CARMEN PACHECO
La risa nos protege y sana a menudo. Sin embargo, el humor en sí mismo no es siempre noble o inteligente. Es el arma de represión favorita de los que viven en mundos pequeños.
‘ MUJE R T ENÍ A S QUE SER’ : Fue una de las primeras españolas en tener un blog, y desde entonces no hay día en el que esta escritora no se arrepienta de “echar a perder su vida en Internet”. A ello le debe su sentido del humor y su espíritu un poco hater, que trae a VF para relatar en primera persona las aventuras de ser mujer en el siglo XXI.
Soy ese tipo de persona que se ríe en los funerales. En el de mi abuela materna, por ejemplo, me reí porque mi padre, nervioso como estaba, no dejaba de bromear inapropiadamente con gente que no conocía. Años más tarde, cuando tuvimos que esparcir sus cenizas —las de mi padre—, las bromas fueron a su costa. Debido a ciertos contratiempos logísticos (y leyes vigentes) no pudimos hacerlo en el lugar que nos pidió, sino en una especie de sucedáneo simbólico. Fue la típica situación con la que él se hubiera reído. Definitivamente, lo peor de que las personas se mueran es no poder escribirles o llamarlas cuando ocurre algo que sabes que les haría gracia.
Hay una vieja cita que dice que tragedia sumada a tiempo equivale a comedia. Según esta fórmula, cualquier suceso trágico puede convertirse en motivo de risa una vez que seamos capaces de recordarlo sin dolor. Estoy de acuerdo, pero creo que la fórmula es aún más universal si sustituimos el tiempo por la distancia, ya sea espacial, temporal o emocional. Nos podemos reír de cosas que nos quedan lejos y nos podemos reír de nuestras propias desgracias cuando establecemos esa distancia de seguridad entre nosotros y lo que nos pasa. Por eso necesito reírme en los funerales. Porque el humor es un escudo con el que protegerme del dolor.
Usamos el mismo recurso para defendernos de otros. Hacemos sátira de los políticos corruptos para señalarlos y nos burlamos de terroristas y dictadores para combatir el miedo. La risa puede ser el gesto más valiente. Pero recordemos que, según la fórmula propuesta, el humor implica distancia y la distancia no es siempre buena.
A veces, sin ni siquiera darnos cuenta, nos reímos de lo que cuestiona nuestros valores o supone una amenaza para el statu quo. También nos reímos de lo que nos resulta raro, incomprensible o demasiado extravagante. Lo hacemos con la arrogancia inconsciente de sabernos respaldados por la mayoría y nuestra risa se convierte en mofa: un instrumento de represión o de exclusión. Un cortafuegos ideológico con el que mantener a raya todo lo que nos incomoda.
Las protestas de algún colectivo, el grito airado de una minoría con la que no tenemos nada en común, nos resultan indiferentes hasta que ponen el foco en nosotros. Entonces pasan a parecernos ridículos. Qué risibles fueron las primeras feministas, los primeros ecologistas con los que ahora rendimos cuentas. Bufamos, ponemos los ojos en blanco y sonreímos con sorna: “Qué moda tan ridícula”, “La gente, desde luego, está fatal”, “Qué piel más fina tienen algunos”. Y si elaboramos la mofa, decimos que estamos haciendo “humor políticamente incorrecto”, humor que ofende porque no todo el mundo puede entenderlo. Es cierto, a unos pocos no les hace gracia, mientras que la mayoría nos aplaude y jalea. Será que somos transgresores.
El humor funciona como mecanismo de defensa. Tanto para los que están oprimidos como para los que oprimen. Y no por saber reírnos estamos en el bando más noble.
Mi padre usaba la risa para todo. Se mofaba de mis “ideas revolucionarias” y recurría al chiste fácil cuando le llevaba la contraria en algo. Su cinismo era una especie de foso del castillo que hacía imposible llegar hasta él. Otras veces, sin embargo, era capaz de bromear en el momento más doloroso, y esa distancia nos salvaba, creaba un espacio en el que respirar cuando la tristeza amenazaba con ahogarnos.
No diré que el talento para la mofa cruel, aprendido de mi padre, no me haya sido rentable en la vida. Pero si recuerdo y admiro algo en él, es esa otra capacidad. La de recurrir al humor cuando parece imposible, cuando tenemos todo en nuestra contra. Porque en el peor de los casos siempre podremos decir: ¿Y lo que nos hemos reído? �