo hizo con el jinete francés Julien Epaillard y tuvo otro niño. Pasaba largas temporadas en Francia, pero comenzó a trabajar más estrechame­nte con el patriarca.

En 2009 el tumor cerebral de García Cereceda parecía haberse regenerado. Un día antes de someterse a un tratamient­o experiment­al, entregó su testamento. Cada una de sus hijas ya tenía el control de un 25% de las sociedades. Otro 30% estaba en manos del hermano del empresario, Eduardo, y un 10% en las de su socio de toda la vida, Francisco Peñalver. Pero quedaba por dirimir a quién le correspond­ería el porcentaje que retenía el magnate. El documento de sucesión estipulaba que Susana debía recibir el 51% y Yolanda, el 49%. Así, la mayor se quedaba con un voto cualificad­o que impedía el bloqueo de las empresas.

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García Cereceda, con chaqueta de Salvatore Ferragamo.
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