Salchichas, Póquer y Facebook
Era un secreto a voces que todos nuestros datos estaban siendo ordeñados en granjas industriales para conseguir la información más pura posible. El único mérito de los ‘golden boys’ de Silicon Valley es que fuimos nosotros mismos los que nos metimos en lo
Cuando observo a la gente escandalizarse con Facebook, me pregunto si nadie vio la película La red social. Uno ve los orígenes de esta empresa y enseguida se da cuenta de que Mark Zuckerberg tal vez no sea esa clase de persona en la que uno confiaría. Siempre me ha parecido un Lex Luthor respetado por la alopecia. Por eso sorprende la sorpresa. ¿Cuándo nos volvimos tan ingenuos? Era un secreto a voces que todos nuestros datos estaban siendo ordeñados en granjas industriales para conseguir la información más pura posible. El verdadero mérito de los golden boys de Silicon Valley reside en que fuimos nosotros mismos los que voluntariamente nos metimos en los establos. Nadie nos llevó ahí. Y ahora nos echamos las manos a las cabezas, ultrajados, porque somos la generación de los ofendiditos, preguntándonos cómo ha podido pasar esto mientras borramos nuestras cuentas de Facebook (pero no las de Instagram, claro, siendo lo mismo). La sospecha sobrevolaba nuestras cabezas desde el primer momento. Por mucho que ahora finjamos sorpresa como el comisario Renault en Casablanca.
Siempre se ha dicho que las leyes son como las salchichas: mejor no ver cómo las hacen. Diría que ocurre lo mismo con las redes sociales. Preferimos no ver, no oír y no decir nada.
El escándalo de Cambridge Analytica nos ha puesto frente al espejo. Cuesta soportar la idea de que por cotillear, por mero aburrimiento o por sentirnos menos solos hayamos vendido (¡regalado!) todos nuestros datos para que conozcan al dedillo nuestros hábitos, preferencias y secretos. Saben quién es tu exnovio, a quién votas, tus hábitos de sueño, tu música favorita, tu Dios o con qué tipo de mermelada te gusta desayunar. Como dice Martin Hilbert, experto en redes sociales: “En Facebook ya saben dónde se encuentran todas las ballenas”.
Nos olíamos la tostada, pero preferimos hacernos los despistados porque lo que obteníamos a cambio era más jugoso que aquello que potencialmente estábamos entregando. Comparába- mos una certeza con una sospecha, y eso, en la balanza de la vida, siempre se inclina del mismo lado. Somos así de básicos. Por muy técnicos que nos queramos poner ahora, Facebook nació con el propósito de ver qué hacían los demás cuando no estaban contigo. Nos permitía colmar esa vieja aspiración de espiar a los otros por el ojo de la cerradura. Luego ya podemos excusarnos en que nos abrimos Facebook para no perder el contacto con los amigos de Erasmus y todos esos cuentos chinos que nos gusta contarnos. Como le decía un amigo a Hernán Casciari: “Si Facebook sirviera solamente para encontrarme con vos, gordo boludo, yo no tendría banda ancha en casa”. Ahora esta red social ha evolucionado hasta convertirse en un monstruo de múltiples cabezas. Y no hay quien lo pare. No hay que ser precisamente Sherlock Holmes para darse cuenta de que si usas gratis una herramienta tan sofisticada y potente como Google Maps, alguien, en algún lado, tiene que estar lucrándose. Nadie da duros a pesetas. Pero es que, aún sabiendo todo esto ahora, seguimos utilizando estas aplicaciones. Porque usar Google Maps es muy cómodo. Y Facebook. Y Twitter. Y Amazon. Son productos tan buenos que ya no podemos vivir sin ellos. Es el viejo truco de los camellos: la primera dosis es gratis. Y luego ya a ver cómo sobrevives sin mí. Lo que no dejo de preguntarme ahora es qué pasará con WhatsApp, también bajo el paraguas de Facebook, y cuyo beneficio real, más allá de ese euro simbólico, preferimos no plantearnos cuál es. Lo de las salchichas y las leyes. Hay una máxima en el póquer que dice que si no descubres al tonto de la mesa a la media hora de la partida, entonces es que el tonto eres tú. Creo que acabamos de descubrir al tonto de nuestra mesa. Y no es precisamente Zuckerberg. �
LAS REDES SON COMO LAS SALCHICHAS: MEJOR NO VER CÓMO LAS HACEN